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Crisis del coronavirus

Las ambulancias, otro frente en la batalla contra el virus: "Vemos mucho miedo a no regresar a casa"

Alberto Mamés y Santos Fernández comparten un vehículo que lleva 319 traslados de pacientes con el virus - "Con miedo no se puede trabajar", afirman los técnicos sanitarios no destinados al COVID-19 que han traslado a infectados

Héroes al volante: Así trabajan los técnicos de las ambulancias destinadas al COVID-19

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Héroes al volante: Así trabajan los técnicos de las ambulancias destinadas al COVID-19 P. PALOMO / A. DOMÍNGUEZ

Antes de ser trasladada al HUCA del equipo de protección individual (EPI) del sanitario que timbró en su casa. Carmen, que tiene 80 años y fiebre, ignora que, bajo el yelmo, está Santos Andrés Fernández, un técnico en emergencias sanitarias a cuya madre, casi de la misma edad que la paciente, le ha escondido que, desde hace un mes, su ambulancia es una de las cinco que usa Transinsa para trasladar casos de coronavirus. "No quiero preocuparla", explicó.

Santos Fernández no está solo. Alberto Mamés es su compañero de fatigas. A sus 39 años, 18 de ellos los ha pasado subido a una ambulancia. Así que sabe lo que se dice, porque ha visto mucho. "Cuando vas a casa de un anciano, muchas veces lo que ves es el miedo a no regresar", relata.

Entre Santos y Alberto hay una camaradería de trinchera. Tienen vínculos que solo florecen cuando se pelea contra el mismo enemigo: el dolor, que ahora lo encarna el coronavirus. "Con Santos tengo más empatía que con mi mujer para hablar del coronavirus. Hasta hace poco no les conté a mis amigos que traslado a pacientes con el virus", cuenta Mamés.

Héroes al volante: Así trabajan los técnicos de las ambulancias destinadas al COVID-19

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Los dos técnicos han paladeado el miedo a la pandemia. El que se respira al entrar en un geriátrico, ahí donde el virus no tiene piedad, y el que puede experimentar un longevo matrimonio de ancianos cuando uno de los cónyuges da positivo.

Santos Fernández tiene un tono de voz diplomático, tranquilizador y didáctico, pero, sobre todo, reconfortante. Acostumbra a sustituir el final de sus frases con un resoplido de labios.

¿Quién creen que lo pasa peor en ese caso, el que va al hospital o el que se queda en casa?

"No es lo mismo llevar a una persona de 30 años que a un güelito de 85", interviene Mamés. "Ves cómo se despiden, cómo se abrazan", cuenta. "No son tontos. Saben que hay posibilidades de no volverse a ver", añade. "Otros lo viven con una entereza que sorprende", agrega.

El móvil de color negro y antediluviano que ambos técnicos manejan para recibir los avisos interrumpe la charla. Desde que el 18 de marzo los activaran para la tarea de trasladar pacientes de COVID-19 o con síntomas, su vehículo, el cual comparten con otros dos equipos de dos personas cada uno, ha hecho 318 traslados. Les acaban de encargar el 319.

Santos Fernández responde a esa pregunta solo con un resoplido que expresa duda. O que simplemente no hay respuesta.

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Así trabajan los técnicos de las ambulancias destinadas al COVID-19

Lo saben porque van apuntando todo lo que hacen en un calendario de pared de su base del centro de salud de Ventanielles, en Oviedo. La media ronda la docena. Antes del virus, era de 18 o 20 servicios. "Ahora cada traslado toma más tiempo, por eso hacemos menos", explica Mamés.

Santos Fernández descuelga. Apunta la dirección de Carmen, una anciana ovetense de 80 años que ha sufrido un accidente. A la unidad de Fernández y Mamés solo la movilizan si el paciente presenta fiebre, dificultad para respirar, tos seca o dolor torácico.

Carmen tiene la temperatura alta, así por eso les ha tocado ese traslado. En cuestión de minutos, Alberto Mamés conduce su ambulancia, la BETA-40, que es como se identifica en la jerga de Transinsa a su vehículo de soporte vital básico, hasta el domicilio de la anciana cerca del centro de Oviedo.

