La idea de “Hunters” no es precisamente original. Su resultado, tampoco. Desde los lejanos tiempos de El extraño, de Orson Welles, o, décadas después, Marathon man, Los niños del Brasil u Odessa (best seller primero, películas de corte hollywoodiense muy ramplón), la busca y captura de nazis con fines lógicamente perversos han llegado a las pantallas títulos no muy abundantes pero significativos en los que se combate a la monstruosidad en su intento por resurgir de sus sangrientas cenizas. Hunters intenta darle a su jugada un estrafalario y, por momentos, ridículo, toque de humor negro que a veces no se sabe si es voluntario o es fruto evidente de la torpeza de sus irresponsables.

Y para jugar la peligrosísima carta de abordar un asunto tan grave con ligeros toques de ironía hay que tener mucho talento. Muchísimo. Tanto que ningún gran director lo ha intentado de forma radical. Basten dos escenas que intentan ser provocadoras para comprobarlo: la muy criticada idea de mostrar a las víctimas como piezas de un tablero salvaje en el campo de exterminio, y que parece una ocurrencia vistosa más que una metáfora sin base histórica pero eficaz como denuncia; y la inicial matanza durante una barbacoa con un asesino cómico que muestra su verdadera personalidad asesina de golpe y balazo en medio de un típico entorno del american way of life, con piscina, carne a la parilla y atmósfera de chamuscada felicidad.

Dos ideas prometedoras embadurnadas de ficción agresiva en otras manos. Con otros planos. Un Paul Verhoeven les hubiera sacado partido. O, en un registro opuesto, un Sidney Lumet más apaciguado. La aparición de Al Pacino contribuye al desorden de tonos y miradas. Todos sabemos que es un actor grandilocuente al que le gusta sobreactuar (aunque sus mejores interpretaciones, o las más completas, las ha conseguido cuando hace precisamente lo contrario), y ahí está su festival en El irlandés. Aquí por momentos está contenido pero en otros parece tentado a revisitar su histriónico papel demoníaco en la todavía divertida Pactar con el diablo.

Lo cierto es que la serie se anima solo cuando aparece él en escena y resulta cansina y monótona en las tramas que le rodean, con personajes insípidos y situaciones que van de mal en peor. Parece que los responsables del entuerto lo hayan fiado todo al desenlace buscando epatar al espectador con un giro que se pretende sorprendente al revelarse una identidad que debería dar un vuelco a la historia. Lo malo es que para entonces el interés de Hunters ya ha entrado en caída libre y su falta de solidez y de criterio han puesto en alerta a quienes hayan aguantado hasta ahí: aquí hay nazi encerrado. Y cuando las sospechas se confirman, más que decepción hay cierto grado de fastidio.

Para añadir salsa a un costillar que ha quedado seco de tanto asarlo, Hunters se saca de la manga un epílogo que recoge (en serio o en broma, quién sabe) una de esas delirantes teorías conspiranoicas sobre el final del jefe de todos los monstruos, sí, el del bigotito.

Director: David Weil (creador), Nelson McCormick, Dennie Gordon.

Reparto: Al Pacino, Logan Lerman, Saul Rubinek, Carol Kane, Lena Olin, James Legros.