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Enrique Moradiellos | Catedrático de Historia Contemporánea, nuevo académico de número de la Real Academia de la Historia

“No juzgues el pasado con patrones del presente, porque te vas a equivocar”

“La memoria histórica es un concepto espurio, o contradictorio, sobre todo si se presenta en singular: las memorias son muchas, diversas y en conflicto”

Enrique Moradiellos, en la entrega del “Asturiano del mes” de LA NUEVA ESPAÑA en 2017. | Luisma Murias

La llamada de la Real Academia de la Historia encuentra a Enrique Moradiellos (Oviedo, 1961) en la estación de la Guerra Fría de una línea de investigación “de una vida”. Desde la tesis doctoral viene estudiando las diferentes etapas de las relaciones hispano-británicas de la Segunda República en adelante y ha llegado a los años cincuenta, o al mecanismo por el que las tensiones de la política de bloques de la época acabaron aceptando a Franco y prefiriendo el franquismo a otra república y al miedo a otra guerra. Se nota que al catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Extremadura le emociona el ingreso como académico de número y heredero de otros asturianos ilustres –“Campomanes y Jovellanos…”– en el selecto club de sólo 36 maestros de la disciplina que hacen la academia.

–¿Se lo toma como otra línea de llegada o como un nuevo punto de partida?

–Es un momento para continuar. Como cuando llegó el Premio Nacional de Historia en 2017, me tomo los galardones y estos cargos como acicates para seguir adelante. No es la tumba, no es el panteón. Es un lugar de trabajo para seguir mejorando y perfeccionándome y haciendo lo que mi profesión me exige, el estudio razonado de la historia, para intentar comprender los fenómenos del pasado y pasar a explicarlos a mis conciudadanos con la mejor voluntad, sin encono sectario y partidista y después de una meditada reflexión razonada sobre los materiales informativos que nos dan cuenta de lo que fue el pasado.

–El jurado del Premio Nacional de Historia destacó entre sus razones la ecuanimidad de su trabajo. ¿Es eso lo que espera aportar?

–Sí. Porque la ecuanimidad es un atributo de la historia como disciplina, y de Clío como representación en forma de musa de lo que es la actividad de la historia: el registro del pasado con propósito de recuerdo y explicación. Y difiere de la equidistancia. Ahora se dice a menudo que uno se puede ser equidistante, y se supone que los que lo dicen quieren decir que tienes que tomar partido. Yo siempre respondo que la equidistancia no es un atributo humano, sino un concepto geométrico, y que como tal carece de sentido en una disciplina humanística. La ecuanimidad equivale no ya a la imparcialidad, que va de suyo, sino a una disposición abierta a ver qué me deparan las pruebas. Cuando un historiador empieza tomando partido y sabiendo el resultado de la investigación antes de proceder a ella, yo hablo de propaganda, no de historia. La ecuanimidad es estar dispuesto a juzgar con la misma intensidad una prueba que otra y la asumo como una exigencia de la investigación histórica.

–¿Por ejemplo al regresar a la Guerra Civil y al franquismo?

–Cuando me dicen que soy equidistante entre la república y Franco siempre pido que me demuestren cuándo. No puedo serlo. Soy ecuánime. Tan víctima de la guerra es Melquíades Álvarez, asesinado en Madrid a manos de milicias comunistas y anarquistas, sin causa ni proceso y bajo una acusación falsa de fascista, que su querido alumno Leopoldo Alas, rector de mi Universidad, fusilado en Oviedo por los militares sublevados y por un delito de sublevación que no había cometido. El primer deber del historiador es buscar la verdad, esclarecerla, demostrarla, ser ecuánime en la evaluación de las pruebas y sin encono partidista ni sectario dictaminar lo que mi conciencia y mi profesión me obligan a decir.

–La memoria histórica no se acaba de ir de la actualidad. ¿Estamos sabiendo convivir con nuestra historia próxima?

–No. Memoria histórica es una expresión que siempre hay que declinar en plural. Las memorias históricas son muchas, diversas, en conflicto. Es memoria histórica la republicana de la represión, la de los franquistas, la de los que no quisieron tomar parte, la de los anarquistas enfrentados a los comunistas en la república, dentro del socialismo también es memoria histórica la parte negrinista enfrentada a los caballeristas… No es lo mismo el conocimiento histórico que la memoria, que es una vivencia que queda registrada en el recuerdo y en la mente, y que es algo que solo tienen los testigos. Los que no lo somos tenemos conocimiento, idea, acaso información. Para mí, la memoria histórica es un concepto espurio, o contradictorio, a veces casi un oxímoron, sobre todo cuando se produce en singular y en mayúscula.