Antes del virus, ambos técnicos acostumbraban a subir al domicilio de los pacientes. Ahora, excepto que hagan falta cuatro en vez de dos manos, solo sube uno. Lo hacen para ahorrar EPI y reducir riesgos de contagios. En el tándem Alberto-Santos, Alberto conduce y Santos sube.

Antes de acceder al domicilio arranca una coreografía perfecta que salva vidas. Transinsa tiene cerca de 400 empleados. Solo dos técnicos se han infectado. Y es gracias a las escrupulosas medidas de seguridad. Mientras Santos Fernández se viste, Alberto vigila que no haya ni el más mínimo fallo en el proceso.

Santos Fernández sube en ascensor. Al principio de la pandemia, la escena recordaría a una película de ciencia ficción. Tras más de un mes de emergencia sanitaria, para los vecinos que se asoman a la ventana al ver la ambulancia resulta inquietantemente cotidiana. Y eso que quizás el virus pueda estar a sus puertas.

Mamés aguarda en la calle embutido en un traje quirúrgico verde, protegido con guantes y mascarillas. La intervención apenas dura unos minutos. Santos Fernández baja a la calle a Carmen en silla de ruedas. Su marido y su hija miran desde el portal cómo los dos técnicos se llevan a la mujer.

"Cada traslado es un mundo porque cada uno se enfrenta a su realidad como puede. Tratamos de tranquilizar a la gente, pero no siempre se logra. No podemos decir que no es nada porque tampoco lo sabemos", certifican los dos trabajadores. Tras dejar a la paciente en el HUCA, ambos técnicos desinfectan la ambulancia en el polígono del Espíritu Santo y se desvisten. Desinfectan el coche con un viricida y con un cañón de ozono que deja un olor muy fuerte a piscina cubierta.

Santos Fernández tiene marcas en la cara. Son de nacimiento, no del EPI. Sobre las secuelas que les dejará a ellos la pandemia también reflexionan. "Este trabajo es vocacional", asumen los dos trabajadores, dando por hecho, que, mientras les queden fuerzas seguirán plantando cara al virus. En su caso, a toda velocidad.

El virus también ataca por la retaguardia

Rubén González es técnico en emergencias sanitarias desde hace trece años. Pasó por Gijón, Avilés, el Oriente y ahora su base está en el centro de salud de la Lila, en Oviedo. Traslada a enfermos con urgencias corrientes, aquellas que en principio nada tienen que ver con el coronavirus. Esa es la teoría porque ya en más de una ocasión se ha encontrado que a los pocos días de trasladar a un paciente el enfermo dio positivo. Su caso es el de otros muchos técnicos que aún en la retaguardia tienen que lidiar con el virus. "Esto es como montar en moto. Si vas con miedo, te vas a caer. Con miedo, no se puede hacer este trabajo. Hay que tener respeto y precaución", resume González.

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Un turno con los técnicos de ambulancias

La organización de Transinsa es dúctil para afrontar la pandemia. Destinados al traslado de pacientes con coronavirus o síntomas de la enfermedad, la empresa tiene seis coches. Tres están en Oviedo, dos en Gijón y uno en Avilés. Todos, excepto uno de Oviedo, hacen turnos de 24 horas. Por cada coche hay tres equipos asignados. Los forman dos profesionales por servicio.

Por otro lado esta la red de urgencias habitual, en la que trabaja Rubén González. Es jueves por la mañana en la base de la Lila. El reloj marca las ocho y media y González acaba de terminar su turno, que comenzó hace 24 horas. Apura un café de cápsula, mientras observa a Iván Rodríguez Campos y a Daniel Junco Blanco, los compañeros que están a punto de relevarle.

