Dice Pascal en una muy citada frase de sus "Pensamientos": "La nariz de Cleopatra, de haber sido más corta, habría cambiado toda la faz de la Tierra". Retumba ahí la mitificada tradición de que aquella mujer era capaz de desbaratar el rumbo del mundo, entonces el Imperio Romano. A propósito de Cleopatra, recuerda Plutarco que "su belleza no era en sí misma incomparable o tal que dejase parados a los que la veían; pero su trato tenía un gancho irresistible, y su figura, ayudada de su labia y de una gracia inherente a su intimidad, parecía que dejaba clavado un aguijón en el ánimo. Cuando hablaba, el sonido mismo de su voz tenía cierta dulzura, y con la mayor facilidad acomodaba su lengua, como un instrumento de muchas cuerdas, al idioma que se quisiese". Pero el fondo último de esa frase algo enigmática de Pascal es otro: que hay realidades nimias, aparentemente insignificantes, que desencadenan grandes convulsiones y cambios en la Historia. En aquel caso, fue la nariz de Cleopatra, ahora es un virus (o sus concomitancias humanas, anteriores y posteriores). Lo que confirma una vieja convicción de Cicerón: "Mínimos movimientos pueden causar cambios decisivos".

Los "contrafácticos"

Lo que ese pensamiento de Pascal plantea es una cuestión que nos afecta a todos: personas, pueblos, épocas y generaciones. Esta: ¿qué habría ocurrido si??, y ahí podemos añadir lo que proceda. Por ejemplo, si Pilatos no se hubiese lavado las manos en el caso de Jesucristo. Se trata, por tanto, de pensar en situaciones o sucesos que podrían haber ocurrido muy fácilmente pero no lo hicieron, y conjeturar, a partir de ese cambio de guion, cuál habría sido el desarrollo "alternativo" de la Historia. O sea, los llamados contrafácticos. Los libros están llenos de este tipo de conjeturas: qué le hubiera pasado al mundo si Alejandro Magno no hubiese muerto tan pronto; si los árabes hubieran derrotado a Carlos Martell en Poitiers en el 732, o, por traerlo mucho más cerca, si hubieran derrotado a Pelayo en los riscos de Covadonga; si a la Armada (mal-llamada) Invencible no se le hubiese cruzado la famosa galerna y se hubiese producido la invasión de Inglaterra; si no hubiera tenido éxito el Atentado de Sarajevo, al que le faltó solo un pelo para fracasar estrepitosamente; si a Hitler le hubieran admitido en la Academia de Bellas Artes de Viena, donde le rechazaron despectivamente. Con esas pequeñas variantes el mundo sería hoy muy distinto.

El gran historiador alemán L. von Ranke nos prohibió entretenernos con estos acertijos: afirmó, taxativamente, que la Historia consiste en exponer lo que "propiamente ocurrió". Y el filósofo Herder había dicho, tres cuartos de siglo antes, que "la Historia es la ciencia de lo que ha pasado, no de aquello que, según intenciones ocultas del destino, podría haber sido". Claro que Nietzsche no comparte conclusiones tan desencaminadas: "La cuestión de qué habría ocurrido si esto y lo otro no hubiera acontecido es rechazada casi unánimemente, y sin embargo es precisamente la cuestión cardinal". Los racionalistas Ilustrados van a lo suyo. Como escribió Wilhelm von Humboldt, "la aspiración general de la Razón humana está dirigida a la aniquilación de la casualidad". No podemos más que desearles suerte a quienes lo intenten. Deben saber que esa aspiración no es más que un ingenuo sueño de la Razón, irreal como casi todos los sueños. Como ha demostrado, una vez más, el coronavirus. El problema está -mal que le pese a Hegel- en que lo casual y la casualidad han demostrado tener una naturaleza indestructible. Vuelven siempre.

Su Sagrada Majestad, el Azar

Quizá por eso el gran monarca Ilustrado Federico el Grande de Prusia -a quien Voltaire calificó de "Salomón del Norte", Napoleón alabó como gran estratega militar, y autor de un famoso "Antimaquiavelo", así que no se le puede acusar de no saber de lo que hablaba- llegó a una conclusión probablemente más certera: "Cuanto más viejo se es, más convencido se está de que tres cuartas partes de los negocios de este miserable mundo son aportados por Su Sagrada Majestad, el azar". La dificultad está en que el azar tiene muy distintas caras. Unas veces aparece como pura y total casualidad. Otras como una aparente casualidad, que, en su fondo, está determinada por causalidades ocultas que lo deciden todo. Frecuentemente llamamos destino a una decisión libre que pone en marcha un encadenamiento de sucesos que, una vez iniciados, ya no podemos variar. En el primer paso, somos libres, en los siguientes esclavos.

