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Crisis del coronavirus

El confinamiento, más duro que la cárcel

Francisco Javier Álvarez, exrecluso: "En prisión tienes más ventajas, puedes ver la luz del sol, hacer deporte... pero la angustia es igual"

Francisco Javier Álvarez, 40 años.

Hay quien compara el confinamiento que están sufriendo los españoles desde mediados de marzo con la estancia en una cárcel, y algo tiene de eso, salvando todas las distancias, aunque, por otro lado, los reclusos de la cárcel de Asturias tienen paradójicamente ciertas ventajas respecto a los que están fuera. Lo asegura un antiguo recluso, Francisco Javier Álvarez, de 40 años, que cumplió dos años de prisión en el centro penitenciario de Tabladiello y hoy, ya en tercer grado, está sufriendo el confinamiento del coronavirus como todo hijo de vecino. "Este confinamiento es muy parecido a estar en la cárcel, pero hasta tienes más ventajas si estás en prisión, porque te puedes mover libremente por los espacios comunes del módulo y tienes un patio donde puedes tomar el aire, ver la luz del sol, hacer deporte?, mientras que en un piso no te puedes mover. Comprendo que la gente se esté agobiando mucho, porque es aún peor lo que están sufriendo. Al fin y al cabo, el que está en la cárcel está pagando por un delito. Pero la situación de encierro, de angustia, es igual", asegura este madrileño radicado en Gijón.

En las dos situaciones se trata de un encierro obligado, con un buen fin en ambos casos, la reinserción en el caso de la cárcel y acabar con el maldito virus para el confinamiento. "Los primeros días sientes mucha angustia y ansiedad, una sensación de ahogo, de que las paredes se te vienen encima. Te encierran en una celda de seis metros con otra persona, compartiendo el baño. Tú no puedes abrir la puerta, solo tienes una ventana, puedes caminar, pero son cuatro pasos. Es duro darte cuenta de que ya no puedes entrar y salir, ir y venir como hacías cuando tenías tu vida. Hasta que te adaptas, cuesta mucho. Hay gente que no lo soporta y que se tiene que medicar", afirma Álvarez.

A Francisco Javier le impusieron cuatro años y ocho meses de cárcel por temas de drogas. "Me junté con gente que no debía y acabé consumiendo mucha cocaína. Al final terminé traficando con drogas para pagarme la adicción, cometí estafas, hasta extorsión. Me pasó factura. Estuve un año en un centro de desintoxicación en Tuñón (Santo Adriano), y cuando ya había salido de la droga, estaba trabajando y había normalizado mi vida, llegó el juicio y la condena", relata. "Cuando me quedé encerrado en la celda me quería morir. Era la primera vez que entraba en prisión, me veía en una situación en la que no sabía lo que me iba a suceder. No sabía en qué módulo iba a estar, con qué me iba a encontrar, porque yo soy gay y no sabía si tendría problemas?", añade.

Hay situaciones del encierro en una cárcel muy parecidas a las que plantea el confinamiento. "No sabes qué hacer las 24 horas del día, el tiempo pasa lento, le das vueltas a todo. Te preguntas qué vas a hacer cuando salgas, cómo está la gente fuera. No tienes contacto con los tuyos, no puedes tocarlos, abrazarlos. Se permiten los vis a vis, pero están muy restringidos. Lo mejor que hice fue entrar en la UTE. Conocí a Faustino (Zapico) y todo fue muy bien, te acompañan, te arropan y te respetan".

Una de las lecciones que se aprenden en la prisión es que para soportar el encierro hay que disciplinarse. "Dentro de la UTE hay una rutina diaria, trabajas en talleres y hay obligaciones, como limpiezas del módulo, el estudio, yo hice un curso de inglés y me saqué el carné de conducir, o dar incluso cursos de habilidades sociales. Es bueno estar activo constantemente y tener una rutina", añade. Es importante encontrar, además, un desahogo emocional durante el encierro. En la UTE, los reclusos están supervisados por un coordinador, un psicólogo, una educadora social y participan en reuniones de grupo integradas por unas quince personas. "Supone un desahogo emocional. Te derrumbas y lloras. Que un desconocido que ha matado a su tía te diga: 'Venga, que tú eres, asegura este madrileño.

Tras cumplir dos años de cárcel, salió al alcanzar el tercer grado y vive en un piso de reinserción de la Asociación Albéniz, dentro de un programa de la Fundación Adsis, con el que se somete a analíticas semanales. "Estoy limpio desde el año 2014", asegura orgulloso este hombre, que se gana la vida de camarero. "Estoy trabajando en convertirme en mejor persona, lo importante es que dejé las drogas", dice. Sin familia en Gijón, ha tenido la oportunidad de empezar de cero. Su mensaje no puede ser más positivo: "Las meteduras de pata hay que pagarlas y ser consciente de lo que eres. Hemos hecho un parón en nuestra vida, dos años y medio. Hasta cierto punto es una oportunidad que no tiene mucha gente, pararte y mirar qué estas haciendo bien y qué estas haciendo mal; gente como yo, que se drogaba, estaba dando por el culo a todo el mundo. No quiero tener esta vida, me estoy matando. Sales de otra manera, con ganas de comerme el mundo".

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