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"Antidisturbios" acorralados

La serie que irrita a los sindicatos policiales es una ficción cargada de tensión, con un reparto magnífico y una realización arrolladora

Una escena de "Antidisturbios".

La tensión se mastica en Antidisturbios desde la primera escena. Una simple escena familiar se convierte en un cruce de palabras amartilladas y miradas punzantes entre un padre y una hija por una chorrada. Así queda retratado uno de los personajes centrales de esta extraordinaria serie de Rodrigo Sorogoyen en la que casi todas las piezas encajan a la perfección para ofrecer una producción de ficción (repito: ficción, ¡ficción!, ¡¡ficción!!) en la que tanto la dirección como la interpretación brillan a una altura pocas veces vista en la televisión española. Compararla con Patria es como compara r Juego de tronos con Los tres mosqueteros solo porque salen espadas. Aquí hay un grupo de policías en situaciones de permanente alerta roja cuyas distintas personalidades se agitan en una coctelera social de ingredientes explosivos.

Colocados entre la espada de su deber y la pared de una situación altamente inflamable, la conclusión dramática de un episodio de desahucio resuelto a las bravas desata una tormenta: los antidisturbios se enfrentan no solo a sus demonios internos (como cualquier hijo de vecino, solo que ellos con un plus de peligrosidad) sino a los entresijos políticos (corruptelas, engaños, traiciones... lean las portadas de la prensa, es el plan nuestro de cada día) y a los tejemanejes de los jefes. Lejos de conformarse con una visión de buenos y malos, el guión de la serie muestra a un grupo de seres humanos sometidos a una tensión brutal, acorralados por la falta de medios, la presión social y la sensación de desamparo que sufren cuando comienzan las investigaciones inclementes de asuntos internos.

Allí, en la comisaría de Moratalaz, se va fraguando una situación de pugnas internas muy elocuente. Lo que el cine y la televisión en Norteamérica han hecho desde hace décadas (revisen Serpico o The Wire si quieren hablar de palabras mayores) encuentra aquí un eco tardío (como lo tiene la corrupción política y empresarial, también denunciadas por Sorogoyen en su obra anterior mientras sus colegas miraban hacia otro lado) en forma de retrato psicológico vitriólico y crónica social sin paños calientes: la impresionante secuencia del desahucio, más otra de una carga policial contra inmigrantes coléricos, es un resumen perfecto de un panorama (inmigración ilegal, desahucios, miseria, politiquería...) donde se enfrentan quienes luchan por defender los intereses de una familia con unos profesionales que suplican refuerzos y se encuentran mas solos que la una. "Estos señores y yo estamos haciendo nuestro trabajo", "Vayan sacando los DNI", "¿Tengo cara de banquero?", dicen unos. "Es tu puto trabajo, si te insulto te jodes y te aguantas", dicen otros. "¡Esto no son maneras!", reprochan unos. "Son las maneras que ustedes han querido que sean", replican otros. Y llega el desalojo, los empujones, cuerpos a rastras, tumulto sin control, gritos desaforados. Y un hombre que cae.

Los sucesivos interrogatorios son un prodigio de tensión, diálogos erizados, miradas desafiantes. Y el choque entre dos compañeros junto a la barra de un bar anticipa el conflicto interno que se avecina. No sería posible la proeza de no contar con el mejor reparto que se haya visto en mucho tiempo: sin fisuras, equilibrado, veraz en todo momento y con la presencia imponente de un Hovik Keuchkerian llenando cada plano.

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