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Crónicas víricas

En la frontera asturiana el encierro se hace más incierto, por Chus Neira

Del uno al otro confín: la leyenda urbana de no poder pasar a Ribadeo desde Figueras; en Casamaría compran en Unquera sin problemas y en Marentes temen no poder sembrar patatas

Control de la Policía Nacional en la ronda sur de Oviedo. MIKI LÓPEZ

La leyenda urbana dice que en Figueras no pueden ir a hacer la compra a Ribadeo por más que les separen ochocientos metros de Puente de los Santos. Que están dando la vuelta a los vecinos y mandándoles que vayan a comprar a Tapia. Pero el investigador local Fernando García descarta el conflicto fronterizo. Galicia no ha cerrado el paso. El problema fue otro.

La vida de confinamiento en los confines de Asturias tiene este tipo de confunsiones e incertidumbres. A veces las trae la distancia. Otras, es esa condición más flexible que da habitar en la raya, en medio de dos mundos, la que provoca desplazamientos.

El caso, en lo tocante a Figueras y al Occidente, si hemos de creer el relato de Fernando, como efectivamente hacemos, fue otro. Desde Avilés hasta donde muere el Eo no hay, en todo el territorio, ninguna superficie comparable al Eroski de Ribadeo. Así que cuando llegó el fin de semana, el pasado no, el anterior, muchos pensaron que ya que se podía hacer la compra, por qué no quedar allí. Con un poco de suerte igual estaban hasta abiertas las cafeterías, y además del supermercado siempre se podía comprar alguna cosa, ropa o herramienta. Hubo reuniones familiares en el centro comercial. Los menos cautos viajaban en el mismo coche, los pícaros con dos vehículos se desplazaron el marido en uno y la mujer en otro. "Es que la gente estaba sin entrenar", disculpa Fernando.

Y a la Guardia Civil y a la Policía de Ribadeo también les pilló un poco por sorpresa y sin saber qué hacer todo aquel movimiento de personal. Pero por la tarde se pusieron controles en la rotonda. Y empezaron a dar la vuelta después de pedir documentación y comprobar de dónde venía cada uno, que no es lo mismo desde Figueras que, como hubo casos, plantarse a hacer la compra en Ribadeo con casa en Navia.

Aquella riada del fin de semana trajo la leyenda urbana. El cierre, al pesar de las fuerzas de seguridad -"que un fin de semana normal en Ribadeo lo último que puedes hacer es cerrar el puente", sostiene Fernando- , sirvió de lección. La gente tomó nota. Se quedaron quietos y salieron lo justo. Pero salir se puede salir, con tranquilidad y medidas necesarias, al Eroski o al Mercadona de Ribadeo. Cuando haga falta, porque sin moverse de Figueras hay ya de sobra: carnicería Lisardo con su pequeña sección de congelados, la tienda Covadonga, el kiosco de Rosa y la panadería.

Al otro extremo de la región, tanto que ya se sale, en la localidad cántabra de Casamaría, aunque en la misma raya, que a pocos metros ya se ve la parroquia de Merodio (Peñamellera Baja), Felicidad Villar mata la tarde rezando el rosario con un cacharro que tiene que va rezándolo por delante. "Algo hay que hacer, sino uno se pone malu. Dicen que hay que rezar, pues yo rezo".

Vive aquí con su marido, Higinio Alonso de la Torre, y en el pueblo andan cada uno a lo suyo desde que ordenaron no salir de casa. A la compra, a la farmacia, a lo que haga falta, les baja el chaval, Jose Luis, a Unquera. Sin mayor problema. Nunca le han parado. Ayer por la tarde fueron a sembrar patatas y lo mismo. Tranquilidad.

Es justo lo contrario que le pasa a Pacita Cereijo en Marentes (Ibias). Ellos sí ven pasar a la Guardia Civil y les van avisando. Por eso dice, dejando entrever sus reparos, que la huerta la atienden "de momento". "Veremos si hay que parar en eso también". Y es que ayer mismo dieron el alto al hijo cuando venía con leña en el tractor. Les explicó y le dejaron pasar, pero le despidieron con un "para unos días ya llevas", que hizo que luego, por la tarde, ya no se atreviera a ir a echar estiercol a la finca. Y hasta aquí llegan otras historias, que si en no sé dónde, para los Oscos, estaban echando patatas y les dijeron que pararan, que eso tampoco se podía hacer. Por eso el "veremos" de Pacita.

Por lo demás, Pacita, 83 años, tampoco se queja. El pueblo es pequeño y la mayoría de las familias están para fuera. Aquí quedarán unos veinte vecinos. Hace ya muchos días que no se acercan para nada a Fonsagrada, su lugar natural de comercio. En Marentes hay panadería y una tienda con bastantes comestibles. Si hace falta algo, cogen el coche y van a San Antolín. "De momento vamos arreglándonos así y lo llevamos bastante bien. Mientas no nos dé eso...". Ni mentarlo.

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