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Directora, compite en la sección oficial con “El tiempo perdido”

María Álvarez: “'El tiempo perdido’ reivindica un tipo de vejez que mantiene abierta la curiosidad”

“Mucha gente no se explicaba que fuera a rodar una película de una tertulia de ancianos, sin exteriores, que leen a Proust hace veinte años”

María Álvarez.

Una tertulia de muy despiertos ancianos que leen una y otra vez “En busca del tiempo perdido”, la obra maestra de Marcel Proust. Y así durante dos décadas, en un desaparecido café de Buenos Aires. Es la insólita propuesta que la argentina María Álvarez (1976), autora de la elogiada “Las cinéphilas” (2017), filma en “El tiempo perdido”, película incluida en la sección oficial “Tierres en trance” del Festival de Cine de Gijón.

–¿Qué la sedujo de esa peculiar tertulia?

–En 2021, hará veinte años que se juntan. Hubo casualidad: una de las protagonistas de “Las cinéphilas” va a esa tertulia. Fue amor profundo, no a primera vista. Empecé a filmar y a leer a Proust. Hubo quien me dijo: “No sé cómo ves ahí una película”. Pero tuve claro que ahí había algo especial.

–¿Una prolongación, de otra manera, de “Las cinéphilas”?

–No la considero continuidad; las motivaciones son distintas. Ahora bien, esas dos películas y la que hago ahora relacionan la vejez y el arte.

–¿La obra que presenta en Gijón trata sobre el tiempo, pero también desde el tiempo?

–Sí, claramente. La edad media de los contertulios es de ochenta años. Está el tiempo acumulado.

–Y se reivindica la vejez.

–Por lo menos de un cierto tipo de vejez que mantiene despierta la curiosidad. Que aceptaran hacer esta película habla de que están abiertos a experiencias nuevas. Una vejez activa intelectualmente y socialmente.

–¿La filmación fue difícil? La naturalidad es admirable.

–Es impresionante. Fue una filmación muy particular: dos cámaras rodando tres o cuatro horas. Lo curioso es que, cuando yo decía algo, se rompía la magia, como si fuera una aparición que interfiriera con lo que hacían.

–Factura documental, pero es una película arriesgada.

–Totalmente. Mucha gente no se explicaba que fuera a hacer una película sobre una tertulia que lee a Proust y sin filmar exteriores. Ese café Tribunales, de Lavalle, lo demolieron poco antes de la pandemia; lamentablemente ya no existe. Terminamos la película y desapareció ese café. El no salir del bar tiene que ver con la representación de los límites del tiempo y el espacio, que son muy complejos; un micromundo en el que sucede todo y no pasa nada.

–Y hay una mirada hacia la literatura como bálsamo o consuelo, pero también de crecimiento personal a los 80 años.

–Así es. La literatura ahora, cuando el cine pasa por las mismas pantallas desde las que hablas con todos, es el último refugio. Establece una relación con vos mismo y no alcanzo a ver qué otro arte te la da ahora.

–Bueno, el cine argentino parece mantener la fe en la palabra, lo que no ocurre en otras cinematografías.

–Igual se está perdiendo también esa fe. La palabra, el diálogo, es siempre riesgo, el riesgo de equivocarte; genera una postulación de los personajes.

–Supongo que la elección de la música de Claude Debussy no le llevó ni cinco minutos...

–Tiene una historia. Sí, es un contemporáneo de Proust y sale en su obra. Uno de los protagonistas de la película es un flautista profesional que tocaba en el teatro Colón. Le quería convencer para que tocara él pero como es octogenario dijo que no tocaba más, aunque tenía una grabación de esa melodía tan mágica de Debussy que nunca encontró. La terminamos grabando con una flautista buenísima.

–La impresión es que todos esos viejitos tienen un alto nivel cultural...

–Hay de todo: comerciantes, dentistas, psicoanalistas...

–Otra cuestión que ofrece la película es la descripción de un tiempo circular: al final los lectores de Proust vuelven a empezar “En busca...”.

–La estructura de la película sigue la de la novela de Proust, que termina y te remite al principio de la obra.

–¿La película busca seguir la estructura del libro?

–Recoge una muy ínfima parte de la novela, casi una cita breve de una novela enorme. Tuve que elegir, aunque hay paradas en todos los tomos (siete). En eso de la circularidad, sí es cierto que la película respeta ese ciclo que plantea Proust y que parece el ciclo mismo de la vida.

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