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JON BILBAO | ESCRITOR

"La ingeniería me pagaba bucear en Vietnam, pero escribir hace que me levante con más ganas"

"Mi pareja también es escritora y los dos comprendemos la necesidad de pasar muchas horas encerrado con tus ideas"

Jon Bilbao, en Ribadesella.

Jon Bilbao Lopategui (Ribadesella, Asturias, 1972), escritor y traductor, vuelve a su villa natal para ver a sus padres. El autor de "Padres, hijos y primates", "Estrómboli" y "Basilisco" estudió Minas en Oviedo y Filología Inglesa por la UNED. Vive en Bilbao.

-Tuve un confinamiento medio con la logística complicada por dos niños -Lea y Joanes- de 6 y 3 años y tanto mi pareja, Katixa Agirre, como yo trabajando desde casa.

- ¿Ha escrito?

-Me he documentado, tomado notas y dado vueltas a la cabeza a un conjunto de relatos, pero no he tecleado. He leído mucho. La ficción ha sido como salir a pasear.

- ¿Mucha crianza?

-Sí, Katixa ha dado clases online y tiene una agenda laboral más cerrada. Yo puedo traducir a cualquier hora del día.

- ¿Se hizo cuesta arriba?

-En ocasiones. A los que tenemos impulso creativo estar en el parque con los niños nos parece que roba algo que, seguramente de manera engañosa, consideramos más importante porque queremos jornada completa de lectura, escritura, mirar la pared y dar vueltas a una idea. Pero la crianza tiene momentos enormemente satisfactorios y las circunstancias familiares también son un filtro maravilloso: no escribes por escribir, te hace más autoexigente y cuando una idea es buena le encuentras el tiempo.

- Su infancia en Ribadesella.

-Fue muy feliz. No me faltaba nada, el terreno delante de casa, junto a las cuevas de Tito Bustillo, era un campo de juegos muy fértil para la imaginación. Anduve mucho en bici y fui lector de "Tintín", "Blueberry", superhéroes Marvel y DC, Salgari y Verne. A mis 14 años nos trasladamos a Oviedo.

- ¿Por qué ?

-Para que mi hermano Íñigo, tres años menor, y yo estudiáramos. Fuimos con mi madre, Mary Carmen. Mi padre, José Antonio, trabajaba en una cantera en los Picos de Europa, vivía en Ribadesella y venía el fin de semana.

- ¿Qué le pareció Oviedo?

-Bien. Estudié en el colegio del Seminario, Nuestra Señora de la Asunción y tuve una transición natural. Mi adolescencia fue buena.

- ¿Por qué hizo Minas?

-Era el ambiente de casa. Mi abuelo y mi padre, que es perito industrial, se dedicaron a las canteras. Era buen estudiante de ciencias y Minas de Oviedo tenía aura. En la escuela me di cuenta de que no era lo mío, pero ya estaba en cuarto curso de una carrera de seis.

- ¿Cómo le afectó?

-Tendí al retraimiento. No me sentía cómodo con lo que hacía y en vez de buscar fuera de mí, busqué dentro y me volví más lector y cinéfilo. Empecé a escribir coincidiendo con ese momento en que no sabía qué hacer. La escritura vino a salvarme de una depresión, porque necesitaba algo donde evadirme.

- ¿Cómo empezó a escribir?

-Fue una divertida emulación de los escritores que me gustaban -Hemingway, Scott Fitzgerald-, sin afán de mostrarlo a nadie. Cuando la carpeta donde lo guardaba había crecido, empecé a enviar a concursos, recibí algún accésit, algún premio y la percepción de que a lo mejor se podía llegar a publicar.

- Ejerció la ingeniería.

-En la central nuclear de Ascó, en Tarragona, y en la refinería de Petronor, en Bilbao. Tenía contrato fijo en Repsol. Los de mi hornada hoy tienen cargo. Pero no me gustaba. Mi dilema era: "Continúas con esto, que te va a pagar maravillosamente las facturas toda la vida y te va a permitir bucear en Vietnam en vacaciones, o lo intentas en lo que te atrae más". Lo intenté y ahora me levanto con más ganas.

- ¿Y qué tal llega a fin de mes?

-Bien.

- ¿Cómo dejó su empleo para hacerse escritor?

-De manera madurada. Empecé a ahorrar y, lo más difícil, a convencer a mis padres de que mi trabajo no iba a ser para siempre. Hice hucha y al llegar a los 30 decidí. Me fui a Madrid a hacer un curso de guiones de cine y TV en una academia de escritura. Aprendí de los profesores, profesionales en el medio, que es un mundo complicado y conocí a mi pareja y madre de mis hijos en la clase de guion.

- Escribió documentales.

-Y otras cosas que no merecen mayor mención mientras escribía mi primera novela, "El hermano de las moscas". En 2006. A Katixa le surgió la oportunidad de impartir clases en la Universidad del País Vasco en Bilbao y allí fuimos. En Madrid nunca me sentí cómodo, es un espacio físico algo asfixiante.

- ¿Los premios fueron diciéndole que no estaba equivocado en su elección?

-Ganar el premio "Asturias Joven" de narrativa en 2005 me hizo consciente de que la escritura no iba a ser un divertimento o algo de mí para mí.

- Su mujer también escribe.

-Y publica, y es muy de agradecer porque los dos tenemos al lado a una persona que comprende esa necesidad de pasar muchas horas encerrado en tus ideas. La escritura es muy exigente y puede despertar celos.

- ¿Su formación de ingeniero le ayudó a ser escritor?

-Sí, en la disciplina, en la autoexigencia y en no detenerme en abstracciones y, al contrario, buscar lo más concreto y exacto posible. No me arrepiento de haber abandonado el ejercicio de la ingeniería ni de haber acabado la carrera.

- ¿Qué tal se vive de traducir?

-Se vive. Le dedico las mañanas, para cumplir contratos, y escribo lo que araño al tiempo.

- ¿Cuánto ayuda la Filología Inglesa y cuánto ser escritor?

-Los editores prefieren traductores escritores que pueden darle pátina literaria al texto, aunque no hay que dejarse llevar y que la traducción no suene al autor sino a ti. Ser escritor ayuda cuando hay dudas con imágenes. Por tu lado, aprendes a escribir y a enriquecerte. Después del autor, el que mejor conoce un texto es el traductor, porque está en él horas y horas.

- Sus padres viven en Oviedo y veranean en Ribadesella. Cuando viene a verlos, ¿qué diferencias encuentra entre el País Vasco y Asturias?

-Más que a Asturias vengo a casa de mis padres, a la isla de Nunca Jamás, de Peter Pan, donde los niños no crecen y prima la diversión. Por aventurar algo, veo más actividad en el País Vasco.

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