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Desde mi encierro

Lecciones de Camus, literatura visionaria

El exdiputado Emilio León asiste en Francia a la evolución de una pandemia en la que ve "una oportunidad para repensar nuestro modo de vida"

Emilio León, con su hija Rosana. E. L.

El cierre de las aulas encontró a Emilio León, exportavoz de Podemos en la Junta General del Principado, trabajando en La Rochelle, Francia, "al otro lado del golfo de Vizcaya", en un centro de Secundaria que lleva un nombre ilustrativo e inspirador en tiempos inciertos de pandemia. El instituto se llama Albert Camus, y Camus ya contó parte de todo esto en "La peste", en 1947. "Hombres que se creían frívolos en amor se volvían constantes. Hijos que habían vivido junto a su madre sin mirarla apenas ponían toda su inquietud y su nostalgia en algún trazo de su rostro que avivaba su recuerdo. Esta separación brutal, sin límites, sin futuro previsible, nos dejaba desconcertados?"

Camus, relee ahora León, "nos invita a reflexionar acerca del valor de la solidaridad en tiempos difíciles y que, en ocasiones, las peores consecuencias de una epidemia no se encuentran en la propia enfermedad, sino en los comportamientos humanos que puede desencadenar".

En Francia, donde evolucionan de forma similar que en España tanto las cifras de contagio como la sensación de los errores cometidos, "las medidas de confinamiento son menos restrictivas". Emilio León puede pasear con su hija Rosana, de casi 4 años, "una diferencia fundamental. Aquí nadie entendería que se pudiese salir con los animales de compañía mientras se mantiene encerrados a niños y niñas". También se permite "hacer deporte de forma individual: una vez al día, sin que dure más de una hora y a un máximo de un kilómetro del domicilio". No son los partidos de fútbol con los amigos en la playa de San Lorenzo, pero como sucedáneo de emergencia puede servir.

Este "distanciamiento social" de Asturias le ha permitido aproximarse a la realidad de la pandemia al otro lado de los Pirineos, asomarse a ver que "el teletrabajo está siendo un lastre para asegurar los cuidados", o que el paso de la clase presencial a la docencia a distancia necesitaba tal vez un tiempo de reflexión. O la punzada en el proverbial orgullo francés que ha supuesto comprobar que, de pronto, "Francia puede fabricar trenes de Alta Velocidad, como los que se fabrican en la planta de Alstom de La Rochelle, pero no mascarillas. En algunas pequeñas localidades se ha comenzado a manufacturar mascarillas textiles en casa de los vecinos".

En casa "nuestra hija ha pasado menos tiempo de calidad con nosotros que cuando dábamos clases presenciales. Nuestra mirada ha estado fijada en la pantalla del ordenador mientras tratamos de acompañar a más de doscientos estudiantes cada uno, a sabiendas de que las dificultades -y las desigualdades sociales- se acentúan con la enseñanza a distancia que se está poniendo en práctica".

Por lo demás, enseña a sus alumnos que "necesitamos aprender a escucharnos un poco más y colaborar para hacer que esta situación que va a prolongarse sea más llevadera". Mirada por el lado menos terrible, la pandemia también enseña que "tenemos por delante una de las últimas oportunidades para repensar nuestro modo de vida gracias a esta drástica ruptura de lo cotidiano. Todo lo que se decía que no se podía hacer se ha hecho para frenar una epidemia. Todo el mundo ha demostrado una capacidad de sacrificio que hace tan solo unos días cualquier cínico hubiese negado. Se han desempolvado algunos resortes institucionales y se ha reactivado cierto sentimiento comunitario. Cuando pasen los momentos más dramáticos tendremos que frenar un virus igual de peligroso, el del miedo?"

Para saber cómo ocuparse estos días, a veces vuelve el Camus de "La peste": "Pregunta: ¿Qué hacer para no perder el tiempo? Respuesta: Sentirlo en toda su lentitud".

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