En la plaza Dam, en pleno centro de Ámsterdam, descuella un imponente edificio de estilo clasicista. Es el Ayuntamiento de Ámsterdam, en origen Palacio Real, un ejemplo canónico de lo que en el siglo XVII se entendía como "magnificencia". Ese concepto, esa virtud, era en la Edad Moderna un ideal al que aspiraban todos los monarcas y gobernantes, pero hoy, singularmente en los países católicos, ha adquirido unas connotaciones negativas, derivadas de los elevados gastos que requerían estas grandes obras.

La naturaleza del concepto de "magnificencia" y su evolución hasta nuestros días son aspectos centrales del congreso "Magnificence in the 17th Century", organizado por el Instituto Moll-Centro de Investigación de Pintura Flamenca, la Universidad de Leiden y la Universidad Rey Juan Carlos, y dirigido por Stijn Bussels, de la Universidad de Leiden; Bram Van Oostveldt, de la Universidad de Ámsterdam; Gijs Versteegen y José Eloy Hortal Muñoz, de la Universidad Rey Juan Carlos, y Ana Diéguez-Rodríguez, directora del Instituto Moll. Una reunión científica que se clausura hoy en la sede que la Universidad Rey Juan Carlos tiene en la madrileña calle Quintana tras tres intensas y fructíferas jornadas de ponencias y debates.

El congreso hace hincapié en las diferencias a la hora de entender la magnificencia entre los contextos católicos y protestantes. "Tanto en las construcciones religiosas como en la corte se aprecian muchos puntos en común. Pero la evolución es llamativa: la visión que tenemos ahora de lo que se hacía en aquel tiempo, del gasto que requerían estas construcciones y estas actividades, está en función de la economía cuando en los siglos XVI y XVII no era así. Lógicamente se gastaba mucho dinero, pero era más importante, o se daba más valor, a la representación de las virtudes del soberano y de su reino", explica José Eloy Hortal, profesor titular de Historia Moderna en la Universidad Rey Juan Carlos. Curiosamente, según se está viendo a lo largo del congreso, en la Edad Moderna proliferaban las manifestaciones de la magnificencia en los países católicos, e incluso en el ámbito religioso era más espléndida que en los países protestantes, con una visión más contenida, casi íntima, de la religiosidad. Pero en la actualidad, las tornas han cambiado.

"Las muestras de magnificencia de aquella época, en los países católicos, se ven ahora como algo negativo, relacionado con el derroche y la corrupción, por el dinero que se gastaban en los palacios, en la ropa... Pero en los países protestantes esas inversiones en palacios están bien vistas, se considera que es dinero gastado por el bien del pueblo", explica Hortal. "Lo que en la Edad Moderna era positivo ahora es negativo", continúa, "no se piensa en que los soberanos debían tener una serie de virtudes, y que ese dinero se gastaba para reflejar esas virtudes y para que el reino fuera mejor".

Stijn Bussels incluye otro matiz que se está viendo estos días en el congreso: la diferencia a la hora de valorar las expresiones de la magnificencia en función de si se trata de obras arquitectónicas, con perspectiva de permanencia, o en festividades o arquitecturas efímeras. "En el siglo XVII, en el inicio del capitalismo, no estaba mal visto gastar ese dinero en fiestas o actividades efímeras. Ahora es diferente, ahora sí tiene esas connotaciones negativas", reflexiona Bussels.

En todo caso, Bussels, catedrático de Historia del Arte en la Universidad de Leiden, insiste en los peligros de tratar de interpretar las inversiones relacionadas con la virtud de la magnificencia con los ojos de hoy: "Eran contextos muy diferentes. Por ejemplo, hablando de lo efímero, en aquella época se dio en Holanda la primera burbuja de la historia: la de los tulipanes. Un bulbo llegó a costar más que una casa, algo que hoy nos parece inconcebible. Pero en aquel contexto llegó a ser así".