La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Hablemos en serie: El eterno cansancio de los brujos

"The witcher" es un liviano divertimento sin grandes sorpresas que mezcla todo tipo de ingredientes con irregular maña

Hablemos en serie: El eterno cansancio de los brujos

Empezamos en plan tierno. Un cervatillo.

Tan inocente.

El paisaje no lo es. Un pantano con muy malas pintas. Y habitantes nada amistosos. El primer monstruo avisa: no te lo voy a poner fácil. La arañona tiene hambre pero se equivoca de hombre. El cazador con dotes de brujo, o el brujo bien dotado como cazador, se las sabe todas en el arte de liquidar malos bichos. Y aunque los efectos especiales de The witcher (Netflix) no sean para tirar cohetes, son lo bastante dignos para que nos creamos esa batalla digital en la que nos presentan a un protagonista huraño y bastante inexpresivo (el actor no da para más, le basta con tener buena planta y lucir musculamen cuando hace falta).

Lo mejor de la serie no está en sus momentos de acción rutinariamente concebida y a veces propia de un descarte de Juego de tronos, sino en las recreaciones de atmósferas y circunstancias abiertamente hostiles. Como cuando llega nuestro héroe a una cantina en la que respira hostilidad y hay niñas que se cargan ratas con un tenedor. Los poderes sobrenaturales no solo permiten atravesar puertas, también ayuda a cruzar umbrales de tiempo y escena mientras suenan frases solemnes (tipo "¿fuiste al infierno?" o "ante lo inevitable un líder siempre debe tener piedad"). Hay apelaciones sombrías al destino, sacrificios ante una ciudad en llamas, decapitaciones mostradas sin contemplaciones. Crímenes que parecen señales de amor. Inesperados, si no vienes doctorado en los libros originales. Una pena: el personaje de la jorobada que pelea con diablos y se transforma en una bella maga no tiene una actriz a la altura y el romance de paladines y traiciones se queda cojo. Tampoco funciona como debiera el personaje cómico del juglar parlanchín, de modo que la serie lanza numerosas propuestas al aire que no siempre llegan a buen destino. Atrapar relámpagos en una botella no es fácil si se quiere dominar la magia, y The witcher renuncia a conseguirla porque da bandazos mal equilibrados, perdiendo el derecho a la sorpresa que se reclama en uno de los momentos más intensos.

Entre elfos románticos, hijas de reina expectantes, maldiciones eternas, reflexiones feministas en la arena, sellos mágicos y espejos mágicos, la serie cruza formas y fondos con desigual fortuna (¡esa orgía con antifaces tan horrible!), desnudos puestos ahí para espabilar al personal, cabezas que explotan, exorcismos larguísimos y gritones y olor a lilas y grosellas. La alquimia funciona a ratos, y los diálogos parecen apuntar intenciones de los guionistas: "Nadie inteligente juega limpio". O "me encanta tender una buena trampa". The witcher no siempre juega limpio y tiende trampas sin cortarse ni un pelo, y el resultado es un divertimento aceptable que invoca al olvido casi inmediato.

Compartir el artículo

stats