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Los "héroes" invisibles contra el virus: así trabajan para abastecer de comida a los asturianos

Productores locales, transportistas, empleados de logística y cajeras de supermercado mantienen vivo el sector de la alimentación, un servicio esencial en tiempos de confinamiento

Un supermercado asturiano ofrece comida a sus transportistas: "Esta bolsa ahora vale muchísimo"

Un supermercado asturiano ofrece comida a sus transportistas: "Esta bolsa ahora vale muchísimo"

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Un supermercado asturiano ofrece comida a sus transportistas: "Esta bolsa ahora vale muchísimo" Chus Neira

Para que esa merluza llegue hoy a una cazuela han hecho falta varias manos y se han echado en falta unas cuantas cosas. Faltó el menú del día que Guillermo podía tomar antes en cualquier bar de carretera nacional donde los transportistas reponen fuerzas. No tuvieron los hijos de Noe o de Vanesa los besos de su madre, obligada por su contacto diario con clientes en una frutería de Masymas de la Tenderina, en Oviedo, a mantener la distancia también en su casa. Tampoco la hija de Marcelino y Jéssica tuvo colegio mientras sus padres iban a atender las vacas de la ganadería familiar. Y donde antes Iván vendía electrodomésticos, en el Hipercor de Salesas, en Oviedo, se almacenan ahora las bolsas de los clientes que vienen a recoger su pedido al parking, como si fuera un hospital de campaña de carritos de la compra. La crisis sanitaria del coronavirus COVID-19 ha suprimido muchas cosas, pero pese a esas ausencias no ha podido romper la cadena de la alimentación ni interrumpir el trabajo de miles de profesionales asturianos que todos los días salen de casa para producir, recoger, preparar y vender lo que nos alimenta en las semanas de encierro.

El supermercado es un hospital, con sus cajeras -la mayoría mujeres- al frente y un desborde de pacientes que los días han ido ordenando y espaciando poco a poco. Pero antes de llegar a la línea de cajas, los alimentos empiezan su viaje a la despensa algo más lejos. Francisco Vázquez, Paco, responsable de carnicería del grupo Masymas en Asturias, lleva desde las siete y media al teléfono, en su casa, y a las once empezará la ronda por fuera, entre visitas a los mataderos y a los ganaderos. "Ellos no notan la enfermedad del bicho, salvo por lo de estar al tanto de no mezclarse con otra gente, pero los animales comen todos lo días, hay que atenderlos, limpiar las explotaciones y mandarlos al matadero. Siguen al mismo ritmo o incluso superior, porque con el cierre de los bares ahora se consume lo mismo, pero en casa, y eso es producto local". Insiste Paco que es importante recordar que esos ganaderos de ternera asturiana son los que están dando el do de pecho. "Sin ellos, nosotros no podríamos servir la carne, y esto no son empresas como Castilla, que puedan tener cinco mil cabezas, en Asturias son familias, con un trabajo oculto, invisible, pero esencial".

Entre visita al macelo de Gijón y al Matadero central de Noreña, Paco Vázquez se acerca a ver los animales de una de esas familias asturianas. La ganadería Castiello, cerca de La Camocha, en la zona rural de Gijón, la atienden Marcelino Castillo y Jéssica Menéndez, pareja de jóvenes ganaderos con una hija bastante buena de llevar en esta temporada sin cole pero con trabajo para ir a ver los 180 animales que andan por las fincas. "Por mucho miedo que tengas a contagiarte, hay que seguir", resume Marcelino. Tienen 48 vacas paridas y otras 40 que lo harán de aquí a junio. Mucho trabajo y más ahora que tiene que dar salida al matadero a más animales, pero Marcelino no es nada optimista con el repunte del producto local: "Esto va a ser ahora, pero cuando pase no se van a acordar de nosotros para nada, ye lo que hay".

Paco sigue su ruta. Vuelta a los mataderos por la tarde, donde la distancia de separación entre los matarifes se hace complicada. De aquí saldrán las canales directamente a las tiendas de Masymas, donde cada carnicero se encarga del despeine y de presentar los productos. Luego volverá a casa, llevándoles la compra a su mujer y a su hijo, que es veterinario en León refugiado ahora, por cese de actividad, con sus padres.

