En diciembre de 2019 las autoridades chinas alertaron de la aparición de una "neumonía de causa desconocida" detectada en casi una treintena de pacientes, trabajadores en su mayoría del Mercado de Mariscos de la ciudad de Wuhan. En aquel momento, nadie imaginaba que tan solo un mes después, aquella nueva enfermedad iba a causar la mayor crisis sanitaria, social y económica de la historia reciente.

Países confinados, fronteras cerradas, sistemas sanitarios colapsados, actividad económica paralizada... el coronavirus ha convertido el 2020 en un año para olvidar.

El COVID-19 ha cambiado el mundo y sus efectos, según los expertos. Con los contagios aún disparados y los registros de fallecidos en cifras que recuerdan a los primeros meses del año, la esperanza de todos se centra ahora en la efectividad de las vacunas.

Las primeras, de Pfizer/BionTech, llegarán a España el sábado 26 de diciembre y se empezarán a administrar el domingo 27. "Esto no es el fin, es el principio del fin", dijo el ministro de Sanidad, Salvador Illa, durante la comparecencia en la que anunció el inicio de las vacunaciones. A la espera de conocer su resultado, lo que sí han conseguido ya es sembrar cierto optimismo en una sociedad que, por fin, comienza a ver un poco más cerca el final de una pesadilla de la que parecía imposible despertar.

Apocalipsis COVID: Así viajó el coronavirus

Apocalipsis COVID: Así viajó el coronavirus José Luis Roca

Una expansión incontrolable

"Se trata de una simple gripe", esta frase, aseverada entre otros por líderes mundiales como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Alexander Lukashenko, se repetía entre los ciudadanos a principios de año casi como un mantra. Mientras tanto, el coronavirus se extendía por el mundo de manera silenciosa.

Pese a las advertencias del gobierno chino, que ya avisaba a mediados de enero de que las labores de control para evitar la propagación eran complicadas, puesto que el nuevo coronavirus se podía contagiar incluso antes de mostrar síntomas, las medidas en el resto de países tardaron en llegar.

Lombardía, en Italia, se convirtió en el primer epicentro de la enfermedad en Europa, le siguieron Madrid, Nueva York, São Paulo... Hoy, no hay región a la que el Covid-19 no haya afectado de manera devastadora. De hecho, el mortal virus SARS-CoV-2 se ha cobrado ya la vida de más de un millón y medio de personas en todo el mundo.

Cuando la realidad supera a la ficción

Una de las escenas más recordadas del cine español es la secuencia inicial de la película 'Abre los ojos' de Alejandro Amenábar, en la que un jovencísimo Eduardo Noriega recorre una Gran Vía madrileña desértica. Algo que parecía imposible, dada la frenética actividad y bullicio que presenta esa céntrica vía capitalina de manera habitual.

Esa imagen se ha hecho realidad con la pandemia, y no solo en Madrid. Moscú, Roma, París, Berlín, Nueva York, San Francisco, Buenos Aires, Lima... los ciudadanos se han visto obligados a encerrarse en sus casas debido a las restricciones de movilidad impuestas por las autoridades para frenar la propagación del virus.

Un confinamiento global que ha dejado imágenes increíbles, solo vistas en el cine.

Apocalipsis COVID: Cuando la realidad supera a la ficción

Apocalipsis COVID: Cuando la realidad supera a la ficción Edición: José Luis Roca | Fotos: ShutterStock

El club de los negacionistas

Durante los primeros meses del 2020, con los contagios multiplicándose día tras día y el número de víctimas mortales creciendo a un ritmo vertiginoso, los ciudadanos de muchos países siguieron recibiendo mensajes contradictorios de las autoridades gubernamentales.

Donald Trump fue uno de los primeros en infravalorar la crisis que se avecinaba, al menos de cara a la opinión pública. A finales de febrero, cuando los positivos por COVID-19 empezaban a crecer de manera exponencial en EEUU, el todavía presidente estadounidense se atrevió a decir que "en un par de días" los contagios iban "a bajar a casi cero". Hoy sabemos que Trump conocía entonces la gravedad de la enfermedad, pero quería minimizarlo para evitar el pánico, tal y como ha revelado el periodista Bob Woodward en su libro 'Rage'.

