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Hoy es siempre todavía || Yolanda Trabanco | Hostelera y lagarera

“Después de dar a luz, la niña lloraba, los puntos dolían y yo gestionaba ERTE inaplazables”

“Fui a estudiar a San Sebastián sin permiso ni apoyo de mi padre y me saqué las castañas del fuego porque salí ‘trabanca’”

Yolanda Trabanco, en Lavandera (Gijón), ante el llagar de la familia. | Juan Plaza

Yolanda Trabanco (Gijón, 1981) nació y vive en Lavandera, donde, desde 2004, está al frente del restaurante familiar y desde 2019 lleva la imagen y las ventas del lagar de la dinastía sidrera. Es el relevo de una empresa de cinco socios –hermanos y primos que siguen activos– cuyos hijos, la cuarta generación, también tienen puesto. En temporada alta, la sidrería emplea 35 trabajadores; 20, en baja, y el llagar, otros tantos.

–Está de baja por maternidad.

–Es un momento personal muy dulce por el nacimiento de mi hija, que se llama Amelia, como la abuela del padre, que era chigrera como yo. Fue una cría muy deseada. Es muy buena, pero los primeros días fueron muy duros. Se habla muy poco de la revolución de hormonas del posparto.

Llegó en pandemia

–Y ni la han podido disfrutar los abuelos como nos gustaría ni hemos podido salir a los chigres con ella. También nos afectó porque respondo por un negocio de hostelería que ha sufrido cambios muy radicales y, horas antes y después de dar a luz, estaba gestionando ERTE. Los puntos dolían y la niña lloraba, pero los trabajadores no podían esperar.

Vive en Lavandera

–Me gusta pasear y conocer a los vecinos. Aquí crecimos mi hermana Eva y yo con libertad para jugar con un par de vecinos hasta bien entrada la tarde y para movernos entre mesas y manteles, porque mis padres pasaron muchos años sin descanso. Eva tiene cinco años menos. Tengo otro hermanín, Samuel, treinta años menor.

-Estudió en el colegio público Jacinto Benavente de La Camocha, en el colegio de las Ursulinas y en la Laboral.

–Fui una estudiante sin mayores méritos, con mi único esfuerzo –mis padres no estaban accesibles– que mejoró con los años.

–¿Sabía qué quería ser?

–Cuando cumplí 18 años mi padre, Samuel, me dijo: “Haz lo que quieras, pero tienes que procurar ser la mejor y formarte para ello”. Hice servicios en la Escuela de Hostelería de Gijón y a los 20 decidí estudiar cocina en San Sebastián. Él no estaba preparado para que me fuera tan lejos. Marché sin su consentimiento y sin su ayuda.

¿Cómo se arregló?

–Entre semana estudiaba por las mañanas en una escuela semipública que costaba 25.000 pesetas al mes y por las tardes limpiaba en una casa y cuidaba dos hermanos pequeños. Los fines de semana daba extras de bodas. Sacarme las castañas del fuego me hizo ser más peleona aún. Salí “trabanca”.

Ja, ja, ja, ¿qué es eso?

–Las mujeres de casa siempre han tenido mucho carácter, decidido y emprendedor. De vez en cuando nos dan “trabancadas”.

¿Cuánto duró la formación?

–Dos años. Estuve trabajando unos meses en preventa telefónica en Gran Cocina Kaiku y tuve como compañeros a Arzac, Arguiñano y Adriá, lo que me permitió unas prácticas que no había previsto. A los 23 años volví a Gijón, triunfante, y me puse al frente de la sidrería, que mis padres inauguraron en 1983.

Haga balance.

–Quería que evolucionara sin perder la esencia. Creamos empresas para el sidroturismo y las visitas guiadas, que han ido muy bien; los eventos fueron más allá de la espicha y dignificamos las bodas en llagar, cuidando detalles hasta equipararlas a cualquier restaurante con cocina de altura. Triplicamos la facturación de la sidrería, abrimos la tienda online...

Usted se casó en el llagar.

–Sí, en 2017, con José Luis, que es militar en Noreña y me ayuda en la sidrería. Era cliente de la sidrería, pero nos conocimos de manera romántica hace seis años.

¿Se formó para llevar la imagen de Sidra Trabanco?

–Aprendí de manera autodidacta por mi forma de mirar las cosas, siempre desde la posición del usuario y con ojo crítico.

–Ventas, sidra y pandemia.

–Producimos en torno a 3 millones de litros de sidra al año. Más del 60% lo vendemos a la hostelería asturiana. Otro 25% se vende por España y en alimentación. El confinamiento se llevó el 70% de nuestras ventas. Crecimos en la tienda online y en supermercado, pero en ningún caso sustituía.

El 15% sale de España.

–Exportamos desde hace doce años a más de 22 países, y no solo de los que tienen emigrantes asturianos. En Ucrania y Rusia gusta la sidra y no son grandes productores como Inglaterra, Alemania, Francia y Estados Unidos. La sidra asturiana en EE UU es muy valorada porque se hace a partir de manzanas de sidra y con procesos naturales, a diferencia de la suya. La última vez que estuve en Nueva York, en 2011, se pagaban 46 dólares por una botella de sidra natural selección en un restaurante de lujo con cuatro meses de lista de espera. La valoran más que nosotros y la tenían al lado de un fantástico vino francés.

–¿Qué es salvar el año?

–No tener grandes pérdidas. Con el verano que tuvimos podría ser, porque apostamos por recuperar a todos los trabajadores del ERTE y hacer turnos. Nos desgastamos trabajando para facturar lo más posible y hacer calcetu. Fue un año difícil. Tuvimos que aplicar los protocolos anticovid y enfrentarnos a algunos clientes para que mantuvieran las reglas. Con los cierres actuales a falta de Navidad no sé cómo serán las pérdidas. Hemos podido revolvernos, pero necesitamos que el próximo año sea normal.

–¿Qué puede esperar de la sidra?

–Mayor exportación, ser la marca de referencia y que vuelva a ser la bebida preferida de los jóvenes. Muchos jóvenes se han ido de la sidra y de Asturias.

–¿Por qué les gana la cerveza?

–No lo sé. El botellín coincide con un consumo más individual y menos de compartir, más de móvil en mano y menos de barra de bar... La sidra dio por hecho que en Asturias somos patrimonio y que queremos serlo universal, pero se han perdido un montón de litros cada año en el sector durante la última década. La sidra queda para los paisanos, que van a ir faltando.

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