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Día de mercado y pandemia

El Fontán, en Oviedo, tuvo una jornada floja, pero en su supermercado las cajas aguantaron carros y carritos

El escaparate del bazar chino de la calle González Besada de Oviedo. I.COLLÍN

En el abigarrado escaparate del bazar chino de la calle González Besada, en Oviedo, un cartel explica, en español pasable, que usan mascarilla para proteger a la población. Al lado, sobre juguetes de colores ácidos, otro cartel anuncia "se vende mascarilla". Tienen más de una. En la farmacia, unos portales más allá, no tienen ninguna desde hace 4 semanas.

-Cuando vendimos la última, el siguiente señor de la cola le ofreció más dinero al que la había comprado. Como en la reventa.

Tampoco hay alcohol, ni geles, ni glicerina, los componentes con los que se hacen soluciones de desinfección de manos siguiendo tutoriales de internet. En las casas se abrió esa industria porque algunos colegios enviaron circulares para que cada alumno llevase su desinfectante. En el mundo cambiante y uniformemente acelerado del coronavirus esto dejó de ser un problema después de comer, cuando se anunció el cierre de los colegios. En la farmacia de la calle Magdalena han puesto un cartel: "Mascarillas y gel, agotados". Escasean los termómetros.

El desabastecimiento no impide las entradas continuas. Una mujer en la tercera parte de la vida no espera a llegar al mostrador.

-¿Tienen alcohol?

-No.

-¿Hacen lista en la que apuntarse para cuando lo reciban?

-No, es que hay tanta demanda?

Los mayores compran más complejos vitamínicos para subir las defensas e Ibuprofeno, porque leyeron que cura. No es así, pero quita el dolor de cabeza, uno de los síntomas asociados al coronavirus.

Este jueves de orbayu sostenido, El Fontán tiene poca gente. En la plaza cubierta hay cinco metros de separación entre clientes de manera natural. A las 11 de la mañana el puesto de aceitunas no tiene cola. Es un medidor. Los sábados se puede sacar número para comprar aceitunas rajadas al estilo Campo Real o gordales picantes, hacer una compra normal en los distintos puestos, volver y tener a tres por delante.

La línea de cajas del Mercadona, el supermercado del Fontán, aguantan carros y carritos. Hay cola continua en cada puesto de cobro. El miércoles cerró como si hubiera sido arrasado, comentan. Al mismo tiempo, a las 8 de la tarde, en otro supermercado cercano que dista de ser el que más vende, una señora que esperaba con el carrito rebosante se enteraba de que hasta el sábado no le llegaría a casa. Las cajeras se referían al efecto vendedor del coronavirus como "cuando acabe la verbena?"

Del vacío del mercado y del lleno del supermercado se puede deducir que vemos la tele para imitarla. En China y en Italia, cerró todo menos los supermercados, luego nunca hubo desabastecimiento. Pero aprendimos que cuando hay coronavirus hay que ir al súper, como cuando había peste se iba a rezar a la catedral.

La pandemia ha creado una atmósfera de sobreentendido y no es preciso nombrar el coronavirus y menos al Covid 19. En las conversaciones se habla de "esto", "la cosa", "el bichu" "esti rollu", "esta mierda", "este miedo". Rosa, reina madre del Fontán, comenta que, como es día de mercado, hay puestos fuera. "Ayer, ninguno. Es mucho miedo. La tele no habla de otra cosa".

Antes de la pandemia fue la panmedia. Horas y horas de informaciones y opiniones que arrancaron hace seis semanas cuando se abrió la ruta de la seda del coronavirus, más lenta que la del tren que une Yiwu, al Este de China, con Madrid, centro de la península ibérica, en 16 días.

En su puesto de la plaza Joaquín Santurio procura no oír ni hablar del coronavirus. Prefiere charlar de otra cosa y canturrear. Pero hace unos días despertó a las tres de la mañana pensando que tenía que hacer más callos porque es un producto que aguanta y se conserva bien en nevera y dos horas después ya estaba pidiendo a sus proveedores. El elaborador de cárnicos tiene un hijo en Alemania. Por teléfono le dijo que allí las personas son más responsables en las medidas de cortesía, higiene y desinfección.

-Aquí hay gente que se lo empezó a tomar en serio cuando llegaron las medidas al fútbol, afina Santurio.

El martes por la mañana se anunciaron los partidos a puerta cerrada.

En las dos tiendas de Frutería J.M. empezaron a vender como nunca el martes por la tarde. "Acabamos el pedido de patatas que nos dura hasta el viernes. Vendimos tres veces más de patatas y el doble de lentejas y garbanzos. Son productos que duran. El que compraba 5 kilos de patatas, llevaba 15. También vendemos más huevos".

Que el fin del mundo nos pille comiendo tortilla de patata. Sin cebolla, por supuesto.

La idea de la fruta como escudo también funcionó:

-Salieron naranjas como hacía años y vendimos algunas manzanas más.

En el mundo cambiante y uniformemente acelerado del coronavirus ayer se suspendió dos semanas la Liga.

La biblioteca es el estadio de los lectores. Lectura a puerta abierta. En la Pérez de Ayala, la lectura de diarios mantiene su cotidiana población mayor y masculina. Por la sección circulante circularon menos. El teléfono sonó mucho más para solucionar gestiones y prolongar los préstamos. Aumentan las lecturas de la biblioteca pública a puerta cerrada.

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