Los trajes de “Fuenteovejuna”, reciclados y al tinte para “Fidelio”

Los trajes de “Fuenteovejuna”, reciclados y al tinte para “Fidelio”

Su “Fidelio”, nacido de las ruinas, implica que, con cada cambio de escenario, un equipo de utileros desplace dos paredes móviles que pesan unos 900 kilos. De ahí nace la cárcel que sirve de escena para la ópera de Beethoven. Además de trabajo para hacer rodar el antiguo, pero preciso engranaje, hizo falta ingenio. De no ser por la pandemia, el teatro Campoamor nunca se hubiera embarcado en una gesta imposible, pero por cumplir, por paliar los efectos económicos del virus y, ¿por qué no?, “por demostrar que la cultura es segura” se hizo. Así lo explica Alfonso Malanda, jefe técnico del teatro, mientras supervisa los trabajos. Es consciente de que, siendo ya el penúltimo cambio, ya se las saben todas. Que el Campoamor acoja dos decorados es imposible por la reducida caja escénica, pero parece que no es imposible que acoja dos funciones, pese a tenerlo todo en contra.

Además de no tener más producción que la que ideó Joan Anton Rechi, no había vestuario. Tampoco forma de adquirirlo, pues, mientras todo se preparaba, las tiendas estaban cerradas. Para hacer “Fidelio”, explica la jefa de sastrería, Susana de Dios, se gastaron 70 euros. La mayor parte del desembolso se fue en tintes, pinturas con las que teñir los monos de “Fuenteovejuna”, lo que se acompañó de retazos de “Otelo”, “Nabucco” y “Rigoletto”... y cosas prestadas y traídas de casa. La jefa de sastrería dirige las “culpas” del éxito del vestuario improvisado a Christine Tavier, la especialista en ambientación. Ella se quita méritos, solo ha hecho lo que le pidieron, se disculpa.

El trabajo en la parte oculta del teatro, la que se encarga de que todo brille, no falten los aplausos y la cosa funciona es como una colmena. Cada trabajador señala al siguiente, y este al próximo, evidenciando la esencialidad de cada pieza para que todo funcione. Pero en el centro de todo está el regidor, el centro neurálgico de lo que pasa sobre el escenario y tras él.

Una pequeña habitación con las paredes de azulejos blancos sirve de oficina a Artur Gonçalves. Los azulejos están parcialmente ocultos por papeles que hacen de tapiz. Los números y las caras de los actores, el número de su camerino, el calendario, los teléfonos de los trabajadores... Reconoce que, si su trabajo es estresante normalmente, tener dos funciones simultáneas lo complica aún más. Lo que en otros teatros lo hace un equipo aquí lo hace él solo. Y con pocos medios, su despacho, reconoce, es “un baño reconvertido”. Necesidad y virtud.

Beatriz Díaz, emocionada con el público del Campoamor en pie

Beatriz Díaz rompió a llorar, se arrodilló, le temblaban las piernas y también le dolían. Después de interpretar “Madama Butterfly” el público se vino arriba y ella se vino abajo. La soprano allerana lo explicaba ayer en un vídeo en sus redes sociales: “Yo solo hice mi trabajo y habrá cosas que mejorar, pero lo más importante es que me entregué al público y al final el público se entregó a nosotros”. El vídeo lo grabó en su casa, en Boo, después de haber triunfado en el Campoamor en un rol muy exigente. Las circunstancias no eran fáciles, casi un mes de retraso en la representación, ensayos cancelados durante semanas, un teatro con aforo restringido y el público con mascarillas. Y a eso había que sumar que minutos antes de salir al escenario la soprano sufrió un tirón en un gemelo. Aún con la molestia que eso supone, Díaz entusiasmó al exigente público ovetense después de una “Butterfly” que quedará para el recuerdo de los aficionados. Al regresar al camerino, se lo encontró literalmente abarrotado de ramos de flores y de regalos de amigos, compañeros e instituciones. Unos regalos más que merecidos.