CRÍTICA
Bernadette está aquí
Linklater ofrece una propuesta admirable con unos personajes muy bien escritos y una gran Cate Blanchett
Te escuchamos, Bernadette: tiene que habitar un espacio antes de saber qué será. A Richard Linklater le ocurre lo mismo con sus películas. Con las personales: las tiene alimenticias e irrelevantes. Y las buenas pueden irritar o fascinar ( Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes del anochecer, Boyhood). Lo mismo ocurre con Dónde estás, Bernadette: se aconseja a los espectadores que se sienten sin prejuicios en la sala y se dejen llevar por la propuesta de un cineasta texano de calado europeo a quien el drama le repatea: lo que busca son los momentos que parecen intrascendentes, las charlas entre paréntesis (las hay magníficas aquí, como una discusión familiar en un restaurante, una charla con la hija en el coche bajo la lluvia, una delirante visita a una farmacia o una inesperada reconciliación con una vecina), los suaves derrapes de la vida que hacen avanzar la historia a media voz. Instantes que parecen muertos y aparecen llenos de vida. Diálogo para dar y tomar: su mérito es que lanza cargas de profundidad sobre el hecho de vivir con una autenticidad pasmosa (de ahí la importancia de tener un reparto impecable).
¿Una película rara? Todo lo rara que puede ser una historia que arranca en la libertad majestuosa de la Antártida como horizonte lejano convertido en misión vital y revitalizadora. Y que muestra plantas que nacen bajo las alfombras. Y mallas de gafas que decoran bellamente. Todo gira alrededor de una fugitiva en crisis ( Cate Blanchett, inmensa): la que fuera gran promesa de la arquitectura lo dejó todo para convertirse en un enigma de la profesión. No quiere saber nada de la gente. Y mucho menos la de Seattle, menos mal que hay bibliotecas. Su matrimonio con un experto (adicto) de las nuevas tecnologías va a la deriva pero su relación con su hija adolescente funciona a todos los niveles ("Yo quiero a mi mamá tal como es"), y teje una suerte de Boyhood en clave femenina . Con las demás madres se lleva fatal (sobre todo con una vecina a la que destroza la casa con una avalancha de lodo y zarzamora) y cuando alguna admiradora sale a su paso poco menos que escapa. Escapar: qué hermoso verbo. Talentosa, ingenua y temeraria (le roban la identidad en aguas virtuales), Bernadette solo quiere ir a la Antártida a descongelar sus sueños en una aventura íntima que exige espacios infinitos. ¿La acompañamos?
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