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“Alma tierra”, memoria del país que se fue

El fotógrafo José Manuel Navia cuelga en el Barjola su aclamada exposición sobre el éxodo rural: “Es un homenaje a los que aún resisten”

José Manuel Navia, ayer, junto al vinilo que anuncia su exposición en el Museo Barjola de Gijón. | Marcos León

“Es un homenaje a los que ya no están, pero también a los que aún resisten”. La exposición que el reputado fotógrafo José Manuel Navia inaugurará próximamente en el Museo Barjola de Gijón lanza un salvavidas al mundo rural –y a la también denominada “España vacía” o “vaciada”–, recuperando lo que en muchos de estos pueblos es lo único que puede ya mantenerse: su memoria. Denominada “Alma tierra”, la muestra del artista juega con su amplio listado de referentes literarios para retratar la vida de antaño, de las cocinas de leña, los campos resecos y las casas de piedra abandonadas, pero también la de los veterinarios que siguen recorriéndose cada día las aldeas, la de los médicos rurales, la de los profesores de escuelas con solo media docena de niños. Explica Navia que el sentido de su muestra lo resumió una de las mujeres a las que inmortalizó. Se llama Antonia Ferrer y vive sola desde hace años en una aldea de Teruel. Cuando el fotógrafo le preguntó por qué no se marchaba, le dijo: “Aquí, en el pueblo, es donde mejor estoy. Aquí todo me habla”.

El propio artista lleva ahora más de una década viviendo en un pueblo junto a su mujer. Aclara que puede hacerlo porque trabaja en formato digital y no necesita un laboratorio complejo para revelar sus fotos. “Ahora también tengo fibra óptica y parte de mi equipo mantiene la oficina en Madrid. Yo puedo hacer esto, pero mucha otra gente se va de los pueblos, o no regresa, porque no tiene trabajo. La falta de empleo en la España de interior es lo que nos ha llevado hasta aquí. En otros países se buscaron soluciones”, lamenta el fotógrafo, que ejemplifica el caso de Francia. “Allí si un médico rural no vive en el pueblo en el que trabaja, pierde su plaza. Se intenta que el funcionariado haga vida en sus lugares de trabajo. Muchos pueblos tendrían algo de vida si en ellos viviesen la asistente social, el veterinario, el alcalde. Si hacen vida, luego se emparejan con gente del pueblo, tienen hijos. Todo va en cadena. Pero eso aquí no se ha hecho”, critica.

Como esperanza le quedan varios de los casos retratados en la exposición y en su libro, que lleva el mismo título y que contiene un total de 158 fotografías (la muestra del Barjola es una selección de 70 de ellas). Conoció, entre otros, a una panadera que dejó su empleo anterior para vivir en lo rural cuidando de sus animales, a unos jóvenes hermanos que siguieron con el negocio de sus padres y mantienen viva una antiquísima panadería de pueblo, a un profesor de escuela que pelea año a año para no perder a los cuatro alumnos que necesita como mínimo para mantener su centro abierto. Son, dice, la esperanza. “Son pequeños chispazos que me hacen pensar que esta España no volverá a ser lo que era, pero que sí puede volver a ser algo. Y es que volver a lo de antes tampoco tendría sentido; parte de esta desaparición es un simple signo de los nuevos tiempos”, señala el autor. Esa luz a las áreas despobladas, añade, la está trayendo también la inmigración. Navia se topó con varios vecinos, originales de otros países, que han podido labrarse un futuro en aldeas casi deshabitadas y, de paso, ayudar en gran medida a evitar al extinción de pueblos y parroquias. “Algunos llevan ya mucho tiempo allí, pero si les preguntas si ya se sienten arraigados y si no tienen previsto marcharse, te dicen que se quedarán siempre y cuando tengan trabajo. Todo tiene que ver con lo mismo”, recuerda el experto.

“Alma tierra” recoge también la historia de aldeas y casas completamente abandonadas. En este caso, los rótulos de cada pieza no salen identificados (solo se menciona la zona, pero no a la aldea concreta) ni en la exposición en Gijón ni en su libro. “Me lo pidió un día uno de los dueños porque temían que se la desvalijasen. Ahora lo hago siempre, son muchos recuerdos”, razona Navia. Estas otras fotografías gozan de una cierta belleza siniestra. Calles enteras de casas de piedra vacía con las ventanas rotas y sus puertas de madera en podredumbre, colchones colgados del techo para que no se los coman los bichos, crucifijos, maletas olvidadas, algún letrero pintado a rotulador que dice en pequeño “se vende”, como casi sin esperanza de que alguien la compre jamás. Y por el medio, textos y poetas a raudales para enmarcar y contextualizar todas estas piezas. Elegidos por el propio Navia, gran lector, sus dos autores de referencia ha sido Julio Llamazares y el poeta Fermín Herrero, pero hay muchos más. En el Barjola, en sus dos plantas de exposición, hay una pantalla que proyectará hasta finales de febrero las cubiertas de algunos de estos libros. Queda todavía mucho que aprender de Navia.

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