–¿Cómo nos iría mejor?

–Si queremos defender la actual democracia, hay que llegar a algunos acuerdos mínimos, por ejemplo sobre nuestro futuro en común, o sobre el éxito que fue la transición política, que con sus defectos, carencias y limitaciones tuvo también enormes logros. Basta mirar las de Polonia, Bulgaria, Rumanía o la de la Unión Soviética, o las de Brasil, Argentina o Chile... Juzgar el pasado con raseros del presente creyendo que tenemos justicia moral es exigir a nuestros antepasados un imposible. ¿Por qué los neandertales no tenían derechos humanos? Porque ese concepto era imposible en ellos. ¿Por qué en el siglo XVIII nunca hubo una mujer ministra? Porque la mujer tenía en esas sociedades una posición subordinada. Proyectar hacia el pasado lo que es un efecto histórico del presente se llama anacronismo, y un historiador tiene que denunciarlo y llamar la atención a la sociedad. No juzgues el pasado con patrones del presente, porque te vas a equivocar.

–La academia le encuentra trabajando en el estudio del franquismo y la Guerra Fría.

–Las líneas de investigación de los historiadores son a veces de una vida. Yo empecé estudiando las relaciones hispano-británicas durante la Segunda República, lo seguí durante la Guerra Civil y la Guerra Mundial y antes de morirme debería llegar al asentamiento pleno del régimen en los años cincuenta, en el contexto de la Guerra Fría. España fue uno de los problemas en la agenda de los vencedores de Hitler, que de entrada decidieron apretarle las tuercas a Franco a ver si dejaba el poder en manos de Don Juan de Borbón, porque lo que no querían de ninguna manera era la vuelta de la república, y menos la guerra civil.

–Pero Franco no acepta...

–Como Franco se negó, y como Stalin admitió dejar hacer a cambio de que a él le dejasen libertad de movimientos con los países del Este, acabaron decidiendo como mal menor, indeseable pero mejor que una guerra o una república, dejar a Franco. Eso sí, derogando el saludo fascista como oficial, sustituyendo el nacional-sindicalismo por el nacional-catolicismo, quitándose de encima a ministros falangistas o aprobando el fuero de los españoles y la ley de referéndum... Con estos cambios, y con Franco dejando de vestir de falangistas y vistiendo sólo de militar, porque las dictaduras militares eran admisibles, dejaron que el franquismo sobreviviera e incluso llegaron a acuerdos con él para que sin molestar mucho formara parte de la esfera occidental.

–O sea, que la Guerra Fría conserva el franquismo.

–Salvó a Franco. Las potencias aliadas no hicieron lo mismo que en Italia, donde permitieron un referéndum que acabó deponiendo al rey, al que no perdonaron que antes de pasarse al bando aliado hubiese apoyado a Mussolini. En España hubo un amago, pero no hasta ese punto por temor a que volviera la república y con ella otro conflicto bélico, porque la república había terminado en guerra y eso es una mancha que nunca se levantó. Eso era lo último. Lo que tenía que volver, a su juicio, era una monarquía que devolviera la paz. Y si eso no puede ser, que Franco viva lo que viva y que entonces haya transición...

–Llega a una institución con trescientos años de historia. ¿Por dónde va su futuro?

–Una parte está en el diccionario biográfico histórico que la Academia mantiene desde hace años. Tiene más de 50.000 fichas de personajes de la historia española e iberoamericana en formato electrónico elaboradas por más de 4.000 historiadores e investigadores, la mitad de ellos extranjeros. No es aquel de 2009, ha sido renovado, pasado por comisiones y filtros que exigen objetividad y solvencia. Sería el equivalente al diccionario de la RAE. La institución lleva adelante también otras iniciativas, como su boletín más que centenario y programas de conferencias, debates, congresos y exposiciones… El futuro es divulgar la historia, sacarla al foro público, hacer que nuestros conciudadanos tengan información histórica. Y luego, que decidan lo que les dé la gana.

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