Diego Ruenes Rubiales mira la pantalla de su móvil con nostalgia. Muestra un vídeo en el que aparece con su clave al lado y bailando, como en la corte de Luis XIV. Florituras y ornamentos a viola de gamba entre saltos, con las piernas semiflexionadas, y bailarines girando en el escenario. La grabación es de una de sus últimas actuaciones, antes del coronavirus. Y después, este verano, vacío. La nada. "Como si estuviéramos en cuarentena musical", se lamenta.

El covid-19 se llevó por delante la gira internacional del joven músico ovetense, que se formó en el Conservatorio de Oviedo y después se marchó al Royal Conservatory of the Hague, en La Haya (Holanda). Ruenes empezó tocando el piano, a los seis años. Y a los 16, en una ópera barroca que en el Conservatorio ovetense, por casualidad, tuvo que hacer de clavecinista. Entonces descubrió su verdadera vocación. Finalizó los estudios superiores de piano con premio de fin de grado, pero sentía que había nacido para el clave. Le fascinaba la evolución del instrumento, el repertorio que va desde los motetes del siglo XV a la música contemporánea. Además, parecía haber sido fabricado a la medida de su mano, algo más pequeña de lo que se recomienda para un pianista.

Luego se marchó a Holanda, donde definió su estilo: compaginar la música y la danza histórica, practicando ambas. Sus conciertos se convirtieron en una fiesta barroca o renacentista. Diego Ruenes deja el clave y danza: "Soy capaz de bailar, y de hecho, de eso trató mi tesis de fin de máster, pero no me gustaría que nadie pensase que soy bailarín profesional".

Ha tocado por todo el mundo, sin embargo, escasas veces lo ha hecho en Asturias. "Tienen consideración por la música, pero son circuitos muy cerrados a los que es muy difícil acceder, y menos si no tienes 'ayuda", explica. Ha dado conferencias gratis para el Conservatorio de Oviedo durante la cuarentena y ha recibido ofertas internacionales, imposibles de aceptar por la pandemia. El coste de mantenimiento de su instrumento está entre los 400 y los 1.500 euros mensuales. "¡Y también tengo que comer!", exclama.

Cuanto más tiempo pasa, más se reducen sus opciones y se ha empezado a plantear nuevos caminos. Ha pensado en tirar la toalla, por la dureza e inestabilidad de su profesión, pero dice que tiene "algo dentro" que le "impide hacerlo". Ha valorado la docencia, pero la ley de incompatibilidades, que prohíbe dar conciertos si eres profesor, le quita las ganas de intentarlo. Para él, sería renunciar a su sueño e infravalorar el esfuerzo de 24 años de formación. Pero de incertidumbres tampoco se come.