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ALBERTO ÁMEZ | Pintor

"Tuve un parón artístico de más de diez años mientras criaba hijos, pero fueron días mágicos"

"Fui cientos de veces al Prado cuando no era un museo espectáculo masificado y lo prefiero como era entonces"

Alberto Ámez, en San Miguel de Arroes. JUAN PLAZA

Alberto Ámez (Gijón, 1963) es pintor y profesor de Dibujo en el Instituto Calderón de la Barca de Gijón. Licenciado en Bellas Artes por Madrid, es docente público desde 1990 y dio clases en los institutos de Luanco y El Entrego.

- Vive un regreso a la pintura que le lleva a las salas de exposiciones y al reconocimiento del Certamen de Luarca.

-Es un buen momento. Tengo una actividad que nunca tuve y el reconocimiento se agradece, aunque un artista tiene que vivir en su obra y ser capaz de vivir sin él. Me gusta que me den la oportunidad de exponer en sitios reconocidos. Y la vida familiar va bien.

- ¿Cómo es su familia?

-Mujer y dos hijos, Daniel, de 16 años, Miguel, 13, futboleros por influencia de algún abuelo.

- Usted es un gijonés que no va a El Molinón. ¿Se ve normal?

-Soy raro desde pequeño. Tenía problemas para socializar. Con los años lo he atemperado.

- ¿Qué hacía raro?

-Leía y dibujaba mucho. Leí "Locus Solus", de Raymond Roussel, a los 14 años y a Pío Baroja y novelas francesas.

- ¿Tenía libros en casa?

-Sí. Mi padre, Horacio, tenía una imprenta en la calle Magnus Blikstad y era pintor aficionado. Mi madre, Mary Carmen, también pintaba.

- Y dibujaba bien, supongo.

-Quería ser dibujante de cómics, pero no tenía paciencia para todas las artesanías que precisa. Leía "Tintín", "Astérix", "Flash Gordon", "Príncipe Valiente", "Trinca" y "Trocha"...

- ¿Cuándo eligió Bellas Artes?

-A los 16. Preparé el ingreso con Alejandro Mieres. Mis padres promovieron que hiciera la carrera.

- Llegó a Madrid en 1980, el año de la movida.

-A un colegio mayor y luego, para ganar independencia y espacio, a una buhardilla-estudio muy fría, en Chamberí, que me alquiló un pintor a buen precio.

- Ambiente en la Facultad.

-Se vivía la contradicción entre el arte de fuera y emergente, promovido por "El País", otros medios y por el Gobierno, y los que enseñaban en Bellas Artes.

- ¿Cómo se bandeaba usted?

-Di mucha importancia a estar en Madrid para aprender en la Facultad, en las exposiciones y en los museos. Fui cientos de veces al Prado, que aún no era museo espectáculo masificado, sino más oscuro y con un cuidador cada varias salas. Lo prefiero como era. Eso ahora lo encuentras en museos más pequeños como el de Bilbao. Aproveché los cinco años.

- ¿Qué quería hacer?

-Producir pintura figurativa contemporánea. No tengo la capacidad mental o mística para la abstracción. Me gusta lo narrativo y la pintura figurativa lo es. En un cuadro figurativo cualquiera puede entrar.

- ¿Hizo lo que quería?

-Sí, aunque con frenos que me he quitado estos años. Tendía a precipitarme, a acabar pronto, y quería hacer algo intelectual un poco esnob, empeñado en mostrar demasiado en una pieza.

- ¿Cuándo se libró de eso?

-Hace cuatro años. Antes tuve un parón de más de diez años, por la crianza. Si crías, crías. Son días y años mágicos y, de repente, cuando parecía que iban a ser pequeños siempre ya no lo eran tanto.

- Es profesor de instituto desde 1990. ¿Quería dar clases?

-Al acabar la carrera fui interino en Artes y Oficios de Oviedo durante un año. Después trabajé en la empresa de diseño de José Ramón Muñiz, pero lo dejé pronto, antes de que organizara la exposición "Orígenes". Buscaba algo que me dejara tiempo para hacer arte y eso en la empresa privada no es posible.

- ¿Le gusta la enseñanza?

-Sí. Los chavales son revoltosos, pero también tienen frescura.

- ¿Cómo fue su regreso al arte?

-Expuse en el café La Vida Alegre, de Gijón, y a raíz de eso pude hacerlo en Espacio Local, un ámbito de arte y poesía autogestionado. Luego Nuria Fernández me ofreció Espacio Líquido. Ahora hablo con Arancha Osoro para exponer en Oviedo. Empecé haciendo fotografías de paisajes tratadas con Photoshop e impresas en papel artístico.

- ¿Por qué esa técnica?

-Pensaba en una artesanía que llevara poco tiempo. Hacía caminos, árboles, puertos, sin retórica. Lo dejé porque el ordenador y el Photoshop eran muy fríos.

- ¿Qué opina del resultado?

-No está mal, quizá es un poco melancólico y sin contrapunto.

- ¿Propende a la melancolía?

-Sí, pero no quiero pasarme. Es un tema grande en el arte con siglos de historia. Tengo momentos melancólicos y contemplativos, pero prefiero buscar el equilibrio, como en el taichí.

- Hizo taichí. ¿Qué aporta?

-Bienestar emocional y equilibrio. Empecé por hacer algo de ejercicio físico suave, pero estuve diez años, de los 35 a los 45.

- ¿Para un impaciente como usted qué tal es moverse lentamente?

-Está bien eso..., pero también tiene que ver con quedarte parado o elegir más direcciones.

- ¿Qué aprendió?

-Salí enriquecido emocionalmente porque conocí mejor los sentimientos propios y los de los demás. He intentado que lo que aprendí esté en mi obra. El taichí, como la pintura, necesita muchos años para sentir determinados matices.

Lleva veinticinco años con su mujer. Ahora viven en el campo.

-Estás cómodo, vestido de cualquier manera, con árboles... En invierno con pocas horas de luz no es tan bonito.

- Está cerca del paisaje, su tema casi principal.

-El asturiano me encanta y es el que tengo aquí. Tengo más afinidad con el paisaje rural que con el urbano.

- Nació más cerca del mar que de la montaña.

-En Asturias nunca estás lejos de uno ni de otro, pero me gusta más la energía de la montaña que la del mar. Me gusta hacer senderismo. El paisaje me proporciona unos escenarios, lo que es el escenario en las novelas, como "Región" en Benet, con una parte real y otra fantasiosa.

- ¿Después del parón volvió a pintar sabiendo más?

-Sí. Descubrí que el excesivo ingenio es perjudicial para la pintura. Cada vez me gustan más la escuela de Madrid y figuraciones de antes de la guerra que no son brillantes ni espectaculares. Estoy en contra de lo artificioso y de lo sofisticado en pintura porque puede ser admirable pero es un juguete cultural que se separa de la vida real, de la carne y el hueso, de la tierra y de las gentes.

- Se ha despojado.

-Sí, con la edad quitas cosas a las que dabas importancia. El arte tiene que ser desprendido porque el interés lo contamina moralmente. El buen arte es un acto moral y tiene que ser algo íntegro.

- ¿Encuentra parecidos a sus cuadros, aires de familia?

-Claro. Intento seguir la tradición de la pintura de paisaje asturiana. Es una figuración ecléctica y hago citas a pintores, a "La masía", de Joan Miró, que es figuración simbólica.

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