Un bucanero en una fiesta de alta sociedad y el marine más honrado en un burdel de Tortuga, comparten lo mismo, la inseguridad. Por ahí va Guillaume Brac en “¡Al abordaje!”, acertado retrato de la relación entre clases sociales, en el filo que separa la adolescencia de la juventud. Partiendo de personajes arquertípicos y el cliché del amor imposible, la película alcanza cotas interesantes, renunciando a convencer al espectador de una verdad absoluta. Su honestidad y el retrato de pasiones humanas primarias –gracias a las impecables interpretaciones del elenco– son su gran fuerte.

Todo comienza con Félix (Eric Nantchouang), un joven de raza negra que vive cuidando ancianas en París, pasando la noche con Alma (Asma Messaoudene), estudiante más bien pija de un pueblo rivereño, retozando a las orillas del Sena el día antes de que comiencen las vacaciones de verano. Tras su marcha estival a casa, Félix emprenderá el típico viaje de reencuentro acompañado de un amigo y del conductor del Bla Bla Car. Ahí está otra de las claves que hacen funcionar el film, la revisión extremadamente contemporánea de temáticas muy trilladas. A partir de ese punto, la película va de menos a más. De excesivos diálogos a miradas sugerentes, al silencio como recurso más emotivo, dando paso a la evolución de los personajes que, aunque muy previsible, no resta interés.

En el recorrido prima la inseguridad, el miedo al diferente y las ganas de parecerse a él. También hay celos, violencia y comprensión. Todo bajo un filtro de humor liviano y resuelto muy inteligentemente por Brac a través de la historia del personaje de Chérif (Salif Cissé), que protagoniza los momentos más conmovedores. En su hora y media de duración, sigue caminos similares a otros films francófonos. Tiene algo de “Intocable”, de Olivier Nakache, al menos en lo que se refiere a planteamientos iniciales y relación entre personajes. También se intuyen inspiraciones en algunos trabajos de Xavier Dolan, como la reciente “Matthias y Maxime” o “Los Amores Imaginarios”, pero sin su estética ni profundidad. Al final, un cliché entretenido y acertado estrenó el Festival de Gijón de la pandemia.