Reyes Monforte se adentró en “La memoria de la lavanda” en el laberinto donde se puede aprender a afrontar el duelo por la pérdida de un ser amado. Y ahora sella unas “Postales del Este” que transcurren en el horror colectivo de Auschwitz.

Dos crónicas del dolor humano distintas pero… ¿distantes?

Distantes pero unidas por las emociones y , esencialmente, por las palabras, “Postales del Este” es una historia sobre el poder liberador, curativo y sanador de las palabras, una historia que se desarrolla en el campo de concentración de exterminio de Auschwitz-Birkenau pero que, gracias a las palabras escritas por una prisionera, Ella, en el reverso de las postales y las fotografías que encuentra en los equipajes de los deportados, se extiende en el tiempo y logra llegar a las manos de su hija, casi 40 años más tarde. En esas postales, Ella va escribiendo el nombre de las personas que están siendo asesinadas en el campo, para , al menos, poder salvar su memoria, su identidad y su historia. Ese es el verdadero corazón de la novela, la palabra como refugio. Con ellas empieza y termina todo, la vida y la muerte, el amor y el odio, incluso Auschwitz empezó con las palabras y terminó también con ellas. El Holocausto no comenzó con los nazis quemando a los judíos en los hornos crematorios, empezó mucho antes, décadas, incluso siglos, y empezaron con las palabras en portadas de revistas y editoriales de periódicos impregnados de mensajes antisemitas, con la publicación de libros infantiles como Der Giftpilz (“La seta venenosa”) donde se comparaba a los judíos con las setas y se explicaba a los niños arios lo difícil que resulta distinguir una seta buena de una venenosa, empezaron con los carteles que se colgaban en los comercios donde se leía “Perros y judíos, no” o letreros callejeros “Seamos alemanes, no judíos”, con las palabras convertidas en insultos a los judíos, con la exigencia del árbol genealógica en las escuelas para ver la pureza familiar de la raza…

¿Por qué emprendió este viaje hacia el horror de Auschwitz?

Hay viajes que hay que hacer al menos una vez en la vida y, a veces sucede, que esos viajes se convierten en un eterno bucle. Siempre me ha interesado mucho la historia del Holocausto, de la Alemania nazi, del campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkneau en particular, porque hay partes de la historia que permanecen en nuestro Adn social. El odio, la intolerancia, el racismo, no quedaron enterrados en el pantanoso suelo de Auschwitz cuando el Ejercito Rojo lo liberó - hace ahora 75 años- , como quedaron enterrados los mensajes escritos por los prisioneros, las postales, las fotografías, los planos, incluso los objetos personales que decidieron esconder bajo la tierra del campo por miedo a que los nazis les mataran a todos, destruyeran las pruebas del exterminio y el mundo no supiera nunca lo que allí había sucedido. Lo que se entierra siempre sale al exterior, antes o después; puede que tarde unos años, pero al final asoma. Esas cartas y esas postales que te comento fueron descubiertas cuando se levantó el suelo de Auschwitz y se descubrieron esos nuevos testimonios. Entre los años 1945 y 1980 se encontraron enterrados, cerca de los crematorios II y III de Auschwitz, ocho testimonios, listas y diarios escritos en diferentes idiomas escritos y firmados por cinco Sonderkommandos, los presos obligados a trabajar en las cámaras de gas y en los hornos crematorios. En los archivos del Museo de Auschwitz se guardan alrededor de 2.500 fotos y retratos familiares y 12.000 cartas y postales escritas en el campo por los prisioneros. Igual que esos mensajes fueron recuperados, el desencadenante del terror nazi -como de otros muchos terrores que asolan o asolaron al mundo, como el estalinista, el yihadista o el etarra- también persiste en el tejido social esperando un chispazo para reactivarse y expandirse, y eso es una amenaza. Por eso es tan importante este viaje a Auschwitz, para no olvidar lo que pasó allí y ser conscientes de lo que nos advirtió Primo Levi: “Ocurrió. En consecuencia, puede volver a ocurrir. Esto es la esencia de lo que tenemos que decir. Puede ocurrir, y puede ocurrir en cualquier lugar”.

