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Turista: de objeto de deseo a apestado

Enclaves de veraneo como Ribadesella, divididos ante la llegada ilegal de visitantes: son riesgo de contagio, pero también la fuente de riqueza

Dos guardias civiles en moto, por el paseo de la playa, a mediodía de ayer. IRMA COLLÍN

Luis Suárez quisiera haber hecho el viaje inverso que unos cuantos -muchos menos que otros años- han hecho esta Semana Santa: ir de Ribadesella, donde vive y regenta una tienda de pesca, a Madrid, donde está su hija, embarazada de ocho meses: "Pero qué va, imposible e insensato. Era mi plan y el de mi mujer, pero aquí nos quedamos".

Lo cuenta a LA NUEVA ESPAÑA la mañana de un atípico Jueves Santo mientras echa un cigarro junto a la valla que separa su casa y negocio del paseo de la playa de Santa Marina, ayer, bajo la niebla y completamente vacía en una jornada en la que habitualmente no cabe un alfiler debido a las exitosas carreras de caballos por la arena.

El riosellano cerró ya su tienda una semana antes de que en España se decretase el estado de alarma debido a la crisis del coronavirus. Lo tuvo claro desde el principio, como lo de suspender su viaje a Madrid. Pero esto último otros no lo han visto o no lo han querido ver así. Por toda la costa asturiana y lugares habituales de recreo, como Ribadesella, se cuentan por decenas (en pocas horas, el miércoles, hubo más de cien sanciones por incumplir la orden de confinamiento) los turistas, personas que pese a ser ilegal -"y peligroso", recalca Suárez- han querido pasar el puente festivo de Semana Santa en su segunda residencia, lejos en muchos casos de la ciudad, del asfixiante piso.

"Haberlos haylos", aseguran los riosellanos, si bien tanto el centro de la villa como la zona de la playa fueron un desierto. "No son muchos, pero sí que ha venido gente". El supermercado que queda en la entrada oeste de la villa parecía la tarde del miércoles una verbena, con atascos para salir y entrar, con gente cargando los carros de la compra. Gente de fuera, no vecinos ni veraneantes de toda la vida en la zona, "sino de los nuevos, con segundas residencias, de los más recientes".

En el cercano Llanes, más de lo mismo: ha habido denuncias ante la Guardia Civil; en muchos pueblos se han visto toldos en terrazas y persianas subidas en viviendas hasta ahora vacías; coches con maletas en las bacas y garajes de las urbanizaciones, de pronto, repletos, informa E. S. R.

"No me gusta que vengan, con la que tienen liada por ejemplo en Madrid", apunta Luis Suárez. "Aunque la gente en general cumple bien. Es que no queda más remedio para no contagiarse", añade.

No piensa igual el empresario Carlos Alperi, instalado a unos metros, en su casa de la playa, por cuyo césped da paseos de tres horas al día. En esta privilegiada vivienda se encerró hace ya un mes con su mujer y sus dos hijas de 17 y 21 años. "Es aberrante, los políticos nos enfrentan. Por aquí ha llegado a patrullar el Ejército; un poco exagerado, ¿no?", clama algo escandalizado: "Ahora nos piden que seamos una especie de 'vieja del visillo' y nos denunciemos unos a otros. Es lo último. Yo, por supuesto que no".

En su calle, la Dionisio Ruisánchez, estarán estos días tres casas abiertas, "cuando lo habitual por estas fechas es que estuviera llena". Asegura que no ha llegado nadie a la zona que no debiera, pero que si así fuera, no denunciaría. "¿A quién? ¿A mis vecinos de toda la vida? Es aberrante". Su receta para frenar el coronavirus es mirarse en el espejo de otros países, como Alemania, con normas quizá más relajadas en cuanto al confinamiento y más "cuidado" con los empresarios, la base de todo, avisa.

Su malestar se entiende. Dedicado a la construcción y a la hotelería, para Semana Santa ha anulado unas 30 plazas de reservas no reembolsables en Ribadesella y Llanes: "La gente te mira mal, te llama sinvergüenza, y con razón. Está todo muy difícil y no podemos ir contra el turista. Si se fastidia el verano, se fastidia Asturias".

Para el puente de mayo tiene sus hoteles casi completos. Lo mismo le pasa a Guillermo Alonso, quien montó hace diez años una escuela de surf y albergue junto a la playa de Santa Marina. Hace tres semanas que decidió aplazar todas las reservas de Semana Santa y ayer mismo empezó a hacerlo con las del próximo puente del Primero de Mayo. La mayoría de gente procedente de Madrid. "Esto ha sido una faena, lo teníamos todo lleno, pero hay que asumirlo", reflexiona mientras cuida de su perra "Lola", a la que ha soltado unos minutos por el paseo.

No quiere pensar en la pérdida en dinero que le ha supuesto el coronavirus, pues "toda la campaña publicitaria que hicimos para Semana Santa ha ido a la basura. Ahora, en este mes la gente reserva ya el verano". De momento tiene tres plazas confirmadas para la temporada estival: "Son de algún optimista, como yo. Quiero pensar y conformarme con que el 1 de julio será cuando esto pueda despegar de nuevo con normalidad. Otra esperanza es que quizás salir al extranjero se prohíba durante un tiempo, así que el turismo nacional irá al alza y muchos vendrán aquí".

En su paseo con "Lola" se encuentra con Cristina Pola, riosellana de pura cepa con vivienda en primera línea de playa. Ambos admiten que son muchos los foráneos que desde el miércoles se han dejado ver de nuevo por la villa. "Pero no los de toda la vida, sino gente más reciente, de urbanizaciones nuevas", coinciden ambos. Los de toda la vida llegaron antes del confinamiento. Y allí deben seguir en esta Semana Santa atípica.

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