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MARÍA BOBES | Pedagoga y escritora

"La diferencia no es lo que te pasa en la vida, sino lo que haces después con lo que te ha pasado"

"Crecí en la Escolanía, en la Polifónica de Oviedo y en el coro de la ópera; a los 18 me descubrieron un cáncer y se acabó cantar"

La pedagoga María Bobes, en Oviedo. MIKI LÓPEZ

María Bobes (Oviedo, 1961) es pedagoga, trabaja en el Centro de Valoración de Discapacidades de Oviedo. Acaba de publicar la novela "Que acabe en siete"...

-... Un sueño con el que nunca había soñado porque crecí cantando. A los 10 años entré en la Escolanía de San Salvador, en la Catedral. A los 15 pasé a la Capilla Polifónica "Ciudad de Oviedo". A los 16 cantamos los coros de una ópera, "Luisa Miller" con Montserrat Caballé y Luciano Pavarotti y me dije. "Esto es lo que yo quiero". A los 18 años me descubrieron un tumor cerebral y se acabó cantar.

- Le cambió la vida.

-Totalmente. Estaba en primero de Pedagogía, no oía de un lado y los otorrinos me descubrieron un neurinoma del acústico. Fue muy duro. En el hospital me lo operaron en dos veces porque el tumor era muy grande. Tuve tres operaciones más, todo en cuatro meses, por problemas con el líquido encefalorraquídeo, me acabaron poniendo una válvula en la médula hasta el peritoneo.

- ¿Cómo quedó?

-Como un bebé. No podía darme la vuelta en la cama del hospital. Como en septiembre íbamos a cantar los coros de la ópera yo los memorizaba y profería ruidos raros. Las enfermeras preguntaban qué quería y mis hermanos decían: "tranquilas, está ensayando 'La traviata'". Tuve que volver a aprender a escribir.

- ¿Cuánto duró todo?

-Fueron tres años de rehabilitación y operaciones. Me operaron de la parálisis facial un montón de veces. Me apuraba a aprobar en junio para ir a operarme a Madrid.

- ¿Qué actitud tuvo?

-Tengo una gran familia. Soy octava de diez hermanos. En los meses en que no podía andar mis hermanos, mis padres y mis primos me subían y bajaban de casa, un tercero sin ascensor, y me hacían dictados. Hoy escribo a mano muy lentamente. Durante la carrera me llevaba mucho hacer mis apuntes.

- ¿A qué se dedicaba su padre?

-Fue el primer instalador eléctrico de Asturias autorizado por Industria. Trabajó muchísimo para que tuviéramos una vida de clase media. Mis padres fueron estupendos. Nunca los oí quejarse. Mi madre -con diez hijos en 17 años- no daba gritos, al contrario, a veces jugaba con nosotros al cascayo en el pasillo de casa.

- ¿Cómo fue saber que no volvería a cantar?

-Me dio muchísima pena. Cantar me daba muchísima satisfacción. En casa cantábamos mucho... A mi padre lo despertábamos los domingos para jugar a que lo afeitábamos, nos daba unos "caramelos del congreso", se levantaba y ponía un disco de zarzuela.

- ¿Por qué hizo Pedagogía?

-Quería hacer canto y pensaba: si no triunfo como cantante, enseñaré canto. Luego, la didáctica no me gustó y preferí la pedagogía social, la educación que se hace fuera de la escuela; en campamentos o actividades de tiempo libre.

- ¿Cómo empezó a escribir?

-Al final de la carrera me dejaban hacer las introducciones a las actividades de campamentos y demás y me decían "¿Cuándo te animas a escribir?". Yo pensaba: "cuando deje de compararlo con cantar". Escribir es solitario y se tarda en leer y cantar es algo que se hace en ese momento.

- ¿Cuándo se animó?

-Al cumplir mi hija 12 años gané tiempo y acudí al taller de escritura creativa de la biblioteca de El Fontán que da Fernando Menéndez. La novela salió de una propuesta del taller, a partir de la que empecé a recordar a mi abuela.

- Su hija de 20 años, Carmen, es la autora de la portada y de las ilustraciones del libro.

-Estudia Bellas Artes en Bilbao. Fue la que me decidió a editar la novela porque pensé: "Me queda nada para jubilarme, pero a ella le inauguro el currículum". Hacer algo las dos juntas me parecía muy bonito. Vamos a ir juntas a presentarla a una biblioteca de Pamplona.

- Harán más cosas juntas...

-Sí. Desde pequeña supe que ella era artista porque en lo que empleaba más tiempo era en dibujar, recortar, pegar. Era creativa porque le salían las ideas fácilmente. Los padres tenemos que abrir puertas, luego ellos tienen que decidir qué quieren hacer en la vida. En los estudios sobre los predictores del éxito -por poco que me guste la palabra- es más importante la creatividad, saber buscarse la vida, ser sociable o resistente a la frustración que el resultado académico.

- ¿Cómo es su trabajo de pedagoga en el centro de valoración de discapacidades?

-Muy interesante. Más que evaluar, asesoramos a los padres sobre lo que pueden encontrar para sus hijos con problemas. Desde que empecé en 1992 la tipología es muy diferente.

- ¿Por qué?

-Antes, casi la mitad de los casos eran niños con síndrome de Down, pero desde la amniocentesis casi no nacen. Ahora son chavales con trastornos del espectro autista (TEA).

- ¿Por qué hay más TEA?

-Se diagnostica más y hay más. En mi trabajo veo que a la gente le pasan cosas parecidas y la mayor diferencia no está en lo que le pasa, sino en lo que hace después con lo que le pasa.

- ¿Qué tal está usted?

-Feliz conmigo y contenta de estar viva. Lo paso bien y tengo mucha gente a la que querer y que me quiere. Te suceda lo que te suceda en la vida vale más estar contento: se pasa mejor y es gratis.

- Pero hay que saber.

-Cuando vienen mal dadas es cuando hay que esforzarse.

- ¿La peor secuela que le ha quedado?

-De todas las posibles me quedó la mejor: la cara. El cerebro me quedó intacto. Llevo 40 años con esto y me he ido acostumbrando. Mi carácter es de echarse las cosas a la espalda.

- ¿Tenía ese carácter antes?

-Cuando eres la octava hermana tienes que aprender desde pequeña a dar codazos para que te oigan y no te pisen. No soy de mirar para atrás. Para hacer este libro sobre la memoria familiar tuve que preguntar cosas a mis hermanos.

- ¿En qué fase se encuentra?

-Hace dos años murió mi madre, con 93 años, en junio. En septiembre, mi hija fue a estudiar fuera. Después de años en que, a medida que mi hija se hacía más independiente mi madre se volvía más dependiente, me di cuenta de que tenía tiempo para pensar en mí.

- ¿Y qué pensó?

-Me di cuenta de que había dejado de ser una moza -lo que es ahora mi hija- y ya era una paisana. ¿Cuándo me hice una paisana?, me preguntaba. Como no encontré respuesta dejé de preguntármelo y tiré pa'lante. Iba a casa contentísima porque volvía a ser dueña de mi propio tiempo. Me decían "¿no echas de menos a tu hija?". Y contestaba: "Pues sí, pero cuando me entra la melancolía me acuerdo de los días en que, de buena gana, la hubiera tirado por la ventana y se me pasa".

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