El periodista y escritor Cristóbal Ruitiña ganó el premio “Bellvei Negre” con su novela “Rececho”. Ruitiña (Cangas del Narcea, 1977) muestra en su obra “como diría Xuan Bello, ‘un mundu que perdéu l’aldu los caminos’. Es decir, el retrato de un territorio en medio de una transición muy compleja que, cuando aún no se ha recuperado de la pérdida de la vida campesina, debe hacer frente a la pérdida de la vida industrial que casi sustituyó a aquella, mediante una apuesta por un tipo de servicios, los turísticos, que tratan de recuperar, o, más bien recrear, la primera, con las dudas que esa apuesta genera, sobre todo para quien ya había dejado atrás definitivamente aquel otro mundo”.

-¿Qué hay del periodista Ruitiña en la novela?

-Espero que poco. De hecho, en una primera versión, el investigador era un periodista y tuve que prescindir de él porque aquello se parecía demasiado a lo que ya conocía y yo quería emplear esas horas de trabajo en algo distinto, en algo que me permitiera aprender. En cualquier caso, sí hay un periodista, corresponsal de un periódico de Oviedo, que acaba ejerciendo como ayudante de la investigadora principal porque tiene acceso a informaciones a las que ella no puede llegar.

-¿Qué importancia tiene la Asturias vacía en su historia?

-Al fondo de la trama está esa Asturias que se vacía. Y es ese vaciamiento el que, en gran medida, desata la mayoría de los conflictos que se exploran. Es lo que Sergio del Molino ha llamado El Gran Trauma, en referencia en su caso a la emigración campo-ciudad de los sesenta. Un trauma que él equipara al que sufrió la generación precedente: la Guerra Civil. Y yo estoy de acuerdo. Ese Gran Trauma, esa emigración brutal campo-ciudad de los sesenta, aunque de otra forma, aún hoy se sigue produciendo y sigue condicionando muchas vidas. Hay linajes que han estado emigrando generación tras generación. El mío lleva haciéndolo al menos ciento cincuenta años.

-¿Los escenarios mineros son un filón para el género negro?

-Supongo que sí. Pero en esta novela apenas se abordan porque aquí lo minero aparece, por una parte, como un conflicto más y, por otra, como una metáfora que lo envuelve todo, la metáfora, tal vez, de la gallina de los huevos de oro a la que, justo cuando no da para más, alguien, tal vez absurdamente, se acaba cargando.

-El cadáver de un empresario minero aparece en un bosque… ¿cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia?

-Desde luego. Pero, especialmente a raíz de la Gran Recesión de la pasada década, la conflictividad en este ámbito llegó a extremos insólitos que para nada tenían que ver con los de los ochenta, mucho más limitados. A partir de esa constatación, la de que los conflictos en un sector industrial en retirada eran mucho más imprevisibles, me propuse indagar en qué hubiera pasado si se hubiera ido un paso más allá.

-¿Cuáles son sus influencias reconocidas dentro del género?

-Yo no he sido lector de novela negra. Me puse a ello cuando decidí empezar esta historia. Y ahí, después de desechar bastante, encontré dos grandes inspiraciones: Henning Mankell y Benjamin Black, sobre todo este último, cuyos textos releía cuando no sabía por dónde tirar la historia. El hecho de que Quirke no sea un policía me ayudó mucho con mi investigadora, que tampoco lo es.

-¿Quién es Ana Cosmen?

-Es una mujer nacida en la aldea de Brañas (Cangas del Narcea), que emigró a la ciudad, nunca supo muy bien por qué, y que acabó regresando al obtener un traslado temporal como Agente del Medio Natural, labor para la que se había preparado al hacerse mayor su único hijo y poder retomar ella sus estudios. El pueblo al que vuelve está ahora deshabitado y, al regresar a su casa, debe enfrentarse a un asesinato, y hacer frente al tiempo a la irrupción de los fantasmas provocados por la extraña desaparición de sus padres cuando ella era aún adolescente.

-¿Los osos tienen un papel clave en el enigma?

Los osos son, en principio, la nueva gallina de los huevos de oro, aunque muchos en esta historia no terminen de creérselo y, ciertamente, no lo sean tanto de oro, tal vez solo, como mucho, de plata. Y empiezan a aparecer muertos. Lo que sucede con los osos es también, en gran medida, una metáfora, y el hecho de que, tanto ellos como el último empresario minero de la comarca, aparezcan asesinados de la misma forma, probablemente también.

-¿En qué se diferencia Rececho de las últimas hornadas de novela negra española?

Tal vez en la apuesta por la ubicación rural y en la voluntad de explorar un conflicto poco tratado a pesar de su impacto histórico en España: el de la emigración campo-ciudad. Pienso que la novela negra española, como la literatura española en general, es fundamentalmente urbana.

-¿Los incendios que amenazan la zona tienen un componente metafórico?

Tal vez sea lo menos metafórico porque, como sabemos, son absolutamente reales. De hecho, la amenaza de los incendios es de lo menos ficticio en esta novela.

-No es habitual usar a una agente del medio rural como investigadora…

-Yo no conozco más. Aunque, como ya digo, no soy ningún experto en novela negra. En cualquier caso, solo cuando dí con ese perfil profesional pude ponerme en serio. Para empezar, me permitía ampliar la trama más allá de un casco urbano -como puede ser el de la propia Cangas, que también aparece, aunque poco -. Pero, sobre todo, me permitía moverme en un espacio de ambigüedad similar a aquel en el que opera el detective norteamericano. El Agente del Medio Natural tiene, en principio, competencias investigadoras pero al final es al resto de cuerpos que operan en ese ámbito (Seprona, Bomberos ..) a los que se les encargan esas tareas. Esta circunstancia puede propiciar la aparición de roces, tal y como sucede a los detectives de la novela negra canónica que, por otra parte, tampoco van armados y que, como los agentes del medio natural, unas veces son vistos como amigos y otras, como enemigos, entre las poblaciones en las que se mueven.

-¿De qué ha quedado más satisfecho?

-Tal vez, de la atmósfera. Pero sobre todo porque así me lo han dicho dos buenos amigos escritores, Alfonso López Alfonso y Nicolás Boullosa, que leyeron el manuscrito antes de presentarlo al premio. La atmósfera para mí era importante porque, más allá de la trama y los personajes, pienso que es lo que te hace estar deseando llegar a casa para abrir de nuevo el libro.

-¿Qué manda en la novela, el verde o el negro?

-Supongo que el negro: los incendios, el carbón, la oscuridad del futuro en general. Aunque he procurado que hubiera mucho verde también, que las labores de la protagonista fueran lo más realistas posible. Y que sus observaciones sobre el medio natural, arraigadas en su historia personal, acaben condicionando su manera de pensar y, por lo tanto, su capacidad para descubrir al asesino.

-¿Tiene ya alguna idea en mente para la siguiente obra?

-Quisiera seguir con estos protagonistas. De hecho, cuando llegó la pandemia llevaba escritos un par de capítulos. Pero tuve que parar porque, de un tiempo a esta parte, solo puedo escribir en bibliotecas y las bibliotecas, de manera un tanto inimaginable para mí, cerraron.

-¿Afilar el diálogo es crucial en una novela negra?

-Sí. Y en este caso me ha resultado difícil hacerlo porque, en el fondo, todos los personajes de esta novela llevan un campesino dentro. Y el campesino, por definición, es lacónico. Al menos el campesino de la montaña que yo conozco.