¿En aquel campo de concentración albergó lo mejor y lo peor de la condición humana?

Yo suelo denominar al campo de Auschwitz un museo de la condición humana porque, cuando se entraba allí, uno no era capaz de imaginar hasta qué punto de maldad, pero también de bondad, puede llegar el ser humano. Y esa dualidad permanente teje la trama de la novela con el hilo conductor de sus dos grandes protagonistas: Maria Mandel, la Jefa de campo de Auschwitz-Birkenau , la mujer más poderosa del campo que con apenas 30 años se gana a pulso el apodo de “La Bestia de Auschwitz” por la crueldad con la que trata a los prisioneros, para asombro del propio doctor Mengele, de Rudolf Höss o de Heinrich Himmler, que no dudó en ponerla al frente del mayor campo de concentración de mujeres de la Alemania nazi. Y la otra protagonista es Ella - el único nombre de ficción que aparece en la novela aunque está basado en hechos reales, un guiño semántico en homenaje a todas las mujeres que pasaron por Auschwitz y por cualquier campo de concentración del Tercer Reich- , una prisionera que llega al campo en septiembre de 1943 y llama la atención de Josef Mengele y de Maria Mandel por su belleza , su conocimiento de idiomas y su perfecta caligrafía. Así es como las palabras se convierten en su pasaporte a la supervivencia, ya que entra a trabajar como copista en el Bloque de Música y en el Kanada, el bloque almacén donde van a parar los equipajes de los deportados, donde Ella encuentra las postales y los retratos familiares en los que escribirá los nombres de las víctimas, incluso jugándose la vida ya que la escritura estaba penada con la muerte en Auschwitz, un riesgo que asume por salvaguardar la memoria y el recuerdo de los que están siendo asesinados por los nazis. La relación entre estas dos mujeres conforma un nutrido decálogo del comportamiento humano.

¿Viene de largo su interés por aquel episodio de la Historia?

Cuando me preguntáis cuánto tiempo me ha llevado documentarme para esta novela, siempre os digo que llevo toda mi vida, por ese interés que te comentaba que siempre he sentido por la historia nazi. He tenido la oportunidad de visitar el campo de Auschwitz una docena de veces y en cada viaje -no es turismo, es más un viaje existencial- se aprende algo nuevo; en una de mis últimas visitas descubrí la fotografía de Maria Mandel, la Bestia de Auschwitz, colgada en un lugar de honor en el cuadro de la plana mayor de los oficiales de las SS que gobernaron el campo: ella era la única mujer, el resto eran hombres. Siempre aprendes algo yendo a ese lugar. En un lugar de recogimiento, de historia, de respeto, un lugar al que hay que ir cuando no encuentras respuestas a ciertas preguntas y necesitas las perspectiva adecuada. O incluso cuando crees tener esas respuestas y resulta que las preguntas eran otras. Es un buen norte para ajustar nuestra brújula vital. Y siempre hay que buscar el norte para no perdernos.

¿Ha tenido pesadillas reviviendo aquellos días?

Yo solo me he documentado, he vivido ese drama a través de las vidas de otros; fueron las víctimas que lo vivieron en piel propia las que tuvieron que convivir con las pesadillas. Tu pregunta me recuerda a Wilhelm Brasse, el prisionero polaco conocido como el fotógrafo de Auschwitz, que realizó cerca de 50.000 fotografías durante los cinco años que estuvo en el campo de concentración. Las SS le obligaron a hacer las fotos de los prisioneros, así como de muchos de los experimentos médicos que el doctor Mengele realizaba en el Bloque 10 de Auschwitz, de los procesos de selección y de la vida diaria en el campo. Cuando salió del campo, Brasse nunca volvió a realizar fotografías debido a las pesadillas en las que aparecerían las víctimas judías a las que fotografió. Falleció a los 95 años, el 23 de octubre de 2012, sin volver a coger una cámara de fotos. Los negativos de sus fotografías permanecieron en los archivos de Auschwitz .Cuando terminó la guerra, se recuperaron cerca de 40.000 fotografías.