Trayendo todo eso a nuestra actualidad, también nosotros podríamos pensar en una serie de posibles contrafácticos que, como la nariz de Cleopatra, podrían haber cambiado nuestra vida y la faz de España. Por ejemplo, ¿qué habría pasado si el Sr. Rajoy, campeón interestelar de la inmovilidad, la inercia colosal y la estática desganada, hubiera utilizado la mayoría absoluta -que tuvo- para imposibilitar que ocurriesen cosas que se veía que iban a ocurrir y que, de hecho, ocurrieron? Y más "caliente" todavía, ¿qué habría pasado si el PSOE, en aquella tarde-noche de los cuchillos largos de Ferraz, donde por "arte de magia" apareció una urna escondida detrás de una cortina, hubiera expulsado del partido a este D. Pedro Sánchez Pérez-Castejón? ¿Y qué habría pasado si el Sr. Rivera hubiese forzado un acuerdo con ese Presidente? ¿Y si el actual Gobierno, en vez de inflamarse con su dogmática, hubiera prohibido los actos y manifestaciones del 8 de marzo? Con cualquiera de esas variantes, hoy no tendríamos sobre la mesa más de 40.000 muertos, ni miles y miles de negocios arruinados, ni millones de personas en situaciones socialmente trágicas. Como precavidamente nos advirtió Pascal, ciertas narices cambian la faz de los pueblos, incluida España.

No le gustan mucho a Schopenhauer este tipo de excitantes: "Desear que ciertos acontecimientos no hubiesen sucedido es una autotortura estúpida? es inútil reflexionar qué minúsculos y casuales fueron las causas que llevaron a aquel suceso y qué fácilmente podrían haber sido cambiados, pues todo eso es ilusorio". Quizá lo sea. Pero tampoco está de más reflexionar sobre cómo a pueblos y personas les sobrevienen grandes males por ciertas decisiones que tomaron o no tomaron ellos, o los gobernantes que eligieron. El destino de Europa no hubiera sido el mismo con Churchill que sin Churchill. Recuerda Pascal la vigencia de una constante humana: "Corremos sin temor hacia el precipicio después de haber colocado delante de nosotros alguna cosa que nos impida verlo". Generalmente, la ensoñadora imaginación. Una facultad "tanto más engañosa en la medida en la que no siempre lo es, ya que sería una regla infalible de verdad si lo fuera infaliblemente de mentira? Pero, siendo la mayor parte de las veces falsa, no deja huella alguna de esa cualidad, marcando con igual carácter lo verdadero y lo falso?". Y añade, somos tan imprudentes que no solemos apreciar lo que tenemos, el presente: "Lo ocultamos a nuestra vista porque nos aflige". Así que nos apresuramos a abandonarlo para encandilarnos con un futuro imaginado que no está en nuestras manos y al que no tenemos certeza alguna de llegar.

Por decirlo así, la estratégica nariz de Cleopatra. O la de Pérez-Castejón, más Pinocho que Reina egipcia. Con las palabras que Pascal toma de una reflexión de Montaigne, podríamos decir de este insólito gobernante que es uno de esos césares que se lanzan a los peligros como un impetuoso torrente y se precipita sin discreción ni tino contra todo lo que encuentra a su paso. Es cierto que el coronavirus ha sido "nuestra" enfermedad, es decir, la peste de nuestra época. Pero la verdadera enfermedad es el hombre. Al que Pascal pinta, con mano tan primorosamente literaria como la de Shakespeare, en este majestuoso Pensamiento: "¿Qué quimera es, pues, el hombre?, ¿qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué sujeto de contradicciones, qué prodigio? Juez de todas las cosas, imbécil gusano de tierra, depositario de lo verdadero, cloaca de incertidumbre y error, gloria y escoria del Universo". En resumen, la humana condición según Pierre Charron, amigo de Montaigne: "vanidad, debilidad, inconstancia, miseria, presunción".