El 18 de marzo fui ingresada en el HUCA afectada por el COVID-19. Me sentí protegida y aliviada con la certeza de que allí me curaría. La mañana siguiente el médico me comunica que mis pulmones están bastante afectados por una neumonía y que me van a ingresar en la UCI. Esas palabras sonaban en mi cabeza como un aviso de que llegaba el final. Y así, un poco angustiada, entré en la UCI. Muy pronto me convertí en una persona llena de cables y de gomas. Inmóvil para que no se moviera todo aquel montaje.

Había rutinas: analíticas, temperatura, placas, etc. Tuve la certeza de que estaba en un hospital muy avanzado.

El personal sanitario era profesional, amable, siempre con una palabra de ánimo o un mensaje de la familia. Me sorprendieron con una videoconferencia con mi familia, muy emotiva. Un detalle muy humano.

Me entretenía viendo a los sanitarios ponerse sus equipos de protección. Era un desfile de colores, un día verde, otro azul, blanco.

Parecían de la NASA. Un día cortaban bolsas de basura, me recordaban los trajes de carnaval de la escuela.

Los primeros alimentos sólidos no fueron fáciles de digerir. Recurrí a un truco de mi hijo en la infancia y pedí que me los batieran para beberlos. Y así, con mis primeros yogures y mis pulmones recuperados, el 30 de marzo salí de la UCI. Nunca olvidaré el corro de sanitarios aplaudiéndome. Luego, todo fue más fácil en la habitación con mi compañera Consuelo, tan amable y prudente, que nunca la olvidaré.

El 7 de abril fui dada de alta, esa palabra que me hizo llorar de emoción con los míos. Y esa noche, después de tres semanas, a las 10:40, llegué a mi casa. El recibimiento no pudo ser mejor, mis vecinos salieron a las ventas a recibirme. Fue muy emocionante.

Sigo en mi casa muy recuperada y sabiendo que nunca olvidaré a esos sanitarios de la UCI que, con su entrega, dedicación y cariño, me auparon para salir de allí. Gracias a todos: Ana, Sara, Carlota, Estefanía, Conchi y tantos nombres que he olvidado. Siempre estaréis en mi recuerdo.