Antonio César Ruiz Morales es profesor y, además, es el padre de Carmen Ruiz, una de las alumnas de Bachillerato del IES Cristo del Socorro que se ha jugado en un sorteo, junto a tres compañeras, las matrículas de honor que les corresponderían a todas por su excelente trayectoria escolar. La norma educativa impide dar cuatro matrículas en un mismo curso y fue finalmente un sorteo el que determinó el nombre de las dos alumnas beneficiadas con el título honorífico.

Ruiz Morales expresa en la siguiente carta, que ha sido enviada a este diario, el pesar que supone para un padre y además docente, que "la última lección" que reciba su hija de su Instituto sea la de ver cómo se "cercenan sus ilusiones" aplicando una cuestionable norma que no recompensa el esfuerzo de las estudiantes. "Dolorosa lección, para ser la última, la que reciben estas jóvenes en su instituto: la justicia está supeditada a la norma", lamenta este padre.

La que sigue es, íntegra, la carta envidada.

"Se sortean matrículas de honor"

"El pasado viernes, en el IES Cristo del Socorro de Luanco, se celebró un sorteo público que afectaba a cuatro alumnas de bachillerato que acabaron esta etapa educativa con una nota media de 10. Es decir, todas y cada una de las asignaturas de ambos cursos fueron aprobadas con una nota de 10. Ahora el sorteo, el azar, la pura suerte, decidiría que dos de ellas recibirían una Mención Honorífica (matrícula de honor) en su expediente académico. O, lo que es lo mismo, se decidiría quiénes no recibirían dicha mención. No mentimos si decimos que se celebró un sorteo para decir a dos de esas cuatro alumnas "vosotras no recibiréis una mención honorífica". Porque eso es lo que se hizo. Exactamente eso. La normativa es clara al respecto: en caso de empate, decidirá el azar, la suerte; el refugio del jugador, la estrategia de quien delega en los dados lo que haya de ser.

Inmediatamente se pregunta uno a qué podría deberse la necesidad de esta ruleta rusa, qué razón puede haber para que la Consejería de Educación establezca semejante criterio de demarcación. Tal vez antes, cuando la mención honorífica suponía para quien la recibía la gratuidad de matrícula en su primer curso universitario, tal vez entonces, digo, se podría comprender que hubiese un límite en el número de concesiones otorgadas. Pero hoy, cuando la mención honorífica es sólo y estrictamente eso, una mención, el reconocimiento expreso a una trayectoria limpia y sacrificada, a un esfuerzo continuo y superlativo, sin compensación económica alguna que vaya pareja o asociada a dicha mención, uno se pregunta qué necesidad hay de cercenar la ilusión de estas jóvenes. Qué necesidad hay de ser injustos. Porque, sí, se obra correctamente cumpliendo la normativa, pero también se obra injustamente: el verdugo cumple con su obligación, aun a sabiendas de la inocencia del reo. " Lo siento, lo ordenan los dados".

Dolorosa lección, para ser la última, la que reciben estas jóvenes en su instituto: la justicia está supeditada a la norma. Muchos ejemplos hay en la Historia de lo peligrosa que puede ser esa doctrina. Tan peligrosa como desacertada, en opinión de quien esto escribe. "Hermoso" regalo de despedida, que les abre los ojos ante la ciénaga que les aguarda, y les anima a buscar la justicia en otro mundo, porque bien parece que es cosa de otro y no de este.

Pero aún hay un rayo de esperanza para todos, un refugio de ilusión y un motivo de orgullo para quienes creemos que otro orden es posible. Estas jóvenes sensatas y coherentes presentarán un escrito solicitando la renuncia a dichos otorgamientos, renunciando a algo que les es legítimo y que merecen sin ninguna duda. Porque creen que la justicia es más importante que la corrección, que el cumplimiento de las normas. Tal vez esta sea su primera lección a quienes poco antes les dieron a ellas la última. Las palabras de la directora del IES, con las que cierran ustedes el artículo publicado en este periódico hace unos días, son la clave: formar ciudadanos con sentido crítico y solidario que luchen por un mundo mejor. Lástima que la última lección del centro no fuera precisamente esa, negarse a ser verdugos y darle el capuchón y la pistola a quien decide que las cosas se hagan así y no de otra manera".