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Crítica / Ópera

La “Butterfly” más española

Emocionante acogida al estreno del título de Puccini en esta peculiar maratón lírica que vive Oviedo en diciembre

Ainhoa Arteta, en un momento de la representación. | Ópera de Oviedo

La ansiedad de semanas por conseguir el estreno de una nueva producción de “Madama Butterfly” en el teatro Campoamor se materializó el sábado como una especie de catarsis colectiva, una emoción que contagió a los intérpretes y al público hasta catapultar la velada a un éxito vibrante. De nuevo la incertidumbre de la pandemia, y los cierres derivados de la misma, afectaron a la fecha inicial del nueve de noviembre y, tras sucesivas reprogramaciones, al fin se pudo estrenar más de un mes después. Pese al adelanto una hora del inicio de la función, a las siete de la tarde, la Fundación Ópera de Oviedo tuvo que gestionar con las autoridades, debido a la duración de la ópera, la vuelta a casa del público ante el toque de queda vigente. La entrada servía, en este caso, como salvoconducto.

Desde los años cincuenta del pasado siglo, el Campoamor cuenta, en cada década, con una nueva (o incluso dos) “Madama Butterfly”. Es un título recurrente, un tanto fetiche. Y, esta entrega, curiosamente, ha sido una de las de mayor presencia española en cuanto al elenco y a los responsables artísticos de la misma se refiere, en una línea de trabajo que ya se anticipó con el segundo reparto de la temporada 2014/15. Estamos ante un hecho muy relevante, quizá el que más, de este nuevo montaje del célebre título pucciniano y es un ejemplo que deberían seguir otros teatros incapaces de hacer una defensa decidida de los magníficos profesionales de nuestro país. No es cuestión de chovinismo, pero sí, cómo se ha demostrado, un elenco nacional puede defender la obra con garantías hay que impulsarlo, no optar siempre por lo que viene de fuera. Encontrar un punto de equilibrio ayuda y mucho al sector, más que palabras grandilocuentes y alardes teóricos que luego no se llevan a la práctica. O sea, menos reunión vacía para trazar planes que luego no se cumplen y más apoyo real a los artistas.

La capacidad de Puccini para atrapar al espectador en una vorágine de emociones llega a su cumbre con esta ópera. No escatima atajos, ni tampoco alguna que otra trampa, para implicarnos en la sórdida y trágica historia de Cio-Cio-San. La trama es terrible y la tragedia se expone desde el arranque, en una felicidad trufada de resortes dramáticos que velan la supuesta alegría del tramo inicial. Con insistencia, el compositor busca esas pinceladas en las que el drama se concentra en los personajes que viven el conflicto hacia adentro. El orientalismo de la partitura, los hermosos colores de la orquestación, consiguen que la dialéctica entre dos mundos esté presente y añada tensión argumental creciente desde el foso.

La orquestación de “Butterfly”, densa y rica en matices, precisa de una orquesta con más efectivos de los que ahora pueden trabajar en el ridículo foso del teatro Campoamor (“ampliado” todo este otoño a los palcos de proscenio). De ahí que adquiera especial valor el magnífico resultado de Óliver Díaz al frente de Oviedo Filarmonía. El perfil lírico del primer acto, donde los toques orientales se esponjan en armonías mórbidas y de trazo sutil, va dejando paso a un hilo dramático que estalla plenamente en los dos siguientes y que Díaz resolvió con magistral eficiencia. El maestro asturiano es ya, por derecho propio, una garantía en cualquier foso. Una vez más lo demostró con una prestación de soberbia factura.

