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Crisis del coronavirus

Un virus que pone en valor los bares-tienda

Estos locales, antaño imprescindibles en los pueblos y muchos de los cuales con el tiempo se vieron abocados al cierre, recobran hoy su protagonismo

María José Freije, del bar-tienda Castrillón, en Boal.

Dice Ana Álvarez, del bar-tienda Pepe Luis en San Mamés (San Martín del Rey Aurelio), que desde que empezó lo del coronavirus echa de menos escuchar cómo llega el chatarrero por el pueblo, pegando voces a través del megáfono de su furgoneta. "Ahora la que pasa ye la Guardia Civil diciendo a la gente que no salga a la calle. Pero vaya, aquí en el pueblo, que estamos todos acostumbrados a salir al fresco, al caminín, a pasear como hace tanta gente mayor, se nos hace raro aún, a pesar de que aquí la gente está muy concienciada", afirma esta mujer, que para mantener la distancia de seguridad entre la barra y la entrada del local ha parapetado un par de sillas.

El silencio del establecimiento no le abruma, pero confiesa que echa de menos el bullicio vecinal de las primeras horas, sobre todo a los vecinos de más edad, que son los que más se resienten del confinamiento. "Les extraña que no puedan salir a pasear. Hace unos días fue un paisano en taxi a la farmacia a Blimea y le extrañó no ver a casi nadie por la calle ni poder tomar nada. Echan en falta tener un poco de tertulia". Estos días le aumentaron un poco las ventas. No mucho. Sobre todo en lejía, papel higiénico y fruta. Ella afirma que en su pueblo todo el mundo está muy concienciado. Sirve con guantes a una clientela, a la que no hace falta pedirle que guarde la distancia. "Si coinciden tres a comprar, entran dos y el tercero queda fuera esperando. No hace falta recordarles nada".

En Cangas del Narcea, concretamente en Posada de Rengos, Julia López Martín, que regenta el bar tienda y restaurante La Artesana, se muestra preocupada por lo que está sucediendo. Equipada con guantes y mascarilla, solo atiende en una parte de la barra y en el local solo puede entrar una persona de cada vez. "Puse un taburete con una cinta para impedir que la gente se acerque", matiza.

Señala que en su pueblo hay mucha gente mayor y que aún no está muy concienciada con lo que está pasando, pero poco a poco lo van entendiendo. "Yo aquí tengo de todo en alimentación, limpieza, droguería, panadería, incluso bombonas de propano y de butano. También tengo máquina expendedora de tabaco", destaca, y recuerda que lo que más vende es lo habitual "café, leche, legumbres, pan, azúcar esas cosas de siempre".

La llegada del virus ha puesto en valor estos locales tradicionales en la zona rural asturiana, como resalta la propia Julia. "Somos muy necesarios. Hay mucha gente mayor en los pueblos de Cangas. Ahora se dan cuenta del valor de estos establecimientos", señala esta mujer, quien también hace hincapié en que la situación que viven "supone una enorme crisis para la hostelería que nos va a ser muy difícil superar. Necesitamos ayudas urgentes que se hagan realidad, no palabras bonitas de los políticos. En estas tiendinas tenemos que pagar impuestos exagerados y somos imprescindibles en las zonas rurales", añade.

En el mismo sentido se manifiesta Fina García, quien desde hace años regente en Abres (Vegadeo) el bar-tienda Casa Barbeiro. También con guantes y también con las sillas como parapeto y que, como el resto, solo abre como tienda. "Entiendo la situación y tenemos que mantener las medidas de seguridad, pero también me da un poco de pena porque este local como tantos bares-tienda son muy familiares, muy de reunirse los vecinos del pueblo".

Los primeros días vendió algo más de productos de primera necesidad, "tal vez por el miedo inicial de la gente", pero el ritmo de venta de su local se ha normalizado. Ella y su hija María, además de atender la tienda también hacen lo que llaman "menú de mochila". "Lo llamo así porque, como quien dice, se lo tienen que llevar puesto. Aquí no tenemos abierto el restaurante pero, claro, por aquí pasan chavales al monte a trabajar o a cuidar el ganao, o mecánicos a hacer reparaciones, ¡y no tienen dónde comer nada!, entonces nos avisan y les hacemos la comida y se les entrega en táperes", matiza Fina, quien sobre sus vecinos de más edad señala que "están asustados y preocupados, un poco como todos, que estamos a la expectativa a ver qué pasa". También ella cree que esta situación ha motivado que se pongan en valor estos establecimientos. "Ahora somos más conscientes de que todos somos necesarios, pero habría sido mejor que no tuviera que pasar esto para darnos cuenta de ello", resalta.

Gloria Menéndez, al frente del bar-estanco La Llosa en San Bartolomé de Miranda (Belmonte de Miranda), lo tiene abierto como estanco y también como tienda. "El otro día pasó un chaval y me dijo que si le podía dar un café y se lo puse para llevar, ¡prubín! Hago bocadillos, ¿cómo vas a dejar a la gente con hambre?, también comida envasada para llevar", matiza esta mujer batalladora, que se muestra muy preocupada con lo que sucede. "Ahora sí, ahora la gente mira más para el mundo rural, pero esto pinta mal, esta es una guerra económica; a ver lo que aguantamos aquí porque yo no quiero cerrar, me quedan cinco años para jubilarme". Gloria Menéndez también echa de menos a su clientela habitual y sus tertulias mañaneras. "Hay que ver cómo se está poniendo esto. El otro día entró un chaval agobiado el probe a pedirme permiso para ir al baño. ¡Sí, home, sí, ¿cómo no vas a pasar al baño?, estaría bueno!, le dije. Así están las cosas, en fin", añade.

Quien de momento también está bien abastecida es María José Freije, del bar-tienda Castrillón en Boal. "Tengo más o menos de todo. Al principio la gente compró más de lo habitual, pero la cosa se calmó. En vez de un paquete, igual llevaban dos o tres", dice. La soledad del local -tan lleno de vida porque estos bares-tienda son, en realidad, auténticos centros sociales de sus pueblos- también pesa en el ambiente.

"Estoy preocupada. Cada vez que me dan dinero me lavo las manos con desinfectante y cada dos por tres limpio la barra con alcohol", añade esta mujer, para quien es triste que sucesos como este sean los que pongan en valor locales como el suyo y tantos otros en los pueblos de Asturias. "Yo nunca pensé que íbamos a llegar a este extremo, igual tendrían que haber tomado medidas antes. A mí me da mucha pena por la gente, que se reunían aquí, echaban la partidina, se enteraban de las noticias del pueblo; pero, bueno, en la ciudad también lo estará pasando mal mucha gente más", se lamenta.

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