A pesar de la gravedad del asunto, los abusos sexuales en el mundo de la industria del cine y la televisión no están teniendo mucho eco en películas y series. Tal vez sea pronto aún o tal vez sea un tema muy, muy incómodo que saca a la luz comportamientos aberrantes que hasta hace dos telediarios eran el plan nuestro de cada día: grandes ejecutivos o estrellas de los medios que se servían de su poder para obtener beneficios sexuales de sus subordinadas.

No parecía The morning show la serie más indicada para tratar materiales tan inflamables pero los prejuicios son a veces malos consejeros, y la propuesta de Apple TV es bastante satisfactoria e incluso brillante en muchos momentos. A final rebaja un tanto sus logros con un desenlace que recurre a trampas de cazador comodón pero la nota media es buena, casi notable, y a ello contribuyen no solo unos actores en buen estado de forma (Jennifer Aniston, Reese Witherspoon, Steve Carell y Billy Crudup en primer plano) sino también unos guiones que esquivan con acierto los maniqueísmos (nadie es bueno ni malo del todo y las víctimas pueden tener sus zonas erróneas y los abusadores pueden exponer su defensa sin linchamientos) y unas realizaciones que alternan oficio con ocasionales chispazos de inventiva visual.

Hay un mensaje de fondo que es más importante lo que parece su enunciado: la rebelión contra el ego masculino. Ese ego no es inofensivo, no lo banalicemos. Ese ego cuando se desboca y lleva aparejados unos poderes absolutos sobre las vidas de otras personas puede ser no solo dañino sino destructivo. No son solo juegos de seducción laboral (consentida en ocasiones entre dos personas que se gustan y deben ocultarlo por sus diferencias de escalones) o intercambio de intereses entre quien puede mejorar una carrera y quien puede aceptar el canje. Son maniobras de depredadores natos a las que los testigos directos no dieron importancia, o si se la dieron prefirieron mirar hacia otro lado. Su carrera estaba en juego.

The morning show arranca a paso lento y por un momento da la sensación de que se va a quedar en tierra de nadie, con cierto toque tragicómico que desembala las intimidades de las estrellas televisivas y los politiqueos de los jerifaltes, y semblanzas que nos sabemos de memoria: la presentadora famosa y veterana que no las tiene todas consigo a medida que pasa el tiempo y llegan rivales más jóvenes, el presentador famoso y veterano caído en desgracia, la presentadora recién llegada que pone todo pantallas arriba con su sinceridad (confesar en directo que abortó no es algo habitual, ciertamente), el Maquiavelo de mirada sarcástica que maneja a la gente a su conveniencia.

Los cruces de ambiciones y miserias dan mucho juego y por momentos la serie oscila entre la comedia de enredos y el drama familiar (magnífica la escena en la Aniston estalla con su hija tras el divorcio) pero donde coge más fuerza y convicción es el retrato destemplado de unos usos y costumbres miserables que delatan una industria que abusa del entretenimiento como morfina social de unas masas que solo quieren distracción, capaz de comprar premios para sus estrellas y que ha convertido el caos en la nueva cocaína, y que hizo caso omiso desde siempre a los abusos que se cometían en su interior.