“Madama Butterfly” se abre a múltiples lecturas escénicas. La tragedia tiene tal peso que los directores de escena han explorado múltiples opciones a largo de los años y casi todas funcionan porque la estructura dramática es sólida, está cincelada a sangre y fuego, pensada para el impacto inmediato, a veces facilón, pero siempre efectivo. Joan Anton Rechi firma esta producción procedente del Festival de Perelada y la Deutsche Oper am Rheim. Mueve la acción temporalmente a los momentos finales de la Segunda Guerra Mundial y al lanzamiento de la bomba atómica sobre la ciudad de Nagasaki cuyo impacto se produce al final del primer acto, enfatizando el cambio dramatúrgico que la obra experimenta en ese punto en el que el desamparo emocional muestra sus aristas de manera descarnada. Una muy pensada y ágil escenografía de Alfons Flores ayuda a que Rechi levante la obra con narrativa suelta y un trabajo actoral muy focalizado en cada rol, todos impecablemente caracterizados. Quizá el mayor acierto esté en una sobriedad expresiva, en la ausencia de cierta exageración a la que usualmente se acude para dar más virulencia a la acción. No hace falta el empleo de recursos manidos cuando las ideas que se exponen son coherentes, como es el caso que nos ocupa. Los dos últimos actos, en medio de la ruina, aportan tal desamparo al naufragio vital de la protagonista que la tensión explota desde la música con fiereza en una línea de trabajo homogénea que se agradece y es benéfica en el resultado global. Algún pequeño lunar (el preludio del acto tercero, en la búsqueda de una gestualidad desesperada de la “mariposa” en la eterna espera Pinkerton, acaba siendo cansino e incluso un poco ridículo; es una especie de reminiscencia a lo Lindsay Kemp descafeinada) no empaña un proyecto de alta y conseguida ambición artística.

Ni que decir tiene que un título de estas características fía buena parte del éxito a la capacidad de la principal protagonista para sacar adelante su cometido con algo más que una buena interpretación. Es uno de esos roles que marcan la carrera de un artista y que ubican al cantante en otro nivel de calidad. Está más que claro que Ainhoa Arteta lo ha logrado y con creces. Ha hecho suyo el papel desde hace unos años y es uno de los que más satisfacciones le están dando en su madurez vocal. Domina el personaje y su prestación es especialmente rica en los dos últimos actos. El primero lo afronta con el lirismo adecuado, con esa mezcla de fortaleza e ingenuidad de un personaje más complejo de lo que a simple vista pudiese parecer, si bien en la transformación dramática alcanza el cénit. La veta poética, de acerada nostalgia, con la que canta “Un bel dì, vedremo” es excepcional –de hecho, la ovación del público aquí fue muy enérgica– y su último acto adquiere una encarnación naturalista que aporta ese carácter que el rol precisa con energía arrolladora. La soberbia paleta de armónicos de su voz ancha, y ya asentada como lírica-spinto, le da la posibilidad de afrontar el reto de Butterfly a gran altura dramática y vocal. El éxito de Arteta lo compartió Jorge de León como F. B. Pinkerton. El tenor canario ha cantado este rol en los principales teatros internacionales. Espléndido de principio a fin, sin escatimar, brindó su emisión luminosa, pletórica, con una encarnación del mismo brillante. No es sencillo destacar en un papel que Puccini no concibió de modo distinto a su línea heroica más usual, y De León lo hizo con capacidad extraordinaria, de vigorosa fuerza expresiva. Ambos, en el hermoso dúo de amor ofrecieron lo mejor de sí mismos, en gozosa conjunción vocal.

A primer plano, asimismo, llevó su intervención Nozomi Kato. Su Suzuki es impecable. En ella, nada falta ni sobra. Todo un lujo Damián del Castillo como Sharpless. Es uno de los barítonos españoles en alza, muy vinculado a la temporada ovetense, y ya afianzado como una de las voces más a tener en cuenta. Exhibió una línea de canto refinado perfectamente encajada con la contención que requiere el cónsul. Estupendo el Goro de Jorge Rodríguez Norton, solvente en lo vocal y escénicamente muy bien. Tanto José Manuel Díaz, como Fernando Latorre o la debutante en la temporada Mar Morán, redondearon la velada con interpretaciones acertadísimas en sus respectivos cometidos.

Funcionaron también los pequeños papeles a cargo de miembros del Coro de la Ópera de Oviedo. La formación coral, asimismo, sancionó una gran intervención, de empaste vocal homogéneo y un entusiasmo que suma y se percibe cada noche: es un empeño y, a la vez, un compromiso del colectivo. Esperemos que el maratón lírico prenavideño se pueda llevar a cabo con normalidad y que la temporada pueda culminar sin más sobresaltos a finales de enero. De ser así, será uno de los pocos ciclos líricos españoles y europeos que han conseguido mantener la programación con total garantía para intérpretes y público.

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