Un supermercado asturiano ofrece comida a sus transportistas: "Esta bolsa ahora vale muchísimo"

Un supermercado asturiano ofrece comida a sus transportistas: "Esta bolsa ahora vale muchísimo"

El pescado, como la carne, hace un recorrido parecido hasta llegar al Hipercor de Salesas, donde Adrián Arias, de 39 años, recibe la mercancía, la guarda en la cámara, la sube a la tienda y se la vende a los clientes. Por la mañana, lo que viene de la rula, donde trabajan con un comprador. Por la tarde, el camión de La Coruña. Con el paso de los días, dice Adrián, el cliente está pidiendo cada vez más pescado. Por el producto fresco y también porque bajaron los precios. Su rutina diaria ha cambiado poco, salvo por la cantidad de pedidos que hay que ir despachando rápido. "El cliente que sigue viniendo a hacer la compra ve el mostrador con mercancía y creo que eso le inspira confianza. Son muchos los que te agradecen que estés trabajando, te dan las gracias. Pero también el que entiende que es tu trabajo y viene como si fuera un día normal, que a veces hasta lo agradeces, la normalidad".

Esos camiones que entran y salen repartiendo comida de los supermercados de toda la región son parecidos a los que maneja Guillermo de Dios, transportista de Valdesoto con ruta de reparto por toda España y seguro de que su sector podrá con esto, "que luego la gente va al Mercadona como si mañana no fuera a venir el camión, pero todos los días venimos".

Ayer dejaba yogures de la Central en Madrid y cargó fruta para dejar hoy en Mercasturias. Su empresa, Frigoríficos Sandoval, como todas las del sector, no para. El consumo ha aumentado y ellos están en uno de los primeros eslabones de la cadena. Estas semanas lo tienen un poco más crudo. "El café por la ventanuca, y gracias", resume. Habla de las estaciones de servicio. En algunas les invitan a una bebida caliente. Todo a través del mostrador. Pero están la mayoría de los bares y áreas de servicio cerradas, salvo el Juanjo, en Palanquinos, León, A-231, que te pone el menú para llevar, y entonces, claro, tienen que volver a lo de antes. "Es lo que estamos haciendo todos. Las muyeres métennos de comer en el túper y para la cabina, como tenemos nevera no se estropea nada. Y así estamos, como si estuviéramos de camping". En casa de Guillermo, todos bien. Tiene una chavala y un guaje de 14 años que parece que tiene un jabalí. Por eso da las gracias de estar en un pueblo. "Si llega a ser un piso pequeño en Oviedo mirando a un patio de luces, no sé lo que íbamos a hacer".

Los viajes de Guillermo empiezan y acaban en las plataformas logísticas, los grandes almacenes donde la mercancía se mueve de uno a otro lado, que siguen con una actividad frenética y nada raro, salvo los equipos de protección. Rubén Montes, director de logística de Masymas, coordina la operativa diaria desde primera hora de la mañana. Plataformas como la que su cadena tiene en Mercasturias abren desde el domingo a las 22.30 horas hasta el sábado a las 21.30. Unas 130 personas, con turnos escalonados y todas las precauciones, paneles informativos y demás, se encargan de garantizar que las tiendas estén abastecidas diariamente, con los productos de mayor caducidad y los secos, sin mayor problema pese a que el consumo familiar se haya incrementado un 12%. Desde su trabajo, Rubén trata de facilitar la labor a todos los compañeros, sabe cómo están las cosas en cada punto de la cadena y por eso, también, aprovecha las preguntas del periodista para agradecer el compromiso de todo el personal. "Son magníficos, con total disponibilidad, todo el mundo se ha responsabilizado, conscientes de que nuestro trabajo es esencial, de la importancia de su trabajo e incluso muchos han retrasado voluntariamente su periodo de vacaciones. Y encima lo están haciendo con alegría, poniéndose vídeos en las tiendas para darse ánimos, en Pola de Siero, en Somió, en la de Alejandro Casona en Oviedo".

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La cadena que resiste al virus

También cantan, antes de abrir la tienda, en el Hipercor de Salesas. Llegan a las ocho y cantan de todo para darse ánimos antes de que entren los primeros clientes por la puerta. Sofía González estaba antes en la sección de cultura, con las revistas y la papelería, y el tiempo del virus la ha llevado directamente al "Click & car", un servicio que El Corte Inglés ya ofrecía con anterioridad pero que ahora se ha multiplicado por diez, tirando por lo bajo. También antes con dos personas era suficiente para gestionar este servicio y ahora se ha habilitado una zona para diez trabajadores. Los pedidos, al otro lado de Hipercor, se almacenan en lo que antes era la zona de electrodomésticos. Los clientes tienen sus días asignados y franjas horarias de recogida, entran al parking y Sofía y sus compañeros les bajan las bolsas y se las dejan en el maletero. Sienten su apoyo. El otro día, al dejarle la compra en el parking uno les entregó un arcoíris dedicado a ellos que había dibujado su hijo. Allí lo tienen, presidiendo la entrada al súper. En casa, Sofía, como todas, llena las horas de los días que no está en el trabajo con todo tipo de actividades. Se hacen manualidades, se cose, y se pasan las horas de la mejor forma posible. "Volver después del trabajo es difícil. Te apetece pegarles un achuchón y no puedes. Y cuando me voy, lo mismo, me dicen que a ver cuándo me quedo allí también, pero ahora toca esto, y nosotros por cultura de empresa somos muy conscientes de que hay que estar unidos para ayudar".

