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Crónica vírica

Bajar la bandera a media asta, por Chus Neira

Pedro Rodríguez Alberdi, taxista en Oviedo, cuenta su día a día: pocas carreras y clientes mayores y con miedo

Bajar la bandera a media asta, por Chus Neira

Fue hace una semana y media pero ya pesan como dos meses. Era la primera vez que Pedro Rodríguez Alberdi salía a trabajar desde que el gobierno había dicho que era mejor quedarse en casa. Eso había sido el viernes, y él había dejado el taxi en el garaje de la plaza de Castilla, a la espera de lo que pasaba. Ni él ni sus compañeros de Oviedo ni en ninguna otra parte lo habían visto venir. "Fue un hachazo". Pero el lunes ya se había rumiado todo lo que tenían que hacer los taxistas. La emisora les había dado desinfectante y guantes y sabía que, con una licencia acabada en dos, le tocaba salir los pares. Así que era el lunes 16 de marzo, las siete de la mañana, cuando salió de casa y en la parada de la calle Fruela no había un alma. Debió de pasar así dos horas y media hasta que la primera carrera vino a meterlo todavía más de lleno en esa sensación de "pandemia total". Apareció doblando la esquina, pasos rápidos para meterse en el taxi, algo más de cincuenta años, mascarilla y guantes de los que casi nadie usaba aquellos primeros días. "Al hospital, consultas externas". Desde el asiento trasero derecho, el único que se puede ocupar ahora, aquella mujer le dijo que estaba muy preocupada porque era del grupo de riesgo y, además, tenía una hermana mayor en casa.

Después de dejarla en el HUCA, una parada donde ahora trata de estar lo menos posible, buscó otra donde iniciar, por primera vez, el protocolo que desde aquel día repetiría después de cada viaje: vaporizar el asiento con el desinfectante, también el asiento delantero por detrás, las puertas, las manillas, el gel para las manos? Hay medidas adicionales. Intentar cobrar siempre con tarjeta, "contactless", mejor no bajarse del coche, nada de corrillos, menos donde el HUCA.

Desde aquella clienta cero hasta ayer, que tocaba descansar, el 272 de Pedro Rodríguez Alberdi ha ido viendo cómo cada vez había menos gente por la calle y más miedo en las casas de los clientes habituales. Preocupación. Las pocas carreras que se hacen ahora son de gente mayor que coge el taxi para ir al hospital o al centro de salud. Familiares que van a llevarle la comida a los abuelos, a los padres, a acompañarlos al médico. Y alguna señorina que tiene que ir a hacer la compra y "espérame que salgo ahora" o "te llamo y me vienes a buscar". No es, desde luego, la clientela normal.

Hace pocos días, una vecina de La Corredora le dijo que si no fuera por el virus le daba un besazo. Tenía que hacer la compra y no tenía a nadie, estaba sola y con miedo a que no hubiera ni taxis. La llevó a hacer la compra y la devolvió a casa. Otra clienta, casi sesenta, agradeció que la cogiera. Tenía alergia y estaba pasándolo mal. Mucho estornudo, hecha un cristo, "y me echan de todos los sitios, pero solo es alergia", lloró. Necesitaba ir a dejarle una mascarilla a una amiga sanitaria.

Esa, la de las urgencias, es la tónica. Salvo algún despistado. A él no le tocó, pero un compañero cogió la semana pasada por la tarde a un pintas bastante borracho y algo indeciso que después de pensárselo un poco en el asiento le soltó un "llévame de putas"; y por más que el otro le disuadiera, seguía insistiendo en que sí, que estaban abiertas.

La situación es rara porque por una parte reciben mucho cariño, el agradecimiento por seguir funcionando -aunque ellos son muy conscientes que los que se están comiendo todo esto son otros, los sanitarios- y por otra, cada día son menos carreras. Si por la mañana hay poco, por la tarde nada.

Casi ningún viaje que sea más allá de Lugo de Llanera, Posada, Lugones o Bueño. Alguna vez, como con un cliente que cogió en la Renfe el martes y dejó en casa, en la zona rural, hay problemas. La Guardia Civil le preguntó que de donde lo traía y luego fueron a picarle a casa. En la ciudad, militares paseando y policía. Bronquean mucho, pero piden poco los papeles, resume.

Al final, pese al poco curro, hasta presta salir cada dos día para que a uno le dé un poco el aire, moverse un poco con el coche y relajar. Pero apenas 30 euros de recaudación. Que ni para la gasolina. Lo único que ha subido, claro, son las claves M, las de las visitas médicas, pero eso va por otro lado.

Así que los taxistas tienen otro problema, porque baja todo pero los pagos no, y la solución que les dan es que se empufen un poco más. Más créditos. Como si fuera poco todo lo que tienen encima hasta que se despeje el horizonte. En su caso: crédito hipotecario de la licencia, un seguro de vida asociado al crédito, cuota de autónomos, cuota de la emisora, seguro del hogar, letra del coche, que lo cambió hace medio año. Gasolina y mantenimiento, aparte. Y si tienes una avería, apaga y vámonos.

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