Ha pasado muy poco tiempo, pero en un primer vistazo la estadística ha querido advertir algún indicio de peculiaridad geográfica y demográfica significativa en el mapa del riesgo de muerte por coronavirus. La evidencia matemáticamente contrastable de que el peligro progresa exponencialmente con la edad del paciente guarda en su interior una casuística diversa y preocupante cuando se comparan los dos principales focos de propagación de la enfermedad en el mundo, China e Italia, los únicos países que habiendo padecido un número relevante de casos han hecho públicos datos analizables. En China, casi el quince por ciento de los fallecidos tenía más de ochenta años; en una sociedad notablemente más envejecida como la italiana, la proporción crece hasta acercarse al 36, algo más de un tercio. Eso dirige de pronto el foco hacia Asturias y con toda la cautela de esta situación incierta hace sonar de fondo la letanía repetida de que aquí vive la población con una edad más avanzada de España, o una de las más aquejadas de Europa por la pandemia del envejecimiento. Con bastante más de dos mayores de 65 años por cada joven menor de quince, con el índice más negativo del país y la media de edad más alta del panorama autonómico, 48,28 años, cabría colegir que el riesgo colectivo de sufrir mucho por el contagio de COVID-19 sube en el Principado, aunque sólo sea estadísticamente.

La pandemia está aún en un estadio de expansión y estudio extraordinariamente preliminar, y los datos son en todo caso escasos, unas veces poco fiables y otras administrados con precaución. España aún no ofrece estadísticas de afecciones por franjas de edad, pero los ejemplos disponibles de los países que más han sufrido la pandemia indican una dirección nada complaciente para poblaciones con la estructura de la asturiana, con la pirámide achatada por la base y ampliada en las alturas. Hay que tener en cuenta, no obstante, otros datos nacionales diversos, como el de Corea del Sur, donde la propagación estuvo asociada a una secta religiosa con adeptos mayoritariamente jóvenes y donde la letalidad se restringió al 3,7 por ciento entre los mayores de ochenta años.

Sea como fuere, la información oficial del Ministerio de Sanidad confirma, con los datos disponibles, que la pandemia "afecta de forma más grave a mayores de 65 años con patología cardiovascular previa (sobre todo hipertensión e insuficiencia cardíaca) y en menor medida con patología respiratoria crónica y diabetes". Aclara que "la mortalidad aumenta con la edad", y la franja mencionada como prioritaria en todas las advertencias sobre la propagación del COVID-19 es también la mayoritaria en la desequilibrada distribución de la población asturiana por edades: uno de cada cuatro residentes en el Principado ha alcanzado la edad teórica de la jubilación y está por tanto dentro del sector demográfico en el que se multiplican los riesgos asociados a la pandemia por coronavirus. Es sabido que este 25,7 por ciento es el porcentaje más alto de España.

Y para hacerse una idea de la situación del Principado en un hipotético mapa de riesgo estadístico basta añadir que en la Comunidad de Madrid, hasta el momento la "zona cero" de la propagación del coronavirus en España, la proporción de mayores de 65 años respecto al total de la población no llega al dieciocho por ciento. Asturias, mientras tanto, es el lugar con más habitantes que han superado esa barrera, y de ahí hacia arriba tiene casi un diecinueve por ciento de mayores de setenta años y casi un nueve de mayores de ochenta, es tras Castilla y León la autonomía con más mayores de 85 (un 4,82) y de noventa (un 1,72)...

Con todo, la urgencia de lo que el primer ministro británico ha llamado, no sin polémica, "aplastar el sombrero", en el sentido de rebajar la altura de la curva epidémica ascendente y descendente, se explica por la protección a la población de riesgo, pero sobre todo por la necesidad de contener el peligro de colapso que se cierne ya muy seriamente sobre el sistema sanitario. La advertencia se entiende bien si se aplica la regla del "80/15/5", una previsión expresada en porcentajes según la cual un ochenta por ciento de la población pasará la enfermedad casi sin síntomas, o acaso con algunos que son muy leves; un quince sufrirá una neumonía y el cinco restante necesitará ser ingresado en una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI).

Este último promedio parece pequeño, pero si se cuenta que un cinco por ciento del millón largo de asturianos son algo más de 51.000 personas, se comprenderá hasta qué punto el COVID-19 amenaza con poner a prueba la resistencia del sistema. Por eso las recomendaciones se hacen estos días pensando sobre todo en el bien común.