La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Francia: La Vie En Noir

La regla perpetua de la vulnerabilidad, por Luis M. Alonso

De las reflexiones de Albert Camus en "La peste" a las sospechas de ceguera colectiva l Pedagogía en los medios sobre el mal uso de la máscara quirúrgica

La regla perpetua de la vulnerabilidad, por Luis M. Alonso

Europa confinada por haberse mostrado confiada. Las medidas para controlar los movimientos de las personas cada vez serán más extremas, anuncia Francia, donde la pregunta ha pasado a ser la que se hace todo el continente. ¿Por qué tanta demora en actuar? "Una vez superada la crisis, será necesario diseccionar los mecanismos de ceguera colectiva en esta epidemia del coronavirus: su alarmante escala y peligrosidad. La urgencia inmediata es ayudar al jefe del Estado a salir de esta pesadilla. Pero una investigación tendrá que establecer, entonces, si se han cometido errores y a qué nivel. Porque la sospecha de ligereza se extiende cada vez más", escribe Ivan Rioufol en el diario parisino "Le Figaro".

En ausencia de una vacuna, el coronavirus mataría a varios cientos de miles de personas. "Entre el 10 de marzo y el 14 de abril, el número de casos graves podría aumentar a 40.000 en toda Francia", dice en "Le Monde" Pascal Crépey, profesor investigador en epidemiología y bioestadística en la Escuela de Estudios Avanzados en Salud Pública de Rennes.

Mientras tanto, los diarios franceses insisten en impartir pedagogía. Al contrario de lo que es habitual en países como China, "Le Figaro" recalca, por ejemplo, que las autoridades no recomiendan el uso de la máscara para personas con síntomas leves y con buena salud. ¿Por qué razón? Hay unas cuantas. Usar la máscara de cirujano protege parcialmente de la saliva, pero no totalmente. Su filtración no garantiza que, por ejemplo, los transportistas no enfermen. También hay que tener cuidado de no manosearla al retirarla por el riesgo de contaminarse con los gérmenes de los que nos ha protegido. Individualmente, aunque la máscara no ofrece aislamiento absoluto, reduce riesgos. Pero colectivamente, desde el punto de vista de la salud pública, no se recomienda su uso sistemático por dos motivos: su escasez y la necesidad de garantizar la protección de los profesionales de la sanidad, y también por su escaso impacto en la propagación del virus. En otras palabras, viene a decir "Le Figaro", uno se protege individualmente a costa de la comunidad. Pero el miedo es libre...

Deberían ofrecer resignación intelectual las conclusiones oportunas de una de las grandes novelas francesas de la posguerra del siglo pasado, "La peste", de Albert Camus, y sus reflexión sobre la vida. Cuando se trata de morir no hay progreso en la historia ni escapatoria para nuestra fragilidad. Estar vivo siempre fue y será una contingencia, además de una condición subyacente ineludible. Plaga o no, existe, por así decirlo, la peste, si con ello queremos referirnos a la muerte súbita, un acontecimiento que puede hacer que nuestras vidas carezcan repentinamente de sentido.

En 1941, Camus comenzó a trabajar en una historia sobre un virus que se propaga, sin control, de los animales a los humanos y termina destruyendo a la mitad de la población de Orán, en la costa argelina. "La peste" se publicaría seis años después. El libro arranca con un aire de normalidad. Los oraneses llevan una vida despreocupada, centrada en el dinero. El narrador y protagonista, el doctor Rieux, se encuentra con una rata muerta. Luego otra y otra. Pronto, la epidemia se apodera de la ciudad, la enfermedad se transmite extendiendo el pánico. Camus se sumergió para escribir su novela en la historia de las plagas. Leyó sobre la peste negra que mató a unos 50 millones de personas en Europa en el siglo XIV; la plaga italiana de 1630, que acabó con 280.000 en Lombardía y el Véneto; la gran plaga de Londres de 1665, y las que asolaron ciudades chinas durante los siglos XVIII y XIX.

Pero, como ha apuntado en el "New York Times" el escritor anglosuizo Alain de Botton, Camus no estaba escribiendo sobre una plaga en particular, y la suya tampoco era, como se ha sugerido a veces, una historia metafórica sobre la ocupación nazi de Francia. Creía que las catástrofes que llamamos plagas son meras concentraciones de una precondición universal, casos dramáticos de una regla perpetua: todos los seres humanos son vulnerables y pueden ser exterminados al azar en cualquier momento, por un virus, un accidente o las propias acciones violentas del prójimo. Los vecinos de Orán se creen inmortales. Viven en una sociedad moderna alejada de las plagas medievales: no van a morir como los miserables del siglo XVII o los cantoneses del XVIII. Pero, ni antes ni ahora, nadie en el mundo es inmune. La plaga espera pacientemente en sótanos, baúles, pañuelos y viejos papeles, cuenta Camus.

Rieux trabaja sin descanso para aliviar el sufrimiento de los pacientes. Pero no es un héroe. "No se trata de heroísmo", dice. Y añade que puede que parezca una ridiculez, pero que la única arma para combatir la plaga es la decencia. "¿Qué es la decencia?", le preguntan. Él responde que hacer su trabajo.

Ayer, el ministro del Interior, Christophe Castaner, compareció para instar a los franceses a recluirse en sus casas.

Compartir el artículo

stats