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Mafalda dijo ayer lo que podría decir hoy

La sociedad actual repite los males que ya fueron denunciados con lucidez por la niña creada por el fallecido dibujante Quino en los años sesenta

La estatua de Mafalda, ayer, en Oviedo, donde algunos ciudadanos depositaron varios ramos de flores en recuerdo de Quino. IRMA COLLÍN

Oye, Mafalda, ¿y tú cuándo naciste? "En la vida real yo nací el 15 de marzo de 1962". Pero tu creador quiere que tu cumpleaños sea más tarde, ¿no? "El 22 de septiembre de 1964, Quino me consiguió una recomendación para trabajar en la revista 'Primera Plana'". Y así nació (dos veces) la niña que hoy llora la muerte del gran dibujante que la creó, una niña que, como Peter Pan, Tom Sawyer, Charlie Brown o Alicia, no pasa las hojas del calendario. Pero, ¿y si Mafalda no fuera inmune al paso del tiempo? ¿Cómo sería la Mafalda de hoy en su edad madura? Basta con echar un vistazo a muchas de sus muy comentadas frases de sabiduría perpetua para comprender que la mayoría de sus mensajes, tantas veces tatuados en camisetas, muros de redes sociales y tazones (¡de sopa no, por favor!), tienen una vigencia sobrecogedora décadas después. ¿Saben aquel que dice "¡Paren el mundo que me quiero bajar!" (gritando, para que se oiga bien).

Uno de ellos le viene como yoyó al dedo a estos días de luto: "¿Qué importan los años? Lo que realmente importa es comprobar que al fin de cuentas la mejor edad de la vida es estar vivo".

Vivir, sí, así es, aunque sea en tiempos de zozobra pandémica en la que quienes mandan no parecen tener la brújula en buen estado: "Tenemos hombres de principios, lástima que nunca los dejen pasar del principio". Y es que Mafalda, tan afín a los propios pensamientos de Quino, tenía muy claro que "en la vida hay personas que no dejan de sorprender... Y hay otras que no dejan de decepcionar". ¿No es un perfecto resumen de cualquier telediario en cualquiera horario? Ella quizá sentiría compasión por los dirigentes a los que el pelo se les vuelve blanco al poco de llegar al Gran Sillón: "El drama de ser presidente es que si uno se pone a resolver los problemas de Estado no le queda tiempo para gobernar". Vale para la política, vale para todo: "Como siempre: lo urgente no deja tiempo para lo importante".

Ahora que la vuelta a las aulas invita a forrar el ánimo contra la incertidumbre, Mafalda habría resucitado su famosa conclusión: "De tanto ahorrar en educación nos hemos hecho millonarios en ignorancia". Y es que la niña de ojos incisivos y melancólicos proporcionaba frases que hoy harían suyas activistas adolescentes como Greta Thunberg. Apunten: "¡Que levanten la mano los que estén hartos de ver el mundo manejado con los pies!". Y es que, en los años sesenta y también en 2020, "el problema es que hay más gente interesada que gente interesante". A paladas.

No ha perdido un ápice de actualidad su gesto implacable y casi desdeñoso: se aleja lápiz en mano en un globo terráqueo en el que ha colgado una pancarta: "¡Cuidado! Irresponsables trabajando". Pobre papá, vaya preguntitas que le hacía la niña: "¿Podrías explicarme por qué funciona tan mal la humanidad?". Y eso que ella tenía soluciones que tal vez habría que poner a prueba, como las vacunas: "Ya que amarnos los unos a los otros no resulta, ¿por qué no probamos amarnos los otros a los unos?".

Hay quien piensa que Mafalda era una niña con mentalidad viejuna. Por favor, no digan boludeces. Ella lo dejó bien clarito: "Si no haces cosas estúpidas cuando eres joven no tienes nada de qué sonreír cuando estás viejo". Lo cual no es excusa para no hacer exigencias a esos mismos jóvenes y que no pierdan los remos en mitad del lío de la vida: "La vida es linda, lo malo es que muchos confunden linda con fácil". Que vale para todas las edades, dicho sea de lazo (rojo). Ahora que nos hemos empeñado en buscar vida en tropecientos mil exoplanetas, no está de más recordar su "lo sorprendente es que haya vida en este planeta".

Mafalda, a sus cincuenta y muchos o sus sesenta y pocos, no aceptaría el peaje de la nostalgia: "No es cierto que todo tiempo pasado fue mejor. Lo que pasaba era que los que estaban peor todavía no se habían dado cuenta".

¿Que alguien pregunta por el jefe de la familia? Mafalda ya recelaba de esas jerarquías, menuda es ella: "En esta familia no hay jefes, somos una cooperativa". ¿Qué es eso de dejar a un lado a los niños para tomar decisiones? ¿Feminista? Por supuesto: aún la recordamos pasando de habitación en habitación (planchas, alfombras enrolladas, limpieza en marcha) hasta detenerse ante su madre arrodillada fregando el suelo y preguntando con vocecilla de letras menguantes: "¿Mamá, vos qué futuro le ves a ese movimiento de liberación de la mujer...?".

Sí, Mafalda seguramente sería una persona tan sensatamente provocadora de haber crecido como cuando iba al cole y el mundo se iba abriendo ante sus ojos oceánicos. Y mantendría intacta su capacidad de reciclar el carpe diem a su propia filosofía de la existencia: "Hoy quiero vivir sin darme cuenta". Mafalda, en este otoño de tristeza enlatada y viñetas enlutadas, no habría perdido su devoción por los sueños, su pasión por los juegos, su invitación a imaginar para que la realidad exista: "Es curioso, uno cierra los ojos y el mundo desaparece". Que es una hermosa forma de bajarse de él...

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