Surgió de la nada y desencadenó un movimiento global. Empezó con un pequeño pero persistente acto de protesta frente al parlamento sueco y ha logrado inspirar a millones de personas para que se unan a su lucha. En septiembre de 2019 pronunció un exaltado discurso en Naciones Unidas en el que advertía sobre el fin del mundo. Su pasión y su determinación incansable hacen que parezca un ser de otro mundo, o incluso que parezca rara, una anomalía que en general se ha atribuido al hecho de que tiene diagnosticado el síndrome de Asperger.

De ahí que no sorprenda que mucha gente, al igual que medios de comunicación como The Irish Times, The Telegraph o The Washington Times, hayan elevado a Greta Thunberg a la categoría de profeta.

La revista Time profundizó en esta idea cuando la eligió “Persona del año” e hizo una portada en la que aparecía una evocativa foto de Thunberg erguida sobre un litoral rocoso y mirando fijamente hacia el horizonte.

Como investigadora en el campo de la historia de la infancia, me molesta que se le atribuyan a Thunberg rasgos de profeta (o que incluso se la considere realmente como tal). En mi opinión, hay riesgo de que con ello se desvirtúe su mensaje. Además, esta circunstancia puede ser fácilmente explotada por aquellos negacionistas del cambio climático que buscan desacreditar su labor como activista.

¿Realmente es necesario un mesías climático?

Para algunos, Thunberg presenta paralelismos con Juana de Arco, la adolescente visionaria que en el siglo XV comandó al ejército francés en la batalla y fue posteriormente beatificada.

Para otros, Thunberg es un exponente de esa tradición judeocristiana de profetas que se atreven a decirle la verdad a los poderosos. Según un bloguero cristiano, ella supone “una voz profética necesaria para que nos sacudamos de encima nuestra autocomplacencia”.

Aun así, presentar a Thunberg como una profeta es algo profundamente equivocado. Tradicionalmente se ha considerado que los profetas son mensajeros encargados de transmitir la palabra de la divinidad. Expresan revelaciones divinas que, o bien eran desconocidas, o bien habían sido malinterpretadas. Ezequiel predijo la destrucción y reconstrucción de Jerusalén; a Moisés le fueron entregados los Diez Mandamientos; a Mahoma le fue revelado el Corán. En otras palabras: los profetas ven verdades para las que otros son ciegos. Nos transmiten mensajes que en ocasiones desafían los límites de la comprensión humana.

Pero Thunberg, por su parte, se limita a decirnos lo que ya sabemos. Dentro de la comunidad científica hay un abrumador consenso (desde hace décadas) acerca de que el ser humano está provocando el calentamiento global.

El hecho de considerarla una profeta ha abierto la veda a todo tipo de teorías mesiánicas, algo que recientemente adquirió tintes estrafalarios cuando apareció una fotografía de 120 años de antigüedad en la que salía una niña muy parecida a Thunberg. Ahora hay teorías de la conspiración que la consideran “una viajera del tiempo enviada para salvarnos”.

Este tipo de descripciones dan munición a sus enemigos, que rechazan de plano lo que denominan “activismo apocalíptico” de la joven sueca. Para ellos, Thunberg es una falsa profeta y consideran a las personas que se han inspirado en ella acólitos a los que les han lavado el cerebro. Después de todo, David Koresh, el líder de los davidianos que murió en 1993 junto a sus seguidores en la localidad texana de Waco, también se consideraba un profeta; y lo mismo ocurría con Jim Jones, fundador de la secta Templo del Pueblo y responsable de organizar la masacre de Jonestown de 1978.

Hay que decir en favor de Thunberg que ella rechaza la idea de que se la vea como una gurú.

“No quiero que me escuchéis a mí”, afirmó en septiembre en el Congreso de Estados Unidos. “Quiero que escuchéis a los científicos”.

La niñez ya es bastante carga

Yo diría que, con respecto a Thunberg, lo mejor es considerarla simplemente como una niña.

Con esto no la estoy menospreciando. Al contrario. En los últimos años, los jóvenes han ofrecido numerosas muestras de su capacidad para tener ideas propias, desarrollar un pensamiento visionario y ejercer el liderazgo. Melati e Isabel Wijsen tenían 10 y 12 años cuando comenzaron su exitosa campaña para prohibir los objetos de plástico de un solo uso en su Bali natal. Malala Yousafzai tenía 11 cuando empezó a pronunciarse contra los talibanes en defensa del derecho de las niñas a recibir una educación. La lista es más larga: Jazz Jennings, Xiuhtezcatl Martínez, los activistas del instituto Parkland… Como Thunberg, desafiaron las convenciones culturales que ven a los niños como seres dependientes y sin ningún poder ni capacidad.

Thunberg comenzó su discurso de septiembre de 2019 en la ONU con unas palabras memorables:

“Todo esto está mal. Yo no debería estar aquí. Yo debería estar en el colegio al otro lado del océano”.

Como bien indicó Thunberg, el hecho de que una niña tenga que regañar a sus mayores por su actuación en un tema que supone una amenaza para toda la humanidad es un ejemplo revelador de que el sistema político funciona terriblemente mal.

Y lo que es más importante: el hecho de poner el foco en la juventud de Thunberg subraya un principio central de su mensaje, la justicia. Como bien podría decirle cualquier padre, los niños tienden a ver el mundo en términos morales absolutos: bien o mal, correcto o incorrecto, justo o injusto, etc. De hecho, investigaciones recientes han demostrado que el sentido de la justicia es algo profundamente arraigado en los niños, ya que lo manifiestan a una edad tan temprana como el año de vida.

Esta idea de justicia está presente en muchos aspectos del mensaje de Thunberg, desde su énfasis en que el cambio climático afectará a los pobres y excluidos a sus reflexiones acerca de lo injusto que resulta que los jóvenes de hoy tengan que solucionar una catástrofe provocada por la inacción política de muchas generaciones.

Su famosa acusación (“¡¿Cómo os atrevéis?!”) no es el grito colérico de una niña malcriada. Es la declaración resuelta de una niña que aún no ha desarrollado esa flexibilidad moral que, en los adultos, funciona muy a menudo como refugio para justificar la inacción.

Thunberg ni está revelando los misterios de nuestra era ni es una viajera del tiempo enviada para frenar el cambio climático. Se trata, más bien, de una niña que está advirtiendo contra el egoísmo y suplicando justicia.

Y eso no es profético. Es solo sentido común. Below is The Conversation's page counter tag. Please DO NOT REMOVE. Fin del código. Si no ve ningún código arriba, por favor, obtenga el nuevo código de la pestaña Avanzado después de hacer clic en el botón de republicar. El contador de páginas no recoge ningún dato personal. Más información: http://theconversation.com/es/republishing-guidelines

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