¿Una mujer como la Bestia de Auschwitz nace o se hace?

Creo que nadie nace malo. La semilla del mal tiene que sembrarse y tiene que encontrar un terreno abonado en el que crecer y echar raíces. Maria Mandel era una joven austriaca encantadora, según la recuerdan sus compañeras de clase y sus maestras, divertida, dulce y embaucadora, que iba todos los domingos a misa con su familia, de la mano de su padre, zapatero de profesión, que trabajaba como funcionaria en la estafeta de Correos de su pueblo natal, Münzkirchen, y que incluso tuvo un pretendiente polaco contrario al nacionalsocialismo y que aborrecía a Hitler; una joven guapa, con ojos azules, pelo rubio, complexión perfecta, sonrisa infantil, rostro angelical, el prototipo de mujer de raza aria preconizado por Hitler, que con 24 años comienza una andadura por distintos campos de concentración, hasta llegar al campo de Ravensbrück, el llamado “Puente de los cuervos”, donde comienza a escribir su leyenda negra y donde es descubierta por Himmler, y la traslada el 7 de octubre de 1942 a Auschwitz-Birkenau, donde rápidamente se gana el apodo de “la Bestia”. La pregunta que sobrevuela toda la novela es qué hubiera pasado con Maria Mandel de no haberse convertido en SS-Lagerführer Mandel, si no hubiera existido Auschwitz, ni el Holocausto, si Hitler no hubiese ganado las elecciones de 1933 y accedido al poder con el 44% de los votos de los alemanes... qué hubiera sido de ella, de Mengele, de Höss, de Kramer, de Himmler, del propio Hitler. Nunca lo sabremos.

¿El bien y el mal están más cerca de lo que parece?

El bien y el mal es parte de la condición humana y el campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau no deja de ser un museo de la condición humana. Son dos polos opuestos que cuando conviven en un mismo lugar , en un mismo organismo, puede pasar cualquier cosa. Es como si el mundo, así como el hombre, tuviera tendencia a autodestruirse. El bien y el mal, la víctima y el verdugo, la vida y la muerte, el amor y el odio. Es la historia de la humanidad, con independencia del periodo histórico en el que se escriba.

¿Para comprender a las víctimas hay que ponerse en la piel de los verdugos?

Para comprender a las víctimas solo hay una piel, y es la suya. La piel de los verdugos solo es el mapa pero no el territorio para hacerlo comprensible. La historia de Auschwitz la escribieron los verdugos sobre la piel de las víctimas. Le cuento una historia sobre la piel: existió una mujer, Ilse Koch, conocida como “la zorra de Buchenwald”, esposa del comandante del campo de concentración de Buchenwald, Otto Koch, que se dedicaba a hacer lámparas con la piel de los prisioneros, especialmente si estaba tatuada. Cuando veía un tatuaje que le llamaba la atención, sobre todo si contenía animales como dragones o leones, ordenaba matar al prisionero, le pedía al doctor del campo que tratara químicamente ese trozo de piel y con él confeccionaba lámparas, fundas de cuchillos, guantes, encuadernaciones de libros, estuches para la manicura, manteles de mesa, alfombras, incluso llegó a usarlos en su ropa interior. La inscripción en la puerta de hierro del campo de Buchenwald decía “Jedem das seine”, “A cada uno, lo suyo”. Ilse Koch tenía claro qué lugar ocupaba cada uno y su respectiva piel.

¿La maldad tiene género?

La maldad, como la bondad, no tiene género. Tampoco tiene color, ni religión, ni nacionalidad ni siquiera ideología. Maria Mandel fue juzgada por crímenes contra la Humanidad como lo fue Rudolf Höss, Josef Kramer, o como lo tenía que haber sido Josef Mengele, sino hubiese logrado huir como hicieron tantos nazis.

¿Cómo llega alguien a amordazar su mala conciencia?

