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La primavera que lo alteró todo

Treinta días de virus han mostrado que el sistema es frágil, la población, dócil, y la nueva vida recogida dentro de casa, más plácida, en ciertos casos, que la tragedia exterior

Felipe Martínez y Eva Cagide guardan encierro en casa, en Gijón, en pijama.

Hace treinta días que las calles empezaron a vaciarse y la población, a ser capaz de permanecer dentro de sus casas. En cuatro semanas, el virus y el estado de alarma han ido cayendo como una niebla sobre el mundo que creíamos conocer antes del 14 de marzo de 2020 hasta esfumarlo por completo y dejar en suspenso el porvenir, como sucedía en"La peste" de Albert Camus. Hoy, todavía confinados, diez nombres del ámbito de las humanidades echan la vista atrás y tratan de sacar algunas conclusiones sobre los cambios que ha introducido el COVID-19 en nuestro mundo. El más importante, coinciden la mayoría, no es tanto una modificación como una revelación. La crisis sanitaria ha sido, en este sentido, como el niño del traje mágico del emperador, dejando a la vista las fallas del sistema, poniendo la lupa en una fragilidad ahora evidente, antes silenciada.

El escritor Juan José Millás plantea, incluso, no ya un nuevo orden, sino una negación total del otro en el que vivíamos cuando indica que una de las cosas que más han llamado su atención es "la capacidad del virus para desestructurarlos". "Lo que significa que no estábamos muy estructurados". En esa "revelación", el filósofo César Rendueles apunta a algunos problemas sociales que ahora se han vuelto más visibles: "Nos hemos dado cuenta, de repente, de que el valor social de los empleos no tiene nada que ver con su prestigio o su salario. En los trabajos de cuidados -asalariados o no- nos va la vida, lo mismo que en el trabajo de los agricultores, los transportistas, los reponedores o los encargados de la limpieza hospitalaria. Otros problemas se han concentrado, por así decirlo. Éramos conscientes del deterioro de la sanidad pública o de los servicios sociales, pero era algo que experimentábamos de una forma esporádica y, por así decirlo, a cámara lenta. Las listas de espera siempre han matado gente, las residencias de mayores siempre han sido lugares indescriptibles. Hoy vemos las consecuencias del austericidio y la privatización a cámara rápida. Lo que antes pasaba a lo largo de años y podías esquivar si tenías dinero, ahora afecta a todo el mundo en un plazo muy breve".

El catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Oviedo Vidal de La Madrid ve en este proceso de hacerse patentes las debilidades una "lección de humildad" y una toma de conciencia de nuestra "vulnerabilidad".

"No hemos sido los mismos cuando no veíamos la amenaza tan cercana, pero el virus nos llega a todos, asiáticos y europeos. El riesgo era evidente, pero había cierta soberbia en el mundo occidental de creerse seguros y alejados de determinados peligros". Es cierto, como apunta De La Madrid, que las opiniones sobre el virus y las reacciones fueron modificándose a medida que la epidemia y sus consecuencias se aproximaban. Primero eran chistes sobre chinos, luego, la molestia de suspender los viajes de estudio a Italia en los institutos, la aparición de los primeros casos en España y, al final, la muerte, no ya de desconocidos, sino de familiares y amigos. Esa idea de cómo el discurso se modificaba a medida que el virus estrechaba el cerco tuvo un ejemplo paradigmático en el premier británico, Boris Johnson, que pasó de plantear una estrategia de contagio intensivo a toda la población a ordenar confinamientos y acabar, él mismo, en la UCI. "Este caso era tan gráfico", resume Vidal de La Madrid, "que se pueden incluso repasar los distintos mensajes que iba dando y ver cómo, al mismo tiempo, iba cambiando su aspecto por la enfermedad. Es una imagen muy gráfica de nuestro propio proceso y de cómo se ha asentado la percepción del virus en la sociedad".

Y no sólo apreciaciones. La poeta y periodista Laura Casielles destaca los "efectos directos devastadores sobre muchas vidas": enfermedad, muerte, consecuencias laborales, económicas y precariedad. "Se están haciendo evidentes las inmensas desigualdades sociales que atraviesan este país, dejando particularmente desasistidos a las personas más vulnerables. Se pone de manifiesto cómo las políticas de recortes de lo público, muy particularmente en el caso de la sanidad, han debilitado el sistema que debía protegernos. La crisis ha puesto una lupa de aumento sobra una realidad que ya existía: como la fiebre en el cuerpo, proliferan los síntomas de que también nuestro cuerpo social estaba demasiado débil para un virus como este".

