No hay fórmulas infalibles para luchar contra un virus como el COVID-19 del que aun se sabe tan poco. Sin embargo, son numerosas las miradas que se dirigen a Corea del Sur en busca de una respuesta. En apenas quince días, el país ha pasado de ser el segundo con mayor número de contagios diarios -909 el 29 de febrero- a una cifra que, aunque superior a la de China (16 en las últimas 24 horas), se considera sorprendente: 74 nuevos contagios. Y sin confinamiento obligado.

Rapidez en el establecimiento de medidas restrictivas, respuesta responsable de los ciudadanos, transparencia en la comunicación y recurso a tecnologías de última generación parecen ser las claves del éxito surcoreano. En cuanto a las prohibiciones de desplazamientos, sólo se han practicado respecto a la provincia china de Hubei, el lugar donde aparecieron los primeros casos en el mundo. Pero ninguna ciudad coreana ha sido confinada. Ni siquiera Daegu y su provincia, Gyeongsang del Norte, poblada por cinco millones de personas, que suma 7.200 contagios, el 87% del total. Esta elevadísima concentración de casos en un único territorio habla de la buena orientación de las medidas adoptadas.

La respuesta rápida a la aparición de casos de infección resulta asombrosa vista con la distancia que dan las semanas. No solo se difundieron las consabidas normas higiénicas - individuales y sociales- y las instrucciones sobre teletrabajo. La capital surcoreana, Seúl, una urbe de casi diez millones de habitantes, procedió al cierre de todos sus espacios públicos y a la prohibición de manifestaciones el 21 de febrero. Para entonces el país solo tenía registrados 150 contagios. Ayer contaba 8.236, con 75 muertos.

La disciplina ciudadana ha sido imprescindible para que la rapidez de respuesta tuviese efectos. No hubo prohibiciones. Bastó la petición, el 20 de febrero, de que solo se saliese de las viviendas en caso de absoluta necesidad. Los ciudadanos llevan casi un mes haciéndolo y, mientras tanto, han recibido gran cantidad de información cada día. La transparencia a la hora de comunicar los nuevos datos que se conocían sobre el virus ha sido, en efecto, clave para generar en los ciudadanos la sensación de que estaban obedeciendo a unas autoridades que les iban guiando puntualmente por el camino que en cada momento se considera más adecuado para sobreponerse a los devastadores efectos de la pandemia.

Como complemento, se ha instaurado un sistema de alerta a través de móviles que avisa a los residentes en un distrito cada vez que se detecta un caso nuevo en él. No se persigue que la gente no acuda a esos lugares, lo cual no es especialmente necesario, ya que se desinfectan de inmediato. Lo que se pretende es que la gente se observe a sí misma con especial atención para detectar síntomas de contagio.

La detección precoz, por último, ha sido el otro elemento esencial de la estrategia de Seúl. Corea del Sur ha sido el país que más tests ha realizado entre su población. Superan el cuarto de millón y explican la enorme diferencia entre casos detectados y fallecimientos. Además, se han practicado discriminando al máximo a quién debían hacérsele, para no malgastar los kits. No obstante, las autoridades sanitarias han tenido una guía: concentrarse en los miembros de la secta cristiana Shincheonji, que fue el origen del principal foco. Y una ayuda, Corea del Sur, un país de unos 50 millones de habitantes, cuenta con recursos económicos de los que no disponen otros países que tienen que concentrarse en prestar atención nada más que a los casos graves.