El problema es que los nazis, en su mayoría, no tenían mala conciencia. La propia Maria Mandel en el Tribunal de Cracovia que la juzgó en noviembre de 1947, se presentó como un oficial que cumplía órdenes, una persona normal que la vida la puso en unas circunstancias extraordinarias, y no dejó de decir que si había algún responsable sería el comandante del campo, Rudolf Höss o el propio Adolf Hitler. Obvió mencionar el placer que le provocaba cumplir esas ordenes que la conminaban a realizar el exterminio judío y la tortura de los prisioneros, se olvidó de cómo disfrutaba torturando a las prisioneras, azotándolas, lanzando los perros contra ellas, ahogando a recién nacidos en cubos de agua, matando a palos a todo aquel que osara mirarla a los ojos, caminara demasiado despacio o perdiera un zapato en el lodazal del campo. Algunos prisioneros pensaban que el gusto por la música clásica que sentían tanto Mandel como Mengele venía motivado por un intento de acallar su conciencia, pero no era así. El propio Mengele decía que él solo era un hombre de ciencia que trabajaba para mejora la raza humana, que no él no había inventado los hornos crematorios ni las cámaras de gas ni tampoco el Zyklon B. El Reichsführer de las Schutzstaffel, Heinrich Himmler, necesitaba oficiales de las SS insensibles a la violencia, sin sentimentalismos ni empatía hacia los prisioneros. Y sin embargo, algunos oficiales nazis - los menos- sufrieron un mal llamado “los cólicos del Este”, por la dureza exigida durante la aplicación de la Solución Final, que motivó que el Tercer Reich tuviera que abrir un hospital en Karlsbad donde tratar a sus oficiales de desórdenes digestivos, cuadros de fiebre alta, visión borrosa, insomnio crónico, depresiones, trastornos nerviosos. En el propio Auschwitz estaba el doctor de las SS Hans Münch, conocido como “el Hombre Bueno de Auschwitz”, porque se negaba a presenciar los asesinatos en masa, a participar en las selecciones e incluso intentó salvar la vida a algunos prisioneros; algunos de ellos declararon a su favor durante los juicios de Auschwitz celebrados en Cracovia. Pero eran excepciones.

El nazismo lo dirigían hombres, ¿qué papel tenían las mujeres?

Según el propio Hitler, las mujeres debían cumplir con la ecuación de las 3 K, Kinder, Küche, Kirche (niños, cocina, iglesia). No fueron pocas las veces que habló del papel que debían tener las mujeres en la Alemania nazi, incluso lo hizo en 1934 cuando habló ante la Organización de Mujeres Nacionalsocialistas: “Una madre de cinco, seis o siete niños sanos y bien educados hace más por el régimen que una abogada”. Por eso sorprende tanto que una mujer de apenas 30 años llegara a Auschwitz-Birkenau el 7 de octubre de 1942 y se convirtiera en Jefa de campo, tan solo por debajo del comandante Rudolf Höss, por eso sorprende que los mandos de las SS como Himmler confiaran en ella el gobierno del campo y la materialización de la llamada Solución Final, que incluso le valió en 1944 la Cruz al Mérito Militar de Segunda Clase. Y no fue la única. Solo por el campo de concentración de Ravensbrück, donde Mandel empezó a labrarse su apodo y su leyenda y donde fueron a parar muchas prisioneras españolas, fueron formadas cerca de 4.000 mujeres nazis: como Irma Grese, Dorothea Binz, Hermine Braunsteiner-Ryan, Herta Bothe, Johanna Bormann, Margot Drexler, Johanna Langefeld…

¿La crueldad no es incompatible con emocionarse con una obra de arte?