Magdalena Cueto, catedrática de Teoría Literaria de la Universidad de Oviedo, ve también en toda esta crisis un fracaso total de ese "estado del bienestar" que trató de ofrecérsenos como "un concepto muy barato de felicidad". "Los griegos hablaban de la eudoaimonía, que se tradujo como felicidad, pero para ellos no era exactamente un estado, era la vida digna de ser vivida. Eso, en nuestro caso se abarató tanto, se trivializó tanto la felicidad, una felicidad en plan 'viva Cartagena', en la que lo que te hacía feliz eran unos zapatos, que al final no resultó rentable; porque dime a ver qué haces ahora con tu felicidad de mierda".

Magdalena Cueto se considera una privilegiada por hacer lo que le mandan, que es quedarse en casa, mientras otros "tienen que salir a trabajar o están trabajando con miedo a perder su empleo". De ese vivir en casa y la nueva dialéctica dentro/fuera habla también el periodista Sergio C. Fanjul que ha redescubierto los placeres domésticos en el encierro. "Pero claro, esta especie de vida en estado puro, una vida así como monacal, aunque con Netflix, cerveza y comida rica, contrasta con la vida de fuera, que es la vida de la tragedia y del desastre, sanitario y económico".

El escritor y profesor de Teoría Literaria en la Universidad de Oviedo, Javier García Rodríguez, mira también dentro y, sin broma, afirma que ha sido la victoria de Ikea y su "república independiente de mi casa". El cambio es grande, nuestra casa frente al todos exterior. Había cierto impulso ideológico que nos decía que en casa uno estaba bien y fuera estaba el peligro. Antes la calle era nuestro lugar, los barrios con gente a la puerta. Quién más quién menos, lo ha vivido. Pero ese exterior fue desapareciendo, y ahora que acabamos confinados por obligación, no parece que sea tan divertido".

Todos esos cambios, añade García Rodríguez, obligan a rehacernos con el nuevo espacio y el nuevo tiempo. "Estamos obligados a replantear los espacios familiares y ver cómo nos encontramos en ellos, y a realizar una nueva gestión del tiempo, con un nuevo modelo de enseñanza, de las comidas... Todo nos ha pillado un poco a contrapie y nos resulta difícil, incluso, pensar, porque necesitamos descubrir nuevas formas de estar con uno mismo".

Sorprende, también, que ese quedarse en casa, esa obediencia a las órdenes de confinamiento, haya resultado tan pacífico. Vuelve Millás a admirarse de la situación: "Veo lo fácil que ha resultado recluirnos e imagino lo que este grado de sumisión implica para una cabeza totalitaria. Como experimento sociológico es brutal y muy revelador".

Sobre esa sumisión ironiza, a medias, el cantante Jorge Martínez ("Ilegales"). "Al menos parte de la población habrá aprendido a lavarse las manos con esto. Pero lo que resulta realmente peligroso es cómo todo esto realza las virtudes del sistema totalitario y la restricción de las libertades civiles. Y todo ello, sin ninguna resistencia". ¿Cómo ha sucedido? "Antes se lograba poniéndote una pistola en el pecho. Ahora, con una enfermedad mortal", concluye.

Algo de intranquilidad ante esa situación trasluce el catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Oviedo Francisco Bastida. "Salgo a la compra temeroso, con sensación de tener que justificarme ante los vecinos y, ya en el supermercado, las miradas que sobresalen por encima de las mascarillas son de recelo, como si fueses un caballo de troya del coronavirus. El daño más profundo es psicológico. No es por estar encerrado en casa, sino por ser consciente de no poder romper el encierro y ser libre. La desazón se convierte en depresión si piensas que mucha gente añade a esto la pérdida de seres queridos, la pérdida del empleo o la incertidumbre de cómo abrir de nuevo la empresa. Entonces piensas ¿De qué me quejo?".

La Catedrática de Derecho Internacional de la Universidad de Oviedo Paz Andrés lamenta también cómo han aflorado las deficiencias estructurales, pero destaca, también, algunas virtudes del confinamiento: "Hemos descubierto que podemos seguir manteniendo muchas de nuestras ocupaciones e incluso desempeñarlas con más eficacia porque no tenemos la oportunidad de distraernos; también hemos averiguado que sabemos ser disciplinados cuando salimos a la calle y disfrutar en casa de pequeñas cosas que antes minusvalorábamos. Incluso estamos generando actitudes que ojalá se conviertan en costumbres. De entre ellas, no me resisto a citar la inusualmente elevada presencia de hombres en los supermercados; quiero pensar que no es porque aprovechen la coartada para salir sino porque quieren colaborar en la organización doméstica. No todo va a ser malo en estos tiempos difíciles".

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