Si Sofía se encarga de la logística de enviar los pedidos, su compañero Iván Rodríguez es quien recorre la tienda llenando el carro con lo que los clientes han comprado a través de internet. Ha visto, por tanto, evolucionar las urgencias desde el primer día hasta esta tercera semana: "Prevalece, sobre todo, la familia de las legumbres, las conservas, la droguería, el papel higiénico como bien sabemos, la harina, la levadura, que la gente tiende también a la repostería y a hacer pan en casa; y ahora están destacando más los snacks, las patatas fritas, los frutos secos y la bebida, cerveza y vino, principalmente".

Para los que no hacen la compra a distancia, el último eslabón de la cadena, la infantería que mantiene a la población abastecida y se encarga de que los supermercados levanten la verja cada día, son las cajeras. Ellas han vivido estos días en toda su crudeza, con sus subidas y sus bajadas. Todas cuentan distintos relatos de una misma historia: caos inicial como nunca antes lo habían visto, cansancio físico y psicológico y orgullo de clase trabajadora, reconocidas por sus vecinos como bien esencial, al lado de los sanitarios, recibiendo el aplauso y el cariño.

Vanesa Gavilán es la encargada del Alimerka de El Molinón, en Gijón, y recuerda ahora aquellos primeros días (son tres semanas que ya parecen tres años) como "la Primera Guerra Mundial". Los clientes estaban desconcertados y ellas también. "Ahora", resume, "todo va muy bien, mucho mejor, la empresa nos ha proporcionado muy rápido los equipos y cuando trabajas segura también te sientes mucho más segura". Además de irse normalizando la situación, el apoyo de los otros y la respuesta del equipo ("aquí trabajan todos dándolo todo") hacen que las jornadas sean más llevaderas. "Incluso en los momentos de compra más compulsiva, los clientes nos daban las gracias, y esos gestos nos hacían tirar para delante, a pesar de que los días eran muy duros, física y psicológicamente. Pero salías a las ocho y los vecinos de enfrente te estaban aplaudiendo y te emocionabas. Igual ha sido la primera vez en que nos hemos sentido realmente valoradas por la gente. Y nosotras, también, cuando entregamos los pedidos a los sanitarios, por nuestra colaboración con los hospitales, y nos dan las gracias, sentimos que los que tenemos que estar al pie del cañón nos ayudamos y que es importante estar orgullosas de nuestros equipos".

Adoración Rodríguez, "Dory", es la encargada del Masymas de la Tenderina, en Oviedo, y donde Vanesa decía "Primera Guerra Mundial" ella dice "Los juegos del hambre". "El jueves antes del estado de alarma, 12 de marzo, empezó la cosa. Estábamos en el turno de tarde, había un camión para descargar y se hizo tremendo porque no dábamos abasto. Luego el viernes 13 dio miedo de verdad. Era por la tarde, no sabíamos qué pasaba y empezó a venir la gente a pelotones. Fue cuando se dijo que iban a decretar el estado de alarma".

Dory también siente ese amor propio crecido cuando va a trabajar. Eso que han relatado otras compañeras de que les gustaría tener una sirena cuando entran en el coche camino de la tienda porque se sienten que están de urgencias. "La gran mayoría", reflexiona, "asocia el súper con una vía fácil de encontrar trabajo, pero estos días, con la gente desviviéndose, vemos que la sociedad te reconforta con sus aplausos. Y es verdad que sales de casa y te vienes arriba, y te dices 'Vamos a por otro día más', porque las jornadas son incontrolables. A mí me ha calado mucho esa frase que hemos sacado en Masymas, de que nos hemos convertido no en superhéroes, sino en los héroes del súper".

En la tienda de Dory, en frutería, trabaja Noelia Fernández. Sabe lo que es tener que estar diciéndoles a los clientes que mantengan la distancia de seguridad, también el pesar que les produce no poder dar un abrazo. Ellos lo van entendiendo, y hasta los que no querían poner guantes de plástico antes, para no cargarse el planeta, entran por el aro para no cargarse a los suyos. En su casa, en Trubia, tiene a sus dos hijos, Darío y Graciela, 15 y 12 años. Y su madre vive sola en casa y le deja la compra. "Ellos lo entienden y lo van llevando. Saben que no hay otro remedio. Tienen que estar en casa. Yo tomo mis medidas y no les doy un beso desde que empezó todo esto. Ni los abrazo". Hay que esperar. Y seguir levantándose a trabajar. No queda otra. Resistirán.

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