Nunca lo ha sido. La historia está llena de ejemplos: a Hitler le gustaba la pintura y las artes plásticas , a Stalin el cine y la música clásica , a Karadzic la poesía, el que ordenó el bombardeo de la biblioteca de Sarajevo, el profesor el profesor Nikola Koljevic, escribía poesía y citaba a Shakespeare de memoria…Maria Mandel era capaz de matar a niños estrellándolos contra las paredes de los barracones, de azotar hasta la muerte a mujeres embarazadas, de sacar su Luger y disparar a una presa que escribía un poema en un billete de 10 zlotys; era incluso capaz de excitarse sexualmente contemplando los experimentos médicos de su amigo y amante el doctor Josef Mengele. Y, al mismo tiempo, era capaz de llorar escuchando un aria de Madama Butterfly, o una pieza de Schubert, de Schumann, de Mozart, de Wargner. Odiaba tanto a los judíos como amaba la música clásica. De hecho, fue la creadora de la Orquesta de Mujeres de Auschwitz-Birkenau, en cuya dirección puso a la famosa violinista Alma Rosé, sobrina del compositor Gustav Mahler, que había sido detenida en Suiza por la Gestapo y enviada al campo de Auschwitz, donde fue ingresada en el Bloque 10 y salvada por la propia Mandel cuando se enteró de que iba a ser enviada al crematorio. La misma mujer responsable de más medio millón de muertes en Auschwitz, sobre todo mujeres y niños, por los que jamás mostró ninguna empatía ni piedad, se emocionaba hasta el llanto escuchando las Sonatas y Partitas de Bach, la Danza húngara nº5 de Brahms o las Czardas de Vittorio Monti.

¿Qué ejemplo nos dejó “Ella”?

El valor de las palabras, la importancia de la memoria, la identidad y la historia. Y algo muy importante: que la esperanza está presente en todas las historias, incluso en aquellas más negras. Y que al final, aunque sea a largo plazo y con un coste muy alto, incluso de vidas humanas, los buenos siempre terminan ganan. Es lo que dijo -y dice en la novela- Ròza Robota, una de las prisioneras miembro de la resistencia del campo, que colaboró en la rebelión de los Sonderkommandos el 7 de octubre de 1944 en el que volaron el crematorio IV del campo: “los nazis que nos matan nos están haciendo inmortales y son tan estúpidos que ni siquiera se dan cuenta de su error. Gracias a ellos, existiremos siempre. Esa será nuestra mayor venganza y la mayor de sus condenas”.

¿Qué le hubiera preguntado a Mandel antes de que ejecutaran en 1948?

Esas preguntas surgen en el momento y más con una personalidad tan contradictoria y cambiante como la de Maria Mandel. En sus últimas horas en la cárcel de Montelupich, donde esperaba la ejecución de la pena de muerte en la horca, le dio tiempo a pedir perdón a una presa a la que le hizo la vida imposible en Auschwitz, Stanislawa Rachwalowa -según reconoció ella misma en una carta- , a reírse de lo que había hecho como SS-Lagerführer Mandel en Birkenau, a escribir una carta al presidente polaco para pedirle clemencia e incluso a gritar “Viva Polonia” como últimas palabras antes de ser ahorcada, cuando siempre había odiado a los polacos. Preguntas sobre el por qué o un supuesto arrepentimiento no tendrían respuesta en una persona como Maria Mandel, que siempre vivió en una eterna contradicción. Con ella se cumple la máxima de que no todas las preguntas tienes respuestas, muchos menos, las correctas.

¿Puede dar fe de que tienen un poder liberador y curativo, como ocurría con las postales de los campos"? ¿O es un espejismo?

Todos podemos dar fe de ello. Cualquier persona puede descender al infierno o entrar en el paraíso por unas simples palabras. Las palabras cambian una vida, para bien o para mal. En Auschwitz, algunos doctores de las SS , especialmente el doctor Fritz Klein, amigo y compañero de Josef Mengele, hacía lo que él llamaba un “experimento científico” , cuando en realidad era un juego macabro: comunicaba a las mujeres que se encontraban menstruando que iban a ser asesinadas, describiendo detalladamente qué métodos utilizarían para matarlas. La conmoción de las mujeres era tan grande que a muchas se les retiraba el periodo de manera inmediata. Tiempo más tarde apareció un artículo escrito por un profesor de histología de Berlín , experto en tejidos orgánicos, que versaba sobre la incidencia de los factores externos, en forma de noticias devastadoras, en los ciclos menstruales de las mujeres. Y el ejemplo contrario fueron las postales y los mensajes y escritos que muchos prisioneros enterraron en el campo, y que gracias a ellos dejaron constancia no solo de su existencia y de lo que sucedió en Auschwitz.