También el británico Boris Johnson tuvo que acabar rectificando. En un primer momento se negó a adoptar medidas como el confinamiento y, asumiendo que una gran parte de la población se contagiaría, su plan se basaba en no aplicar demasiadas restricciones con el objetivo de lograr la llamada "inmunidad colectiva". Su estrategia no funcionó y tuvo que acabar imponiendo una cuarentena en todo el país.

Bolsonaro, Lukashenko, López Obrador, Mark Rutte... recordamos algunas de las frases más polémicas de varios líderes mundiales.

La luz al final del túnel

El sector farmacéutico está viviendo una auténtica carrera de fondo por conseguir una vacuna contra el covid-19. Pfizer y BioNTech, Moderna, AstraZeneca, CureVad, Jannsen... ya se han convertido en nombres cotidianos para los ciudadanos, que aguardan esperanzados un avance que logre aplacar la letal pandemia.

El primer país en iniciar la campaña de vacunación ha sido el Reino Unido, el pasado 8 de diciembre, cuando Margaret Kennan, de 90 años, se convirtió en la primera persona de Occidente en recibir de manera oficial la vacuna de Pfizer y BioNTech.

España ha adquirido 120 millones de dosis de la vacuna de Pfizer, pero tal y como ha reconocido el ministro de Sanidad, Salvador Illa, todavía no se sabe cuántas dosis llegarán en el primer envío.

La primera fase, que se iniciará el domingo 27 de diciembre, se extenderá hasta febrero o marzo, un período en el que se inmunizará a 2,5 millones de personas y, según los cálculos del Gobierno, se estima que para finales del verano de 2021 "más del 70% de la población" esté vacunada, momento en el que se alcanzaría la inmunidad de grupo.

Sin embargo, tal y como afirman algunos expertos, es probable que la vacuna no acabe con el virus, lo que hará que algunas medidas de prevención, como el uso de las mascarillas, se mantengan durante un tiempo.

Un país tras las mascarillas

Semanas atrás, la primera ministra alemana, Angela Merkel, aparecía ante las cámaras de televisión de su país con contenida emoción, tratando de explicar a sus compatriotas que para muchos alemanes esta navidad podía ser la última. El último siglo de historia de Europa nos ha demostrado que de un jefe de gobierno alemán, lo último que se espera es que afloren las lágrimas, pero incluso para una nación que podría presumir (no lo hace) de haber luchado de forma más eficaz que sus vecinos contra la pandemia de coronavirus, el continente entero se conmovió con el sincero y desesperado llamamiento de Merkel a la responsabilidad de sus ciudadanos. Incluso en España, un territorio en el que el mayor de los dramas acaba convertido en chascarrillo y en carne de meme en menos tiempo del que Merkel saca el pañuelo, conmovió el discurso a la desesperada de la canciller. Nos hemos acostumbrado a que nuestro tiempo de duelo no exceda más allá del minuto de silencio.

Sabedor de esta particular querencia nuestra hacia la chanza, característica que forma parte tanto de lo malo como de lo bueno de nuestro país, el jefe de la oposición, Pablo Casado, recriminó a Pedro Sánchez en un debate en el Congreso que no se hubiera presentado ante los españoles como Angela Merkel lo había hecho ante los alemanes. La carga emocional de un discurso semejante habría durado aquí lo que tardan en refrescar las actualizaciones de Twitter. Y así llevamos nueve meses, con un Gobierno que espera a que actúe la oposición para decir lo contrario y una oposición que aguarda con la escopeta al Gobierno para rebatir cualquier medida que adopte, da igual la que sea. Mientras una parte de la sociedad contempla anonadada el espectáculo, otra persiste en caricaturizar el drama por alcanzar la gloria fútil de las redes sociales y otra más, la más afectada, entierra a sus seres queridos o pelea en una UCI de hospital por salvar la vida. Y un agravante: los médicos y enfermeros que acaban extenuados al acabar la jornada tratando de salvar esas vidas terminan arrumbados en el debate social y opacados por un enconamiento político bochornoso.

España se puso las mascarillas. ShutterStock

Dirán que el anterior resumen es burdo, pero no anda lejos de definir la sociedad que se esconde tras las mascarillas. España acaba el año convertido en el país europeo con más muertes por habitante por coronavirus. Las cifras oficiales hablan de unos 45.000 fallecidos a mitad de diciembre, pero los registros civiles apuntan a que la realidad de la pandemia sitúa este número en 77.000, lo que equivale a un 26% más de muertes de las contabilizadas a finales de 2019. Estamos ya en 9.500 contagios diarios y las morgues reciben al acabar el día una media de 186 cadáveres atribuidos al covid19. No es solo una pandemia, es el virus del siglo.

