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Solo en casa

Ni una rendija para la responsabilidad, por Javier Cuervo

Después de siglos de ser tratados como súbditos, tropa y rebaño, los españoles obedecemos muy bien

Vecinos de Montecerrao, este domingo. MIKI LÓPEZ

Javier Cuervo

Históricamente, España ha estado regida por tres grandes poderes: la Monarquía, el Ejército y la Iglesia. Es decir, que los españoles han sido tratados como súbditos, tropa y rebaño. La obligación de los españoles ha sido obedecer. Mucho más que tener iniciativa, defender sus derechos ante el poder y comportarse como ciudadanos. Como ahora. Por eso lo estamos haciendo tan bien.

Cuando llega la hora telediaria de los portavoces militar y policial, de gala y galones, vemos que han hecho intervenciones de menor cuantía en un país donde se ha ordenado a toda la población que se recluya en casa y se le ha limitado el movimiento fuera de ella a doscientos metros del portal. Una inmensa mayoría de las personas cumple a rajatabla el confinamiento, que se nos recuerda a machamartillo. Fuera de la actividad delictiva que se resiste a no considerarse esencial, apenas vemos más que ejemplos exóticos de incivismo practicado por incontrolados que lo son, no porque los califique así la Policía, sino porque no los pueden controlar sus parejas, sus padres o sus hijos, sus vecinos. En muchos casos, personalidades límite o personas en exclusión, gente sin confín, antes y después del confinamiento.

Estoy a favor de las medidas de reclusión y veo su eficacia. El modelo matemático del Imperial College de Londres sobre el coronavirus preveía que si España llegaba al 4 de abril con una cifra entre 10.000 y 15.000 muertos habría logrado evitar entre 5.000 y 35.000 víctimas mortales hasta el 30 de marzo. El 4 de abril habían muerto 11.815 personas. Aunque un escéptico pueda decir de los entre 5.000 y 35.000 que "moririola", las predicciones matemáticas marcan la estrategia. Haber contribuido a salvar la vida de alguien vale esta pena.

Echo de menos un poco de espacio a la responsabilidad en la estrategia de plantar cara a esta pandemia. Consiste en ser responsable con uno mismo y con los demás y en poner cuidado en lo que se hace y decide. Y echo de más los microfascismos de balcón como abucharar a la madre que pasea a su hijo autista. Se abrió una medida en su favor, pero hay muchas más necesidades especiales de las que ha reconocido el Gobierno. En una sociedad envejecida que abre y mantiene rutas del colesterol, miles de cardiópatas que llevan años haciendo paseos de cinco kilómetros diarios por prescripción facultativa ahora cuentan 5.000 pasos de pasillo arrimados al rodapié.

En las comunidades con espacios comunes amplios y propicios aumenta la cartelería que recuerda la prohibición de su uso y la posibilidad de intervención policial cuando, con responsabilidad, esas áreas podrían ser usadas para la mejor salud de todos. Cualquier persona sensata distingue el uso razonable de un área de paseo de la apelotonada maratón de Nueva York. Hay necesidades normales desatendidas innecesariamente en esta situación excepcional que también serían útiles para el fanático que tiene pie de atleta de la letra y ha dado en delator.

El concepto de rebaño, tropa, súbdito llega también a este Gobierno. Detrás de estas reglas sin espacio para la responsabilidad está el recelo misantrópico de que, si puede uno, pueden todos, y si pueden todos, no se consigue nada. En la tradición militar eso se enuncia con frases como "el hombre tiende a la pereza" o a la indisciplina o a la anarquía o al vicio... pero es porque ve a la persona desde una institución pensada para un estado de excepción: la guerra.

Eso choca con la sociedad en paz. Se vio en el pabellón 5 de Ifema, el recinto ferial de Madrid. Hicieron un hospital de campaña, le aplicaron estrictos criterios militares y lo llenaron de enfermos y de personal militar y civil que declararon: "Esto parece un campamento militar". Claro. No pusieron ni unos paneles para la mínima intimidad de médicos o de enfermos. Unos paneles que, en tiempo de paz, no suponen ninguna facilidad para el enemigo y que ofrecen comodidad básica a los dos intervinientes en la sanidad: el médico y el enfermo. Hubo que corregirlo.

Entre tanto sometimiento policial y militar veamos un ejemplo permitido y conocido de responsabilidad. El Domingo de Ramos, el arzobispo de Asturias, Jesús Sanz Montes, celebró misa en Covadonga. Frente al "yo me quedo en casa" eligió "yo me voy a la cueva". Pidió la intercesión de la Santina, pero -"a Dios rogando y con el mazo dando"- se respetaron las distancias entre los seis curas, las once monjas y el organista presentes. Salvo durante la comunión, que es con Dios, pero también entre fieles.

La oratoria, esa prestidigitación de la palabra, hizo a Sanz presentar Covadonga como "el balcón de Asturias". Desde la consideración de la autoridad de la pandemia, Covadonga es el centro de trabajo de Sanz y la segunda residencia a la que se desplazó el 22 de marzo y de la que ha salido varias veces a funerales de curas fallecidos. En una foto se le ve con dos guardias civiles, pero charlando. Dijo en la homilía que, ante el virus, todos somos iguales. Ante la autoridad, no. Unos son pastores; otros, rebaño. A obedecer.

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