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Crónica Vírica

Una cerradera como nunca en vida, por Chus Neira

Pilar Montes, de 90 años, ayuda al negocio de su hija, en Sariego, pasmada por un encierro que no vio ni cuando el tifus, la tuberculosis o la difteria

Una cerradera como nunca en vida, por Chus Neira

El 8 de marzo el Papa rezó el ángelus en streaming, España sumó siete fallecidos por coronavirus y las manifestaciones del día de la mujer llenaron las calles del país. Fue el día en que Pilar Montes cumplió noventa años y volvió a repartir el pan y la prensa, como cada domingo, a los clientes que entraban en el bar y tienda que abrió hará sesenta con su marido y que hoy regentan su hija Florentina Menéndez y su nieta, "la cría". Aquel día, Pilar Montes aún no sospechaba que durante las próximas semanas sus ojos contemplarían cosas con las que nunca se habían cruzado desde que se abrieron al mundo, en 1930. Ayer al mediodía, asomada a la ventana de Casa Rufo, en una desierta plaza de Vega (Sariego) echaba cuentas atrás y recapitulaba:

"Mira, yo vi tifus, vi casas cerradas por la tuberculosis en aquellos tiempos, que serían, no sé, los años 35 o los años 40; vi difteria, vi sarampión, pero nunca una cosa como esto; esta cerradera, fíu, yo nunca la vi. La verdad es que estoy pasada".

El pasmo de Pilar contrasta con la calma que reina en todo el concejo. Hasta llegar aquí, de Lamasanti a la Piñera, se escucha poco más que unos pájaros y se ve poca actividad. Ni ganadera. No ruidos de tractor. Ninguna máquina trabajando. El taller cerrado. Como mucho, un vecino arreglando el prao, la mujer con la colada y el niño encaramado a la galería con unos juguetes. El albergue de peregrinos que trae aquí, camino de Santiago, durante todo el año, a chavalería muy rubia, con poco dominio del español y ganas de compartir experiencias, también está cerrado.

En el supermercado se escucha a una cajera explicar, con alivio, que parece que la gente ya se lo empieza a tomar un poco en serio, que menos mal, que lo de la semana pasada era un cachondeo. Doblando la esquina, en la farmacia, se comprueba que la mayoría hacen cola fuera, llevan guantes o máscara y parecen tener cuidado, pero que de repente llega un paisano, alpargatas y cayao, y no entiende nada:

-¿Qué está, cerrado?

-No, hacemos cola.

-Entonces, ¿qué se puso todo el pueblu malu?

Donde Pilar, que ve pasar por allí a todo el que sale, dicen que las cosas están tranquilas y bien, que la gente es muy disciplinada. "Aquí llegan, compran y marchan. Y si vienen cuatro, pues esperan fuera". Efectivamente, la mecánica que se ve es la de entrar, saludar, comprar, intercambiar algunas novedades -que si uno está echando agua con lejía con el tractor, que si el otro ya lo hizo ayer, que si vinieron a hacerle la prueba a aquel porque, claro, es policía y tienen esos protocolos-. La charla, con la barra de por medio, se corta invariablemente cuando llega otro cliente a la puerta, deja salir y vuelve a empezar. Pilar insiste: "La gente está cerrada, hay que cerrase en casa y estar guardado, y eso es lo que hacen. La cría tiene que ir a la Pola a recoger algunas cosas algunos días, como las revistas. Y bien. Tiene el papel ese que pidió para poder funcionar. Que si no, no la dejan. Ye todo mandar".

En la tienda ya no hay bar. Como mucho, café para llevar, latas de cerveza para que las tomen donde sea, la prensa, el pan... Vienen aquí o a la Caja (Rural), al lado, en la misma plaza, para actualizar la libreta, y para casa. Pilar dice que trata de tener el menor trato posible con la gente, pero que si tiene que atender algo también lo hace, que para eso está en su casa y que no va a escapar a ningún sitio. Lleva mal lo de la mascarilla porque se le empeñan las gafas, pero por lo demás, sin queja: "Catarro no lo noto, ni ningún mal. Lo único que salgo es al tendedero, ahí detrás. No hacen más que meterme miedo, que me cuide, y qué sé yo. Pero aquí estoy, encerrada, completamente enjaulada, igual que si estuviera en presidio, que digo yo que ye una pena, porque por más que sea estar un poco por ahí fuera charlando... Pero nada". El consuelo, su única certeza, que hoy, mañana, al otro, volverá abrir. "Cuando hubo muertes sí, la de mi padre, la de mi marido... Pero por lo demás, nunca cerré la puerta. Tampoco ahora".

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