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La Espuma De Las Horas

El espía que vivió en Buckingham

Historia entre tinieblas del Cuarto Hombre, el topo al servicio soviético que pasó años en palacio como asesor real

Anthony Blunt.

El traidor es uno cuando el espía son dos. Por regla general, el primero suele maldecir al segundo. A su manera, el personaje que nos ocupa lo hizo. En 1964, la reina Isabel II descubrió que Anthony Blunt, custodio de la colección de arte de la familia real, había trabajado como agente soviético activo desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. A Blunt lo buscaban desde hacía tiempo, era el Cuarto Hombre del círculo de cinco espías reclutados en la Universidad de Cambridge por los rusos en la década de 1930; todos ellos terminaron siendo topos infiltrados en la inteligencia británica durante el conflicto bélico y los primeros años de la Guerra Fría.

La existencia del círculo se reveló por primera vez después de que dos de sus miembros, Guy Burgess y Donald Maclean, huyeran a Rusia en 1951 al creer que se hallaban al descubierto. El tercero fue Kim Philby, que desertó en 1963.

La penetración en la inteligencia británica puso en alerta a los aliados americanos de la CIA y fue en Estados Unidos donde dieron con la vía que condujo al Cuatro Hombre. Un excompañero de universidad, Michael Straight, antiguo escritor de discursos para el presidente Roosevelt y más tarde director de "The New Republic", había caído en sus años de Cambridge bajo la influencia de Blunt y lo suficientemente cerca como para saber que este último y Burgess eran agentes activos, y que el primero reclutaba para los soviéticos. Él no fue reclutado pero supo lo único que los servicios de contrainteligencia británicos jamás llegaron a percibir: que varios jóvenes intelectuales ingleses de clase alta, desilusionados con el establishment, se habían convertido en instrumentos de la propaganda soviética y el KGB.

Straight, durante años, luchó contra el impulso que le empujaba a contar lo que sabía de los topos de Cambridge. Entre 1949 y 1951 se dirigió a la embajada británica en Washington tres veces con la intención de hablar, y a última hora desistía de ello. Finalmente, en 1963, después de dos días de interrogatorio del FBI, confesó los nombres de Blunt y del quinto espía, John Cairncross.

Un año más tarde cuando la Reina se enteró de quién había sido realmente su asesor de arte, Blunt hacía tiempo que vivía en Buckingham. Inmediatamente se dio cuenta de que el juego había terminado. Se sirvió un vaso de ginebra y luego, como quien pierde peso, comenzó a hablar. Le prometieron que si cooperaba con el MI5 en sus informes, no sería procesado. Ni él ni Cairncross fueron juzgados. La historia pasó de un secreto a otro: de los expedientes clasificados del lado ruso al sigilo guardado por la familia real. La escritora Rebecca West, autora de El significado de la traición, contó cómo se había ocultado el grado de importancia que tuvo o dejó de tener Blunt como informador y la falta de confianza en el cuerpo político que desencadenó. "No puede haber nada peor para nuestra sociedad que la creencia de que los ricos pueden infringir las leyes a cuyo cumplimiento se obliga en cambio a los pobres".

Cuando quince años más tarde se volvió a destapar el caso durante el thatcherismo, un Blunt empezó a hacerse nuevas preguntas sobre el otro. El episodio que abre la tercera temporada de The Crown se ocupa con cierto fulgor de esta historia entre tinieblas.

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