Desde el pasado 14 de marzo, en que se declaró el primer estado de alarma, España vive en un ay, pendiente de una gestión a golpe de vaivén con un Fernando Simón a quien el Gobierno expone cada día para quemarse a lo bonzo y un primer partido de la oposición cuyo modelo es la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, una dirigente calamitosa y dañina para sus gobernados, que jamás debió haber entrado en política ni mucho menos ponerse al frente de una de las regiones más importantes de Europa, y cuyo modelo se empeña en exportar el Partido Popular a toda España en un ejemplo de irresponsabilidad que sólo puede conducir al caos y que a la larga no sólo ha provocado la relajación de una parte de la ciudadanía ante la epidemia, sino que ha contribuido a acelerar la propagación del virus y a anticipar la entrada de muchos ciudadanos en los cementerios.

Es inconcebible, verbigracia, que estemos debatiendo en serio el dilema entre salvar vidas o salvar la Navidad, entre salvar vidas o salvar la economía, entre salvar vidas o garantizarse el mejor posicionamiento para futuras citas electorales. Cualquier pero que se añada a la prioridad sanitaria desautoriza por completo la ecuación. No soy machista, pero; no soy racista, pero; no soy homófobo, pero. Lo importante es salvar vidas, pero.

Pedro Sánchez y Díaz Ayuso se saludan en un acto institucional. EFE

El covid ha puesto en primer plano un debate que parecía reservado a las instituciones y que ha saltado por fin a las conversaciones más habituales: sanidad pública frente a sanidad privada. La goleada de la primera ha sido muy evidente y debe servir para que los hospitales privados peleen en buena lid con los públicos tanto como para cuestionar el modelo liberal empeñado en dejar nuestra salud en manos de grandes empresas sostenidas con el dinero de las administraciones. La Constitución consagra la sanidad pública como un derecho universal y establece la actividad privada como elemento necesario en el marco de la libre competencia, pero cuando los defensores del liberalismo se han puesto a hacer lo primero surgen experimentos como la reciente inauguración de un hospital público en Madrid sin dotación de medios ni de personal, lo que evidencia que incluso cuando se trata de gestionar un pandemia con miles de vidas en juego, se piensa más en el relato y en la propaganda, en los juegos florales y en la apariencia, convirtiendo la administración del mayor problema sanitario en un siglo en una suerte de astracanada que no debe ser consentida ni mucho menos exportada.

Si, como se ha dicho, la regencia económica es compatible con la sanitaria, es incomprensible que desde el Gobierno se establezcan límites a determinadas actividades (los cines, los teatros, los conciertos) y se decrete la barra libre en otras (los viajes en transporte público, el acceso masivo a las áreas comerciales, las protestas en la calle sin apenas control de asistencia). Semejante galimatías genera agravios entre sectores profesionales, confusión y desconfianza en la dirección y un desapego inevitable hacia la clase política que abona el terreno a un populismo que, como se ha demostrado, no lleva más que a las excentricidades de Trump, el auge de la extrema derecha o a arrebatos de golpismo en grupos de WhatsApp.

España puede que sea un país de cuñados, pero también es un país de apañados, y es muy probable que vuelva a salir de esta crisis, y ahora hablo de la económica, como lo ha hecho de otras, a base de esfuerzo, sacrificio y mucha imaginación. Mucho de esto último va a ser más necesario en 2021 que en ninguna otra época reciente de nuestra historia. Para frustración de muchos, formamos un país que en el ámbito internacional se ha permitido pocas alegrías y que ha vadeado con no pocos complejos por los renglones de los libros de historia. En tiempos no tan lejanos, y por sorpresa, de repente nos dio por ganar a todo y a todos, y aquello fue producto de un trabajo previo que nunca debió concluir. Desterramos, por fin, aquel principio agorero del jugamos como nunca y perdimos como siempre. Nos toca ganar de nuevo. Nos va la vida en ello.

Créditos:

Texto e infografías: Nekane Chamorro | Opinión: Jorge Fauró | Vídeos: José Luis Roca | Gráfico: Nacho García | Ilustración: Fernando Montecruz.