Vídeo: Un turno con los técnicos de ambulancias: "Con miedo no se puede trabajar"

Vídeo: Un turno con los técnicos de ambulancias: "Con miedo no se puede trabajar"

"El virus ha hecho que bajen las urgencias ordinarias", asegura Iván Rodríguez, que lleva trece años haciendo el mismo trabajo. "La gente tiene miedo de ir al hospital. Te abren la puerta con recelo", añade. "Todos los pacientes son importantes. Cada uno necesita su cuidado", analiza Daniel Junco, el más joven de todos. Tiene 30 años recién cumplidos. "A veces, la información no es completa. Es normal que pase porque la gente está en tensión. Es cuando vienen las sorpresas", coinciden los tres técnicos en emergencias sanitarias.

Unas sorpresas para las que los trabajadores están bien preparados. Todos los servicios los hacen con guantes y mascarillas. Y por si las moscas, llevan trajes de protección individual (EPI). Además, Transinsa formó a su plantilla para afrontar el virus antes de que se declarara el estado de emergencia. ​Todos son susceptibles de ser destinados a la primera línea de batalla contra la epidemia. En caso de sospecha de que el traslado haya sido de un infectado, los trabajadores desinfectan el vehículo.

De pronto, suena el teléfono. Daniel Junco contesta. Hay una emergencia en Villafría. En principio, no parece grave. Aun así, Junco e Iván Rodríguez se preparan como si fueran a la guerra. Toman sus mascarillas, sus guantes y salen a toda velocidad a atender la urgencia. Antes del virus tenían unos 20 o 25 casos al día, ahora muchos menos. Rubén González termina el café y apura un cigarrillo a varios metros del centro de salud.

Cuando solo la hemodiálisis rompe la cuarentena

Julio Fernández tiene 82 años y solo sale de su casa bajo una circunstancia: cuando le toca purificar su sangre con hemodiálisis. Acude tres veces a la semana al Hospital de Cruz Roja de Oviedo. Marco Antonio Menéndez es el técnico en emergencias sanitarias que le va a buscar a su domicilio cada martes, cada jueves y cada sábado en una ambulancia colectiva. "Por lo menos con la hemodiálisis salgo algo de casa", dice el anciano.

Marco Antonio aún debe ir a buscar a otros pacientes. Son Julio Espina y Enrique Rodríguez. Anteriormente, en su ambulancia iban seis ancianos a la vez. Ahora, solo tres. Cada uno ocupa asientos alternos. También limpiarán su sangre con separación, para evitar contagios. "Lo que más ves en ellos es miedo a lo que pueda pasar. Suelen repetir una frase: 'A ver si salgo de esta'", cuenta el sanitario.

Tras Julio Fernández sube a la ambulancia Enrique Rodríguez. Enrique es más joven. Tiene 65 años, vive solo y desde que empezó la pandemia le cuesta dormir: "Se me ha hecho muy larga la noche, la tele no da nada", le va explicando Enrique a Julio, que debe hacer un esfuerzo para escuchar a su interlocutor.

Los dos van con mascarilla y guantes. "Es un poco molesto, pero es lo que hay", afirma el veterano de la pareja. Marco Antonio no solo se encarga de trasladar a pacientes. También pone su granito contra el virus. Su ambulancia se ha usado para hacer test rápidos. "Sube la enfermera al piso con el EPI y lo hace", describe.

Julio Espina es el tercero en subir al vehículo y el último de sus pasajeros. De sus compañeros es de lejos el más risueño. Lleva bajo el brazo su tablet. La emplea para estudiar inglés mientras la máquina del Hospital de Cruz Roja le limpia la sangre. Tiene 77 años y antes de que empezara la emergencia sanitaria tuvo la idea de apuntarse a la Escuela Oficial de Idiomas para aprender la lengua de los británicos desde cero.

"Es una de las cosas que más añoro, ir a clase. Es un ambiente muy agradable", afirma un señor que se sigue levantando puntualmente a las siete de la mañana para desayunar y leer el periódico con calma. Una vez degustadas las primeras informaciones de la mañana, y dedicado un tiempo generoso a ojear las esquelas, Julio aprovecha las horas muertas para estudiar inglés. "Al menos, nos darán a todos el aprobado general", ríe un hombre que no lleva del todo mal la pandemia. "Lo peor es que mi mujer anda obsesionada con la limpieza. Me coge el móvil y me lo lava", narra.

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