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Crónica vírica

El virus y la lengua de serpiente

Lo virulento era veneno, la cuarentena la dictaron griegos y judíos, y la metáfora de la guerra llevó al palabro "desescalada"

El virus y la lengua de serpiente

Quizá por lo desconocido del bicho y su tratamiento, gran parte del lenguaje que sirve para hablar de esta crisis sanitaria está lleno de desplazamientos de significados. En el principio está un término médico y una aparente confusión. La enfermedad se llama como un virus y el virus se llama como una enfermedad. O casi. COVID-19 es el acrónimo de Coronavirus Disease 2019, es decir, la enfermedad del Coronavirus de 2019, aunque se utiliza indistintamente para referirse al virus o sus consecuencias. El bicho se llama en realidad SARS-CoV-2, que tampoco habla solo de un virus, sino que define esta especie de elemento por la enfermedad que provoca: el coronavirus que provoca el Severe Acute Respiratory Syndrome (Síndrome respiratorio agudo grave), pero no el primero (2002-2004), por eso lo del 2.

Más allá de la difícil explicación de lo que es un virus, su propio nombre también tiene su peripecia. "Virus" es una palabra latina. Su probable etimología la aproxima a raíces indoeuropeas ("visam") referidas al veneno, y ahí podría acaba coincidiendo con otra rama totalmente distinta, la de "wer" (manchas, cosas en la piel que van cambiando), y si se siguiera ese rastro se podría llegar a "verruga" y a "viruela".

Un diccionario de castellano del siglo XVIII no recoge, de hecho, la voz "virus", pero sí tanto la de "virulencia" (materia o podredumbre que se hace en alguna llaga o herida) como la de "virulento" (ponzoñoso). Durante mucho tiempo se mantuvo esa idea de algo malo que supura, fluido espeso. "Jugo de plantas, humor (esperma) o veneno de los animales, en general, acritud, amargura", resumían Alfred Ernout y Antoine Meillet. La reaparición del término "virus" se debe a los doctores Pasteur, Ivanocvski y Beijerinck hasta llegar a los "virus ultramicroscópico", los de ahora. Mucho después, en la década de los setenta, la informática vio en el comportamiento de troyanos y otros programas maliciosos estrategias similares, añadiendo el apellido informático y solo en este siglo la locura de las redes sociales hizo triunfar el adjetivo "viral" para referirse a algo "que se difunde con gran rapidez en las redes sociales a través de internet" (RAE).

Ante estos bichos, los del Covid-19, la respuesta es muy parecida a la que proponían Hipócrates o Galeno: "cito, longe, tarde". Es decir, si estás contagiado actúa de inmediato, vete lo más lejos posible y tarda en volver. Adónde ir y cuánto esperar llevan a dos de los términos que más se han citado estas semanas, cuarentena y confinamiento. Confinar sólo era en su tercera acepción "desterrar a uno, asignándole y previniéndole el lugar o paraje donde ha de ir y estar precisamente durante el destierro". Más habitual era el sentido de lindar estar contiguo, como en la frase "la tierra de Cartagena confina con el Reino de Granada por el Río Mojacar". Esas fronteras geográficas también se fueron perdiendo, pues en el caso actual sería más propio aislamiento o autoaislamiento, y no confinarse, (idea de orden de una autoridad) a menos que uno admita que no va a tomar medidas por responsabilidad cívica, sino porque se lo mandan.

¿Cuánto tiempo? Cuarenta días, que es lo que quiere decir cuarentena, y que era ya la unidad de medida para curar leprosos y otros enfermos en los "lazaretos". "Hacer cuarentena, observar cuarenta días en casa separada, que llaman Lazareto, los que vienen de lugares infectos", explica el diccionario de autoridades. Y cita a Calderón: "Fatigado peregrino/ que como apestado haces/ quarentena en un desierto, / sujeto a la sed y a la hambre". Que el dramaturgo cite el desierto viene al pelo para explicar las teorías sobre los cuarenta días. Los griegos hablaban de que al cabo de ese tiempo las mayoría de las enfermedades infantiles hacían crisis, "o a los siete meses, o a los siete años o al llegar a al pubertad", añadía Hipócrates. La cuarentena era, también, los cuarenta días de ayuno de la cuaresma, y por ahí el hilo es infinito: cuarenta días diluvio, días de Jesucristo en el desierto, de Moisés estuvo en el Sinaí o años antes de llegar a la tierra prometida.

La forma de hacer frente al virus ha puesto, en boca de todos, un lenguaje bélico de trinchera y primera línea de combate. George Lakoff y Mark Johnson analizaron en "Metáforas de la vida cotidiana" cómo este tipo de comparaciones articulaban la visión del mundo y qué diferente sería hablar de una discusión "como de un baile", donde dos participan juntos para marchar al compás, antes que "como una guerra", que hace ver a la otra parte como un contrincante, defenderse y atacar. En el caso del virus, dada su naturaleza tan esquiva, cabría preguntarse si valdría cambiar la metáfora "el virus es un enemigo" por "el virus es un desconocido", y hablar más de investigar, poner la lupa, tomar huellas, buscar pruebas antes de desplegar la artillería lingüística.

Lo de la militarización del idioma y de las calles tiene mucho que ver con ese "palabro" de "desescalar", calco del inglés, que tanto gusta al Gobierno y que parece haberse asumido sin traumas. El término se hizo muy popular en los sesenta, en guerras como la del Vietnam, donde a la "escalada bélica" tuvo que seguir un progresivo repliegue, que es una palabra bien bonita que significa retroceder a las posiciones anteriores, retirarse en buen orden. Hacerlo bien.

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