Todos los años hay novedades editoriales sobre aquellos horrores, ¿aún queda mucho por contar?

Queda mucho por contar y descubrir. Nos creemos que sabemos mucho de Auschwitz, cuando no es así, y esa creencia solo ahonda en profundizar el desconocimiento. Solo hay que ver las estadísticas: El 30% de los europeos reconoce saber poco o nada de Auschwitz, uno de cada 3 jóvenes no ha oído hablar del Holocausto, el 40% de los estadounidenses no sabe lo que fue Auschwitz y el 66% de los millenials no ha oído hablar de ello, ni sabe quién fue Hitler. Por eso, los supervivientes insisten en que no dejemos de contar a las nuevas generaciones lo que pasó en Auschwitz, porque los jóvenes tienen muy poca memoria y olvidan con facilidad. Con “Postales del Este” muchos me han dicho que no sabían que habían existido mujeres de las SS tan crueles y sanguinarias como María Mandel, o que desconocían los testimonios que habían dejado los presos enterrados en el campo o que les ha sorprendido saber que existía una Orquesta de Mujeres. Pasaron millones de personas por los campos, la gran mayoría murió, cada una de esas personas tenía una historia distinta y un relato diferente que merecía ser contado. Fíjese si sabemos poco de Auschwitz.

¿La historia de la ginecóloga judía Gisella Pearl exige ser contada?

Como todas las historias de las víctimas. Gisella Perl era un doctora que, hasta su entrada en el campo de Auschwitz, se había dedicado a traer nuevas vidas al mundo. Nada más llegar, el doctor Mengele le dijo que Auschwitz no era una maternidad y que el único destino de la mujer que llegara embarazada al campo o quedara preñada en él, a causa de una violación de las SS, sería la cámara de gas. No había futuro para el recién nacido, y la madre solo tenía una oportunidad de seguir con vida si el niño nacía muerto y ella era capaz de seguir trabajando. Por eso , para al menos salvar la vida de la madre, la doctora se vio obligada a acabar con la vida de muchos recién nacidos, antes de nacer o una vez nacidos. “Los nazis nos arrebatan una vida, la del bebé, pero nosotros les arrebatamos una muerte, la de la madre”. De esta manera, la doctora Perl salvó la vida de muchas mujeres; y ya conoce la Mishná, el tratado Sanhedrín 4:5: “quien salva una vida es como si salvara la mundo entero” . No cuento como termina la historia, pero promete. A veces la justicia poética, existe.

¿Aprendimos de aquella lección de la Historia?

No sé si la aprendimos, pero somos de memoria olvidadiza y de aprendizaje ligero. Por eso la insistencia de los supervivientes en que no dejemos de contar a las nuevas generaciones lo que pasó en Auschwitz porque los jóvenes -de cualquier edad- son muy dados al olvido y a creerse impunes e inmunes a la Historia. Y cuando comprenden que no es así, ya es demasiado tarde.

¿La pandemia nos hará mejores o es una piedra más en la que tropezamos una y otra vez?

SI no aprendimos de la Primera Guerra Mundial ni de la Segunda Guerra Mundial, si no aprendimos de Auschwitz ni de los Gulags de Stalin, si no aprendimos de la Guerra de los Treinta Años, ni de las distintas guerras civiles que asolaron el mundo, si no aprendimos del riesgo que supone los totalitarismos de Mussolini, Franco, Hitler, Ceau?escu , Milosevic… ¿de verdad cree que vamos a aprender ahora por un virus y ser mejores? Ojalá lo hagamos, pero no confío mucho. Lo único que sé es que los buenos seguirán siendo buenos y los malos seguirán siéndolo también.