Toda la vida de un hombre puede estar en un museo y la de Pablo Moro está en el Bellas Artes de Asturias. El músico desgranó todo lo que lleva dentro en cuatro canciones; cuatro composiciones que nacieron para el Día Internacional de los Museos y que ayer vieron la luz en la pinacoteca asturiana.

La luz fue el inicio del recorrido por el Palacio de Velarde y el edificio de la ampliación. La luz del taller del Greco, del que salió el apostolado que se expone en Oviedo. "Esta sala es azul, distinta al resto del museo", advirtió Moro, y hasta el visitante repetidor miró el color de las paredes. Cierto, la sala tiene otra luz, y en eso, en la luz, reside la maestría del Greco y su taller. Pablo Moro puso letra y música. "Una luz tan brillante" fue la primera canción en sonar. La voz de Silvia Quesada, que le acompañaba, iluminó la sala. Completó la gama cromática del azul de las paredes sin dejarse llevar por el "borrón oscuro" de los trazos de Domenikos Theotokópoulos y su taller, que pintaban sombras para inventar la luz. Esa luz tan brillante se hizo música en la voz de Silvia y Pablo, dos nuevos apóstoles que sumar a la colección del museo asturiano.

Si Moro es maestro de escribir canciones, también lo es al describir cuadros. Y más aún cuando sale de su zona de confort. "A finales de siglo XIX había 4.000 lavanderas censadas en Madrid y más de 100 pozos de lavado en el Manzanares", explicó ante la obra "Lavanderas del Manzanares'" de Eusebio Pérez Valluerca. Hace años que Moro lo intentó en Madrid. Quiso ser cantautor en la villa y corte. Le tomó el pulso a la ciudad del Manzanares, ese "Río sol" al que ahora le ha hecho una canción. Al igual que aquella vez intentó abandonar la comodidad, Moro presentó ayer una canción muy poco suya. Alejandro Blanco (percusión) y Álvaro Bárcena (pedal steel) le han acompañado siempre, pero ayer Pablo hizo una canción para ellos, aflamencada y lejos de su norma. Fue la segunda.

La tercera tiene otra parte de la vida de Moro, ese tipo que busca la felicidad y que tal vez la encuentra por un instante cuando desayuna todas las mañanas después de dejar a sus hijas en el colegio. Ahí está siempre Iván Cuervo, que es la música. Cuervo le acompañó ante "La felicidad", esa obra que parece de Sorolla pero que es de Dionisio Baixeras. La felicidad se resume en versos de "La era de las canciones", el tema para el lienzo. Moro la canta con todo el cuerpo. No hay otra manera de decir: "cuando me quites la ropa, quiéreme" o " la felicidad y la pena son lo mismo".

La felicidad y la pena son la vida y la vida de Pablo Moro está en el cuadro de Melquiades Álvarez que se puede ver en la segunda planta de la ampliación del Bellas Artes. Está el infinito de los seres queridos, están, como dijo Pablo Moro, "todos los 'para siempre' que se cumplen con la muerte". Ahí estaba su madre, sus hijas, y Eva. Ahí estaba el padre, que siempre está pese a estar ausente Ahí, en la sierra del Sueve vista por Melquiades Álvarez. estaba toda la vida de Moro que miraba las mismas cumbres desde el corredor de una casa de La Isla. En esos cuatro cuadros que cantó y contó Pablo Moro está el mundo entero, "el Aleph de Borges, ese punto en que el cabe todo el universo", como dijo el escritor de canciones.