Los amantes del western lo tienen fácil y a mano: “First cow”. En el film de la estadounidense Kelly Reichardt casi no hay tiros, ni acción, ni peleas de bar del oeste, ni un sheriff malhumorado. La película no los necesita. Da en el clavo. Desde la sencillez de una vaca –de clase alta, pero una vaca–, Reichardt consigue un relato mayúsculo. Humano, vital, natural, muy directo, con dosis de humor y de tristeza, con un guion fabuloso y unas actuaciones destacadas. La película cuenta la historia de un pastelero y un chino buscavidas. Los dos cruzan sus vidas por el azar en el estado de Oregón, en la década de 1820. Quieren ganarse el pan, salir de pobres, y para ello encuentran el negocio perfecto: fabricar y vender unos buñuelos de toma pan y moja. Les llueven las monedas. Son tan deliciosos, que enamoran a todo el mundo, ya sea un simple trampero o un capitán con servicio a domicilio. He ahí el eterno problema de la clase social, explorado con finura en la película, de dos horas de duración. Los pasteles tienen un ingrediente mágico que los dos protagonistas intentan ocultar a toda costa, aunque será más bien difícil. La película engancha y los personajes conectan gracias a otros actores naturales mudos con los que se complementan a la perfección: los árboles, los ríos, las hojas, los animales… La naturaleza en todo su esplendor. Esa simbiosis logra una película de nota. Clara favorita.