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La Espuma De Las Horas

Muerte y resurrección de Nelson Algren

La figura del autor de "El hombre del brazo de oro", que Hoover quiso sepultar, gana actualidad en una América deprimida

Nelson Algren y Simone de Beauvoir.

La posteridad es caprichosa, cuando no cicatera, en el reconocimiento literario. Los nombres de los autores cotizan, dejan de hacerlo, y vuelven al primer plano dependiendo de circunstancias ambientales. Es el caso de Nelson Algren, que nació en Detroit en 1909 y vivió prácticamente el resto de su vida en Chicago. Logró el National Book Award en 1950 con El hombre del brazo de oro, aquella historia del morfinómano y veterano de guerra Frank Machine que inspiró una película homónima de Otto Preminger con Sinatra en el papel principal, aunque su mayor notoriedad no fue literaria sino por el idilio que mantuvo en dos ocasiones con Simone de Beauvoir que, según se dice, la enterraron con un anillo que el propio Algren le regaló. Bueno, pues en Estados Unidos es como si hubiera llegado de repente la hora Algren, con biografías y reediciones de su obra.

Los reconocimientos literarios vienen en oleadas y casi siempre significan algo. No hay que explicar por qué Orwell se ha puesto de moda. La culpa la tienen los paralelismos que observamos en 1984 -su novela de ficción distópica- con la sociedad actual. En la posguerra, el influyente profesor de la Universidad de Columbia y crítico literario Lionel Trilling recuperó a E.M. Forster y a Freud coincidiendo con la crisis de moralidad como consecuencia de dos guerras mundiales y la destrucción incalculable de la vida y la cultura que estas habían ocasionado. No me pregunten por qué, pero Trilling revalorizó el papel del autor de Pasaje a la India y el del padre del psicoanálisis en los círculos universitarios de lectura de Estados Unidos, en medio de una fuerte depresión social que exigía respuestas intelectuales.

Afortunadamente el tiempo cultural no se limita a la novedad, sino que novedad es también lo que cualquiera redescubre en cualquier momento, y Algren, considerado en su día como uno de los más dignos representantes de la literatura proletaria, vuelve a estar de actualidad y con él los personajes de sus novelas: esos hombres y mujeres que la próspera clase media estadounidense dejó atrás. Del modo que ha vuelto a suceder en nuestros días. En realidad la gente de Algren pertenecía no al pasado, sino a una América distinta. La celebridad que disfrutó este se debió a que los lectores estadounidenses se estaban conociendo por primera vez en una galería de pícaros, estafadores, prostitutas y pequeños rateros avispados, conscientes de que incluso hablando un idioma diferente resultaban familiares porque se les podía entender.

Entonces intervino el primer director del FBI J. Edgar Hoover. Él se encargó de orquestar la caída de Algren, que se produjo de forma tan rápida como su ascensión al pináculo del panteón literario. Hoover, una hiena, consideró a Algren el principal simpatizante comunista entre los escritores de Estados Unidos. Y dado que en 1950 podía considerarse un autor famoso, lo vio, quizás con razón, como la mayor amenaza para la idea que Hoover tenía de lo que reresentaba el país. En 1953, se las arregló para que la publicación de su próximo libro, un largo ensayo sobre la moralidad, fuese cancelada por Doubleday. A Algren le fue denegado el pasaporte y recibió una carta para testificar ante el Comité de Actividades No Americanas.

Ese mismo junio, Julius y Ethel Rosenberg eran ejecutados. Algren había sido copresidente honorario de su comité de salvación. El radar de la hiena lo detectó. Como si fuera una batalla, las fuerzas se alinearon a favor y en contra de él. Nadie le informó que estaba en guerra. Él mismo llegó a la conclusión de que su trabajo no interesaba. Intentó suicidarse después de que viera la luz Un paseo por el lado salvaje, también llevada al cine. Escribiendo la historia de Rubin Hurricane Carter, un boxeador del peso medio al que arrestaron erróneamente por un triple homicidio que no cometió, halló la encarnación de su propia conducta de hombre de honor condenado injustamente.

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