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Crónica vírica

El colegio no cabe en una tarjeta prepago, por Chus Neira

Los kioscos del barrio con fotocopiadora ayudan a que los niños de La Corredoria más necesitados hagan los deberes

El colegio no cabe en una tarjeta prepago, por Chus Neira

Chus NEIRA

El otro día Quique, el mayor, estuvo con la aplicación que le dijo la profesora. Para conectarse, hablar un poco y mirar lo de los deberes. Pero eran tantos los nenos a la llamada y tan poco lo que daba el teléfono de la madre que tampoco se escuchó muy bien. Lo único cierto es que las videoconferencias del cole le chuparon los datos y que Aida ahora no tiene para meter a la tarjeta prepago. Con 20 euros suele tirar para todo el mes, pero no estas semanas de confinamiento. En casa son los dos niños de 12 y 11 años, la hija de 19 y ella, con un salario social de 725 euros y gracias. Con eso hay que tirar.

En casa de Aida no hay ordenador ni conexión a internet. El dinero de la ayuda tiene que llegar para la luz, el gas, el alquiler, comer y poco más. Quique y Miguel van los dos a sexto y el empeño de Aida es que acaben el curso y pasen al instituto, que el mayor ya le repitió. Su hija ahora no está estudiando. Acabó el año pasado la ESO y quiere hacer Educación Infantil. Tiene que ir por la rama de Geriatría y luego pasarse, pero este año no la cogieron en Cerdeño, le faltaron puntos.

Así que Aida se arregla como puede para que sus hijos puedan hacer las tareas del colegio que se cuelgan cada semana en la web del colegio. El barrio ayuda. Aquí, en La Corredoria, al menos dos kioscos y papelerías que ya daban servicio de fotocopias se están convirtiendo en el ejército de salvación para salvar la brecha digital de algunas familias y ayudar a otras a esquivarla con mayor facilidad. El Kioskín tiene, además, un servicio a domicilio, rescatado de cuando estaban en Ciudad Naranco. Allí llevaban prensa y algunas cosas a casa. Ahora, como también tienen pan, leche, café, azúcar... los básicos, vaya, intentan poner lo que pueden de su parte y se lo llevan a los vecinos para que no tengan que salir. El reparto no se cobra. Hay que arrimar el hombro. En el barrio hay gente pasándolas canutas, explican en la tienda Aida Lara y su pareja, Manuel Miranda. Las familias con pocos recursos pueden imprimir aquí un poco más baratas las fichas para que los hijos las puedan hacer en casa a mano, sin necesidad de ordenador. No solo eso. También los universitarios vienen a hacer copias. O algunos ancianos les han pedido que les lleven algo de leer con la compra. O acercan folios y algún cuaderno para colorear a zonas más alejadas, como el otro día a Villapérez.

Lo del reparto es un servicio temporal. Lo hacen, insisten, para ayudar en la medida de sus posibilidades. Una cuestión, casi, de normalidad. Otra papelería del barrio con fotocopiadora, La Bruxa, donde habitualmente ya realizaban muchas copias a través de envíos por correo o WhatsApp, es ahora casi el despacho de deberes. Manuel Fernández vio que la mayoría de sus clientes tenían esa necesidad y durante los primeros días cogió la dinámica de acceder a las webs de los colegios y descargar las tareas. Luego, las familias van llamando. "Manuel, necesito los de 5.º B y los de 4.º A del Poeta, paso a las doce". Y así, como quien encarga una pescadilla de dos kilos, se sirven los deberes en La Corredoria.

Hay otros grados de brecha digital, de dificultades con la educación y de dramas diarios con los deberes en el barrio, como relata Marta Mejido, vocal de la AMPA del colegio Poeta Ángel González. Están, la mayoría, aquí y en casi todas partes, los que no tienen impresora. Pero muchos, también, con un solo ordenador. Y si el padre o la madre están teletrabajando en el horario laboral normal, que es también el de estar en el cole, los niños no pueden estar haciendo sus tareas. Y sin libros, que quedaron en el cole. "Y de repente estás tú trabajando y te llega la niña que si se le borró el archivo antes de mandarlo, que si no le sale para hacer las fracciones o que cómo descarga lo de Naturales, que estamos sin libros, pero son cien páginas y ¿qué haces? ¿Te pones a imprimir todo eso?".

Incluso aunque sean pocas páginas pueden ser un problema. En el caso de Aida, aunque se las acerquen a casa, entre los dos niños y las cinco o seis hojas de cada asignatura por semana pueden ser perfectamente diez euros en fotocopias. Otro mordisco al salario social. A pesar de las ayudas, que también les han dado la tarjeta para suplir la ayuda del comedor y por ahora con eso tira, el estado de alarma complica más las cosas a los que ya las tienen torcidas. Y entonces, esos lotes de comida que Cruz Roja reparte cada cierto tiempo, te avisan de que te toca en medio de todo esto y tienes que intentar ver cómo sales de casa para recogerlo, y tienes que coger un taxi, y que espere, y volver, y otros treinta euros. No quedó otra. Hay que apañárselas.

También dentro de casa, con la ayuda de su hija. Ella se pone a hacer dibujos con los dos pequeños, a colorear mandalas, los entretiene bien. Aida se sienta a hacer manualidades, alguna actividad, un poquito de tele. Y a ratos, también, como todos, se asoman a la ventana, y se agobian, y se aburren.

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