El filólogo, historiador y folclorista Ramón Menéndez Pidal nunca se olvidó de Asturias ni de Pajares, la aldea de sus veraneos infantiles a la que se sentía profundamente unido -"Aquellos prados eran mi libertad, las huertas, el edén paradisíaco"- y a la que regresó siempre que "los quehaceres de la vida" se lo permitían. A pesar de haber nacido en La Coruña (lo consideraba un hecho accidental), siempre se sintió de Pajares, donde su padre había venido al mundo, y conservó durante toda su larga vida "recuerdos nostálgicos" de su mocedad en los altos del Puerto. "Desde los primeros días de mi infancia, en Asturias me fui formando física y espiritualmente. Aquí se despertaron mis aficiones intelectuales, bien ambientado en el paisaje y en el paisanaje".

En Oviedo pasó la mayor parte de su infancia y juventud y a Oviedo regresa ahora como protagonista de una exposición itinerante que recorre una trayectoria vital e investigadora que no abandonó ni en los momentos más difíciles. Su inteligencia y compromiso con la labor científica le han llevado a estar considerado el introductor de la filología moderna en España, un maestro cuyas aportaciones fueron decisivas para la difusión en Europa y América de la lengua y cultura hispánicas.

Con la muestra, titulada "Ramón Menéndez Pidal, paisaje de una vida", que ahora puede verse en la sala de exposiciones de la Universidad de Oviedo hasta el próximo 26 de abril -comisariada por su bisnieta Sara Catalán- y que viajará después a Villaviciosa y Llanes, se conmemora el 50 aniversario de su muerte (1968) y el 150 de su nacimiento (1869).

La celebración del "bienio pidalino", promovida por la Fundación Ramón Menéndez Pidal, y que en Asturias cuenta con la colaboración del profesor Juan Carlos Villaverde Amieva, recupera para la actualidad la figura de un estudioso adelantado a su tiempo y busca rendir homenaje al hombre que se propuso "levantar desde sus cimientos una nueva historia de España, lingüística, literaria, institucional y social, cultural y política", como refiere el perfil biográfico escrito por su nieto, el también filólogo Diego Catalán, que ahora se publica como complemento de la exposición.

Para enfrentarse a esa nueva historia, Menéndez Pidal no dudó en recorrer los caminos de los pueblos de España para recopilar datos, textos y documentos no solo en archivos y bibliotecas sino también de boca de los hablantes, un método de trabajo de campo que no abandonó nunca y que incluso llevo a cabo durante su luna de miel con María Goyri con la que se casó en el año 1900. Durante ese viaje recorrieron la ruta del destierro del Cid aprovechando para descubrir la pervivencia en Castilla de los romances de tradición oral, como queda de manifiesto en alguna de las fotografías que incluye la muestra.

El romancero fue una de los primeros intereses del joven Pidal, afición que estuvo influenciada por su hermano Juan, que lo inició en el gusto por las canciones y la lírica tradicional muy pronto. Así lo subraya también el profesor Juan Carlos Villaverde en el texto que dedica al filólogo y Asturias donde relata cómo un cuento escuchado por Pidal a una anciana de Pajares fue su primer trabajo publicado en dialecto payariego en "El Porvenir de Laviana", en 1891. Fue un bautismo literario que Pidal calificaría más tarde como "el inicio de una vocación decidida y firme".

Le iban a seguir un amplio despliegue de obras relativas a la lengua, la literatura y la historia de España, pero también esenciales trabajos de temática asturiana como las "Notas acerca del bable de Lena", "El dialecto leonés" o las peculiaridades del habla de los vaqueiros, entre muchos otros.

Manuscritos y originales de algunos de estos trabajos se muestran en las vitrinas de la exposición junto a originales autógrafos de versiones del romancero de Asturias, como es el caso de las relativas a la danza prima, que el filólogo calificaba de "verdadero canto nacional asturiano". Es destacable la amplia selección de fotografías que recorren, como dice el mismo título de la muestra, el paisaje de una vida. Una vida en la que tuvo especial importancia la figura de María Goyri, la joven vasca con la que se casó y quien iba a suponer "el primer paso importante en su redefinición personal". Goyri fue la primera mujer en España que empezó y acabó una carrera universitaria, todo un logro si se tienen en cuenta las dificultades que a finales del siglo XIX había de superar toda mujer que se propusiera realizar cualquier actividad que no estuviera orientada al hogar y la familia. Tras licenciarse dedicó parte de su vida a la enseñanza, pero también desarrolló una labor investigadora que dedicó al Romancero junto a Menéndez Pidal con quien compartió la labor de recolección de romances para la creación de su Archivo del Romancero, patrimonio de la humanidad.

Ambos, como señala Catalán, compartían con los pedagogos de la Institución Libre de Enseñanza "gustos y objetivos: un concepto laico de la sociedad y una novedosa pasión por la naturaleza virgen de España? y, en fin, una fe en la posibilidad de construir paso a paso unas bases culturales nuevas mediante la labor coordinada de unos cuantos hombres no contaminados por la política".

Y en eso estaban cuando la guerra civil interrumpe el sueño de un mundo cultural que pretendía acabar con la "insuficiencia reinante" e introducir en la enseñanza unas "exigencias científicas hasta entonces desconocidas en España". Por aquellos años, Menéndez Pidal dirigía el Centro de Estudios Históricos, un prestigioso grupo de investigación que no sobrevivió al golpe de estado franquista, pero que hasta ese momento trabajó en la misma línea de la historia total que el erudito asturiano aspiraba a realizar. A propósito de ese ambicioso objetivo, Américo Castro, uno de los más representativos miembros del grupo, escribía: "Le han fascinado, y con razón, las grandezas del pasado, y ha concebido su propia obra en escala inconmensurable. Para un hombre de su salud férrea? parecía posible alzar babélicamente la historia de la lengua, de la épica, de la civilización española en general, la de la literatura?".