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Hoy es siempre todavía || Carlos Mesa | Actor

“Llegué a la interpretación por afán de protagonismo, de ser aplaudido, como muchos”

“La vida es maravillosa, pero mi subconsciente teme asumir responsabilidades; aprendo de mi hija, decisora desde bebé”

El actor Carlos Mesa, en el muelle de Fomento de Gijón. Juan Plaza

Carlos Mesa (Oviedo, 1980) es un actor de teatro conocido por la televisión con una simpatía torrencial.

–¿Qué tal en pandemia?

–Yo estoy bien. Económicamente, jodido porque no hay estabilidad, pero tampoco tengo mucho que perder. No tengo bienes materiales ni miedo a perderlos. Tengo apoyo de mi suegra, que es una gran mujer, y de la familia. Mi mujer, Carmela Romero, se hizo distribuidora de espectáculos y ahora hay poco que distribuir.

–¿Por qué está bien?

–Dedicarme a lo que me dedico y amar la cultura es un alimento brutal y me quita de ideas tremendistas. No me falta la comida y no me voy a agobiar por si me va a faltar en el futuro. Vivo el presente y soy idealista y soñador. Tenemos una nena de 2 años, Carolina, y Carmela es la que tiene los pies en la tierra. Ella hizo la producción entera de “¡Ay, Carmela!”, nuestra última obra, y la interpretó. Yo no hice más que comer como un gochu, por la ansiedad, y estudiar el texto.

–No está gordo para tanta ansiedad.

–Pues yo me veo fofo, como digo en “Niué. Under the Coconuts”, en palabras de Maxi Rodríguez. Por la ansiedad te comes por dentro. Libros de holística dicen que es para protegerte del miedo a lo que te vas a enfrentar como profesional o a la vida.

–¿Teme a la vida?

–Me parece maravillosa, pero una parte subconsciente tiene miedo a asumir responsabilidades que igual no puede llevar a cabo. Aprendo de mi hija Carolina, que no tiene ningún miedo a la vida, sino un temperamento y una fuerza que la hizo decisora desde bebé.

–¿Se parece a la madre?

–Sí, la madre es determinada, cumple lo que dice que va a hacer y lo hace bien. Por eso hago lo que dice.

"No tengo bienes materiales ni miedo a perderlos"

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–Tiene 40 años.

–Dicen que es la mejor época. No lo noto, para mí es un seguir siendo. Tendría que estar como un cañón, pero tengo bronquitis asmática y el aparato digestivo tocando las narices.

–No llegó a la interpretación por la escuela.

–No, porque la escuela no tenía título oficial. Hice Graduado Social, Relaciones Laborales, de donde me queda una gran amiga magistrada en Madrid, Carmen Prieto.

–¿Entonces cómo subió a las tablas?

–Llegué por afán de protagonismo, de expresarme y de sentirme aplaudido. Como muchos. En el Instituto de San Lázaro me dio clase de Literatura y de Interpretación Elías Domínguez –el padre de Elías, el de “Llan de Cubel” que murió el año pasado– y me decía que era un gran actor y que debía ir a Madrid. Intenté ir a Madrid, pero no lo hice. Cuando tienes ansias de ser aplaudido no sabes por qué te dedicas a este oficio, que es lo que tienes que entender. La parte egocéntrica murió.

–¿Por qué necesitaba tanta aceptación?

–Tiene que ver con mi pasado. Mis padres se separaron cuando tenía 4 años. Soy el menor de cuatro hermanos y sentí el abandono del niño. Me faltó mi padre, que ni supo ni sabe ser paternal, y mi madre tuvo que trabajar en lo que fuera para atender a cuatro.

–¿Cómo era usted?

–Yo era Marisol o Joselito, saludaba a todo el mundo e iluminaba la calle Capitán Almeida, el parque de bomberos y el bar La Panera. Tenía habilidad social, quería ser cantante y me gustaba José Luis Perales. Me sigue gustando: a mi niña la duermo con Perales y el otros día canturreó “Te quiero” mientras la mecía.

–¿Y las relaciones laborales?

–Era mal estudiante porque era inseguro y no tenía autoestima, pero una parte de mí quería superarse y seguir estudiando. Acabé la carrera de tres años en seis. Carbajal me pilló cantando con el micrófono de clase, en las fiestas si había un gaitero y un tamboritero yo bailaba el pericote. Mi misión era irradiar mi felicidad.

“En el ambiente televisivo de ‘a ver quién es más gracioso’ me di el hostión”

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–¿Y estudiar?

–En clase no me enteraba de nada y en casa no abría un libro. Mi desajuste no me permitía estar centrado. Aprobaba porque caía bien. El teatro me llegó para aprender a estar atento: tienes que escuchar cuanto hay alrededor.

–¿Qué hizo en teatro después del instituto?

–En la Universidad me junté con David Acera y en el grupo “Electra” hicimos “Érase una vez un rey” en el Filarmónica. Luego estuve dos años con Javier Villanueva y en 2003 entré en “Margen” y me hice profesional porque coticé a la Seguridad Social como artista. Estrené “Anfitrión” en el teatro Campoamor y en 2006 me dieron le premio al mejor actor de Asturias por “El viaje a ninguna parte”. Fuimos a La Habana, Portugal, Bruselas y recorrimos mucha España.

–¿Pensó en dar marcha atrás en los momentos bajos?

–Siempre hay un pensamiento de por qué no me dedicaré a otra cosa, pero mantenerte en el oficio te da equilibrio: te das cuenta de que creces como actor y el espíritu se abre.

–Hasta se casó en el oficio. ¿Cuándo se conocieron?

–Hace cuatro años. Nos veíamos por los pasillos de la Laboral, mientras yo ensayaba “El método Grönholm” y ella “Carne de gallina”, creo. Nos casamos a los nueve meses. Y vine a vivir a Gijón.

–Usted hizo mucha tele.

–Es un arma de doble filo porque si llegas con necesidad de protagonismo tropiezas con otros muchos como tú. Me pegué un hostión porque el ambiente era de “a ver quién es más gracioso” y nunca fui competitivo, quizá por la baja autoestima. Tenía 26 años y empecé a ir al psicólogo. Hice muchas terapias y leí mucha autoayuda que me ayudó.

–¿Qué hacía?

–Una sección muy jovial en la que ponía a prueba a la gente para que ganara un cheque de 200 euros. Pasé por “Mañana usted madruga”, de Alfredo Díaz, y luego vino el éxito de “Terapia de grupo”, por el que aún nos preguntan por qué no vuelve.

–¿Cuándo remontó psicológicamente?

–Al salir de la tele empecé un proceso de autoconocimiento y me di cuenta de que la responsabilidad para crecer depende de ti. Era indagar en toda una vida, 29 años, y madurar. Me siento muy orgulloso de haberlo hecho. No me regodeo en ello, pero vuelvo a ello para no repetir el error.

–¿Se siente estable ahora?

–Tengo mis deficiencias, pero creo que eso forma parte de la condición humana. En este momento en el que parece que hay que estar superfelices creo que también hay que abrazar la tristeza, que forma parte de uno mismo, ¿Por qué siempre tenemos que someterla y no dejarla salir?

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