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El tesoro numismático desaparecido en 1936: un misterio con clave asturiana

Varios historiadores achacan al dirigente comunista Wenceslao Roces la incautación de 2.800 monedas en el Museo Arqueológico Nacional

Wenceslao Roces, a la izquierda, en la calle Fruela de Oviedo, a finales de la década de 1970. LNE

El asturiano Wenceslao Roces, acompañado de milicianos armados, acudió el 4 de noviembre de 1936 al Museo Arqueológico Nacional, en Madrid. Su misión: incautar el tesoro numismático del museo, en un momento especialmente peligroso para el patrimonio. De hecho, doce días después tanto el Arqueológico como el Museo Nacional del Prado serían bombardeados por las fuerzas sublevadas. En total, se extrajeron del museo, durante aquellos días, unas 2.800 monedas cuyo paradero actual, como la propia participación de Roces, es un misterio.

Aquella controvertida incautación cobra nueva actualidad ante la celebración de los 75 años de la constitución del Gobierno en el Exilio que encabezó José Giral, institución que según algunos historiadores sería el receptor último del tesoro, y ante la próxima celebración (será el año que viene) del 120 aniversario del nacimiento del historiador y numismático Felipe Mateu y Llopis, que era en aquel tiempo conservador del gabinete numismático del museo, y que encabezó a los trabajadores del museo que ocultaron varias de las piezas a las autoridades republicanas para evitar su confiscación, ante el temor de que, tras ser incautadas, aquellas valiosas monedas, muchas de ellas de oro, no volverían al museo. No se equivocaban.

El papel de Wenceslao Roces, a decir de varios historiadores, fue clave en a que controvertido proceso. El coyán, un histórico del Partido Comunista de España, era en la época Subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública. Tras un prolongado exilio, retornó a España tras la muerte de Franco, siendo elegido senador por Asturias en las elecciones de 1977.

Estudiosos como Martín Almagro, anticuario perpetuo de la Real Academia de la Historia, o la que fuera conservadora jefe del Departamento de Numismática del Museo Arqueológico Nacional, Carmen Alfaro, sitúan a Roces al frente de la cuadrilla que procedió a incautar las monedas del Arqueológico, junto a Antonio Rodríguez Moñino, que era el representante de la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico. El mismo organismo que salvó las pinturas del Museo del Prado antes de los bombardeos de las fuerzas sublevadas.

El fin con el que Roces y Moñino recogieron las monedas es aún hoy motivo de debate. Para algunos, se trata de un gran "expolio" de patrimonio. Para otros, como Carlos González Penalva, presidente de la Asociación Wenceslao Roces, no se puede calificar el hecho de "expolio" ni acusar a Roces de "ser el brazo ejecutor" sin "tener documentación sobre la mesa". El caso es que esas monedas jamás volvieron a aparecer.

Con la guerra ya perdida, Wenceslao Roces se exiliaría en México. Ese mismo país, según una teoría muy extendida, aunque no documentada, sería el destino final de las cerca de 2.800 monedas incautadas en el Museo Arqueológico Nacional. Varios estudiosos sostienen que este tesoro patrimonial, también de gran valor económico al estar muchas piezas fabricadas en oro, fue embarcado en el "Vita", un yate que al final de la guerra salió de las costas francesas rumbo a México, donde se habría desembarcado el tesoro para pasar a manos de Indalecio Prieto.

"No existe prueba documental alguna que demuestre de manera fehaciente que en el 'Vita' hubiera ese cargamento de monedas del Museo Arqueológico Nacional", sostiene el catedrático de Historia e investigador Arturo Colorado Castellary, uno de los principales expertos en el estudio del éxodo de patrimonio español durante la Guerra Civil. Colorado Castellary asegura que aunque sí es cierto que había monedas en ese barco, no se puede demostrar que el cargamento fuera el monetario de oro del Arqueológico. "Este es uno de los grandes mitos creado por el franquismo para acusar a la República de haber saqueado el patrimonio artístico español", concluye el historiador.

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