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Crítica / danza

Cuando venganza rima con matanza

El Ballet Nacional retorna a la mitología griega con un buen espectáculo

La boda de Ifigenia, en la representación de "Electra" en el Campoamor. FERNANDO RODRÍGUEZ

El Ballet Nacional de España (BNE) vuelve a decidirse por el fascinante universo de la mitología griega. Ya lo había hecho con "Medea" una de las piezas claves de esta compañía, que desgraciadamente hoy no está en su repertorio. Aquella admirable producción de 1984, expresada íntegramente con la enorme fuerza y la magia de la danza española, exponía con gran magnetismo y conjuro la ira de la gran hechicera que mata a Creusa, a Creonte y a sus propios hijos.

El BNE, actualmente dirigido por Antonio Najarro (Rubén Olmo le sustituirá en septiembre) ha presentado en Oviedo "Electra" estrenado en 2017. Estuvieron magníficamente acompañados por la orquesta "Oviedo Filarmonía" dirigida por Manuel Coves. Estas obras mitológicas se escribieron hace miles de años y las circunstancias parecen no haber cambiado. No hay duda que la violencia familiar que se reflejaba entonces, hoy es palpable en nuestra sociedad. En esta "Electra", según texto de Eurípides, subsisten las mismas pasiones y venganzas.

La representación se compone de prólogo, siete cuadros y epílogo y está ambientada en la España profunda y rural del siglo XX. Empieza con la boda de Ifigenia, hermana de Electra y Orestes, todos ellos hijos de Agamenón y Clitemnestra. A partir de esta embarullada escena que sirve de introducción, surge la tragedia que conduce siempre a la sangre. Una muerte se vengará con otra. Agamenón mata a su hija Ifigenia. Clitemnestra no perdona, y junto con su amante Egisto, mata a Agamenón. Electra es entregada a un campesino. Clitemnestra no se libra de las pesadillas. El odio va creciendo en el corazón de Electra. Ya en el cuarto cuadro, sucede el simbólico encuentro con Orestes lo que precipita finalmente que Electra y su hermano terminen asesinando a su madre. En el epílogo, lo mismo que al principio, se celebra una boda. Esta vez será la de Electra con Pílades el fiel amigo de Orestes.

El resultado es un buen espectáculo teatral del mito griego, más estético que interpretativo, en una versión coral de estimable calidad y una valiosa creación ejecutada por un conjunto muy solvente en donde no faltan referencias a otros trabajos. La escenografía es sencilla, pero eficaz, así como el sobrio vestuario que refleja la austeridad de nuestro mundo rural. La narración no está minuciosamente expuesta, por lo que algunas secuencias pueden resultar confusas para el que no esté bien enterado de la trama en cuestión.

Me hubiese gustado ver más baile español. Debo decir que después que las dos primeras representaciones del Festival de Danza estuvieron dedicadas al lenguaje moderno; al llegar el BNE me esperaba una explosión o por lo menos una buena exposición enteramente dedicada a la danza española, pues esta es la naturaleza y la razón de ser de nuestra compañía más emblemática y su autentica seña de identidad. Es uno de nuestros patrimonios artísticos. Pero en esta producción no sucede así, ya que el lenguaje de la danza española no es el absoluto protagonista de la noche. En esta ocasión se le ha encargado la coreografía a Antonio Ruz, un creador primordialmente de danza moderna. Consecuentemente esta disciplina contemporánea es la que domina muchos tramos de la función, especialmente en los solos y dúos de los protagonistas en los que Ruz se aleja de los cánones que se consideran esenciales para expresarse y comunicarse mediante la danza española y por el contrario se acerca a los conceptos abstractos de la danza moderna.

En cambio, hay que agradecer que en lo accesorio y en lo complementario al baile, esta adaptación se adorna y se adereza con auténtico y buen sabor español. La voz y los instrumentos se fundieron a lo largo de la representación en un solo sentimiento. Percibimos a España en la música, las guitarras flamencas y la letra de las canciones que subrayan y comentan con intensidad el dramático argumento. También destacar la colaboración coreográfica que Olga Pericet expone en tres de los nueve episodios en los que aporta el verdadero sello español al baile. Son las bellas y enigmáticas escenas corales, que Pericet coreografió, las que le dan color español a la danza. Y sobre todo hay que resaltar la excelente labor, el quejío y patetismo de la cantaora Sandra Carrasco en el papel del Corifeo, es con su voz con lo que alcanzamos los mejores momentos de exaltación racial.

En el papel de Orestes vimos a Sergio Bernal, hoy considerado como uno de los mejores bailarines del mundo, aunque esta coreografía no le da la oportunidad de lucirse en todo su esplendor, sí pudimos apreciar su especial brillo, personalidad, elegancia y su arte excepcional. Sobresalieron Inmaculada Solomón como Electra y Esther Jurado en Clitemnestra si bien, todo el conjunto bailó con devoción y entrega. El público agotó todas la localidades. Curiosamente, para ser una representación de danza, los bravos más efusivos fueron para la cantaora.

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